Chartres, la catedral incompleta

Auguste Rodin, el famoso escultor francés, calificó la catedral de Chartres como “un palacio de armonía, paz y silencio”. La silueta actual de la catedral es impactante, pero el plan original gótico quedó incompleto. El proyecto de Chartres incluía ocho torres: las dos de la fachada principal, de más de cien metros de altura, que se levantan sobre las bases de las románicas, y seis más en los extremos del crucero, que nunca llegaron a construirse. No en vano, la de Chartres se planeó como la catedral perfecta, la imagen del paraíso en la tierra.

A partir del siglo XI, Europa renace de sus cenizas, las ciudades toman el relevo de los cenobios monacales como agentes económicos y culturales. Por toda Europa se levantan edificios en piedra “al estilo de los romanos”. Catedrales, iglesias, monasterios, castillos… Sin embargo, las técnicas del Románico (derivado de lo “romano”) tienen una limitación notable: para que no se desplomen, las pesadas bóvedas de medio cañón necesitan unos muros rotundos, sin apenas ventanas, lo que propicia edificios tenebrosos en los que casi no penetra la luz. Al tiempo que las ciudades prosperan, la cultura alcanza niveles desconocidos desde hace siglos. En la primera mitad del XII se fundan escuelas catedralicias en muchas urbes, en las que enseñan grandes maestros.

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Iglesia de Sant Climent de Taüll, en Cataluña, exponente del Románico.

Iglesia de Sant Climent de Taüll, en Cataluña, exponente del Románico.

Los detonantes del Gótico

Todo eso está muy bien, pero las iglesias siguen siendo pesadas y oscuras. La idea de Dios como fuente de toda luz ya se encontraba en la filosofía clásica, como se explica en las escuelas catedralicias. El poderoso abad Suger, que rige en la primera mitad de aquel siglo XII la abadía real francesa de Saint-Denis, al norte de París, está “loco por la luz”. Suger entiende que las iglesias tienen que convertirse en los templos de la luz, y aún más, en una réplica en la tierra de la Jerusalén celestial.

Así pues, el abad de Saint-Denis persigue una nueva arquitectura en la que la luz sea la protagonista. Y así se lo transmite al arquitecto de su abadía, un genio de nombre desconocido. El maestro de obras de Saint-Denis responde al reto con enorme eficacia. Su solución revoluciona la historia de la arquitectura.

Utiliza el arco ojival, de doble centro, gracias al cual el empuje debido al peso se produce hacia arriba y hacia abajo a través de los pilares. De este modo, y apoyándose en contrafuertes y arbotantes, se pueden elevar las bóvedas de los templos hasta alturas imponentes y abrir casi por completo los muros, que ya no necesitan ser gruesos para sustentarlas.

La iglesia de Saint-Denis se consagra en junio de 1144 en presencia de los personajes más poderosos de Francia, entre los que se encuentran el rey Luis VII y su formidable esposa, Leonor de Aquitania. De inmediato, todos los obispos del reino (los de Sens, Senlis, Noyon, Laon, París…) deciden construir catedrales en la línea de aquel asombroso templo abacial.

Entre los siglos XII y XV, este nuevo estilo monopoliza los gustos estéticos en Occidente, hasta que, a comienzos del XVI, Rafael se refiera a él con dureza, algo a lo que se suma el también artista y crítico italiano Giorgio Vasari. Entre ambos lograrán que el estilo de la luz se asimile con el arte de los godos, es decir, de los bárbaros. De ahí el nombre con el que lo conocemos hoy: “Gótico”.

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Interior de la catedral de Saint-Denis.

Interior de la catedral de Saint-Denis.

La ciudad tenaz

Ubicada a 90 kilómetros al sudoeste de París, Chartres es en el siglo XII una pequeña ciudad sobre una suave colina en medio de feraces campos de trigo. Desde el siglo X cuenta con una prestigiosa escuela de filosofía, donde enseñan los maestros más importantes de su tiempo, como Bernardo de Chartres y Juan de Salisbury. Allí se lee y estudia a Platón.

Sede episcopal, Chartres dispone de una catedral románica. Este templo custodia una importante reliquia: la camisa de la Virgen María. La noche del 10 de junio de 1194, la catedral románica ardió. Cuando los vecinos pueden entrar en las ruinas humeantes, descubren que la camisa está intacta. Se considera un milagro y se decide erigir otra catedral, pero en esta ocasión en el estilo gótico que ha conquistado la región de París. Toda Chartres se vuelca en este objetivo. A fines de aquel año comienzan los trabajos del nuevo templo, que tiene que representar el triunfo de la luz, pero también el de los ciudadanos, el del esfuerzo colectivo de comerciantes y campesinos. Es un edificio para el culto, pero, sobre todo, el símbolo de la reputación de una ciudad.

