Muchas obras flamencas y alemanas reflejan un patrón de belleza característico que, aunque resulta difícil de creer, reproducen una enfermedad.
Las damas retratadas, como la “Eva del Cordero Pascual”, de Van Eyck, la “Eva”, de Lucas Cranach (el viejo), las mujeres que exhiben su desnudez en “El jardín de las delicias”, del Bosco, o la “Venus y Minerva” que asisten al juicio de París, del mismo Cranach, son raquíticas. Vean su vientre abultado como el de un batracio, sus ojos saltones, la frente olímpica, sus piernas combadas y delgadas, todos estos son rasgos que anuncian a las claras un déficit de vitamina D.
Curiosamente, entonces era más frecuente encontrar esta avitaminosis entre las clases acomodadas que en las de menores recursos, ya que la vitamina D necesita la exposición al sol para fijarse y las niñas de buena familia eran protegidas exageradamente del clima helado de los países nórdicos. Estas niñas aristocráticas, ricas y delicadas, convirtieron sus anatomías modificadas por la enfermedad en un prototipo de belleza, inmortalizadas por los artistas más destacados de su tiempo.