Célebres escritoras anónimas o con seudónimos masculinos

¿Qué le costaba a una mujer ser reconocida y valorada por su labor profesional, por su creatividad, por su manera de transmitir o por su manera de lanzar ideas? Le costaba renunciar a ella misma, renunciar a su propio nombre.

No sería justo no reconocer que ser mujer nunca ha sido fácil y menos aún ser mujer y querer “invadir” ciertos terrenos profesionales que durante siglos han sido exclusivamente para hombres.

Y es que hubo un tiempo en el que las mujeres ni escribían, ni leían, suponemos que por temor a que pensaran. La literatura era un terreno reservado a ellos y de ellas solo se esperaba que tuvieran hijos, atendieran las tareas del hogar y obedecieran dócilmente.

A pesar de todas las trabas y las imposiciones irracionales a las que se vieron sometidas, muchas gloriosas rebeldes se las ingeniaron para ejercer su derecho a decir todo aquello que imaginaban u opinaban y hacerlo a pluma armada.

Disfrazar sus peligrosas feminidades bajo un seudónimo o el mismo anonimato, son algunas de las herramientas que emplearon un gran número de escritoras para hacer llegar sus voces y sus letras al público y evitar, así, que sus historias fueran consideradas historias menores.

“Durante la mayor parte de la historia, “Anónimo” era una mujer” – Virginia Woolf

Si Virginia tenía razón, obras como “El Lazarillo de Tormes” o “El Cantar de Mío Cid”, podrían tener la mente y la mano de una mujer detrás, pero lejos de querer lanzar hipótesis, queremos hacer un repaso por la lista de esos famosos escritores que que realmente fueron mujeres.

Entre los casos de anonimato más populares, encontramos los de “Una mujer en Berlín” que se publicó de forma anónima por respeto a la privacidad de una mujer que cuenta en primera persona las violaciones sufridas por parte de los soldados rusos. Hoy se sabe que su autora se llamaba Marta Hillers.

También se recurría a ocultar la identidad en la literatura erótica, como en “La pasión de Mademoiselle S”; por su parte, “Pregúntale a Alicia”, sigue siendo un best seller y aunque se duda de que fuera una biografía o una obra de ficción, lo que sí se sabe a ciencia cierta es que lo escribió Beatrice Sparks.

Pero sin duda, el caso de anonimato revelado más conocido de la historia, es el de Jane Austen que publicó en 1861 “Sentido y sensibilidad” con la autoría de “by a Lady” optando, de esta manera, por una solución intermedia entre el anonimato y reconocer que había una mujer tras el magistral texto.

En el caso de los seudónimos con los que las mujeres se hacían pasar por hombres, su (ab)uso se extiende incluso hasta nuestros días.

El ejemplo más popular es el de la autora más vendida de las últimas décadas; J.K. Rowling, la madre de Harry Potter, se vio obligada por sus primeros editores a utilizar sus iniciales en lugar de su verdadero nombre Joanne, porque se creyó que la historia del mago más conocido del mundo estaba dirigida principalmente a lectores jóvenes y masculinos.

Si nos remontamos a siglos anteriores, las hermanas Brontë (Charlotte, Emily y Anne) escribieron sus primeras obras, incluida la mítica “Cumbres borrascosas”, bajo los seudónimos de Currer, Ellis y Acton Bell, para evitar los prejuicios que había sobre la narrativa femenina.

También Louisa May Alcott, autora de “Mujercitas”, escribió otras de sus obras con el ambiguo seudónimo A.M. Barnard. Pero ella, como ocurrió con las Brontë, ha recibido el reconocimiento posterior a su verdadera identidad.

No es el caso de George Sand o George Eliot que han pasado a la historia de la literatura por sus seudónimos masculinos; incluso hay todavía quien piensa que fueron hombres.

“Memorias de África”, obra de Isak Dinesen fue escrita, por la baronesa Karen von Blixen-Finecke, y en España el ejemplo más conocido es el de Fernán Caballero, que en realidad era Cecilia Böhl de Faber y que escribió la popular novela de carácter costumbrista “La gaviota” (1849).

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