Se traza una planta que se ajusta a los restos de las torres que han resistido y a la cripta románica, donde se custodia la camisa de la Virgen. La distribución en tres diferentes alturas proporciona al interior mayor esbeltez y luminosidad. Sus dimensiones son grandiosas: 139 metros de longitud, 33 de anchura, que llegan a los 49,50 en el crucero, y una altura de 37,5 metros. En 1220 se convierte en la catedral con la nave más alta de las logradas hasta entonces en la arquitectura gótica en Occidente. No llega a los 43 metros de la cúpula de hormigón del Panteón de Roma, ni a los excepcionales 53 de la de la basílica de Santa Sofía en Constantinopla, pero el logro es fabuloso.

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Catedral de Chartres.

Catedral de Chartres.

Los constructores de Chartres pueden compararse con orgullo con los romanos. Gracias a la mejora en el conocimiento de la geometría, propiciada por los avances de las matemáticas, la relación en las medidas aplicadas se acerca mucho a la considerada perfecta en la Antigüedad, es decir, a la llamada proporción áurea, basada en el número fi.

Pese a la magnitud del proyecto, los trabajos avanzan con una celeridad excepcional, puesto que se construye en los decenios económicamente más florecientes de la Edad Media. En apenas veinticinco años se concluyen las obras más importantes, gracias al aprovechamiento de materiales del templo románico. Pese a todo ello, la iniciativa es tan descomunal que la catedral no puede consagrarse hasta 1260. A la ceremonia asiste el mismísimo rey Luis IX de Francia.

Equipo ganador

Los impulsores de la catedral de Chartres son sus obispos, y su enorme coste se sufraga con donativos y rentas de todos los ciudadanos. En ella interviene un equipo de no menos de trescientas personas, entre canteros, transportistas, albañiles, herreros, carpinteros y vidrieros, que trabajan de sol a sol seis días a la semana.

Estos grupos de artesanos forman cuadrillas itinerantes, constituidas en gremios en torno a una logia. Al frente de todos los gremios, coordinando y dirigiendo, se encuentra el maestro de obras, o arquitecto.

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El rey Luis IX de Francia asistió a la consagración de la catedral de Chartres.

El rey Luis IX de Francia asistió a la consagración de la catedral de Chartres.

El que traza los planos de Chartres queda en el anonimato, pero es, sin duda, un perfil bien pagado y con una alta consideración social. Los maestros de obras son a la vez escultores, ingenieros y matemáticos, pero se consideran a sí mismos, por encima de todo, geómetras. Su tarea no se limita a planificar la construcción; también tienen que corregir, a veces con sus propias manos, las esculturas que van a colocarse en las fachadas u otros espacios del templo.

Detalles intencionados

La de Chartres, además de un templo, es un microcosmos en el que se sintetizan todos los conocimientos de la época. En esta catedral se exponen todas las manifestaciones sociales y culturales, así como historias y logros políticos. Cabe allí desde la exaltación de las dignidades reales y eclesiásticas –con esculturas o imágenes en las vidrieras de reyes, héroes, papas, santos y obispos– hasta la de nobles o de miembros de los gremios y oficios. Incluso existe un espacio iconográfico reservado a la fiesta y la trasgresión.

La catedral está llena de detalles en fachadas y puertas, desde donde se lanzan innumerables mensajes. Los programas iconográficos de las dos portadas laterales reflejan esta intención. La portada norte, en la que nunca incide directamente la luz del sol, recoge escenas del Antiguo Testamento, con esculturas de los patriarcas, las virtudes, las bienaventuranzas y las ciencias. En cambio, la sur, esta sí bañada por el sol, está dedicada al Nuevo Testamento: Cristo preside el Juicio Final, donde los justos son salvados y los pecadores condenados al infierno.

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Cristalera de la catedral de Chartres.

Cristalera de la catedral de Chartres.

Todavía se conservan algunas esculturas en piedra en el exterior del lado sur que recogen elementos burlescos, como un asno bailarín y encabritado que muestra obscenamente sus testículos, o un cerdo que toca el laúd, fiel reflejo de una sociedad en la que, en algunas fiestas, como la del asno o la de carnaval, el orden social se subvierte por unas horas.

Chartres es, sobre todo, el templo de la Virgen María. Hasta 175 representaciones de la madre de Dios pueden contarse en vidrieras y esculturas, además de las imágenes que se conservaban en el interior. Esta catedral no es la más antigua, ni la más grande ni la más alta de las góticas europeas, pero entrar en este templo es sumergirse en un espacio de piedra y vidrio bañado por una luz muy especial.

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