Manuel de Lacunza había nacido en Chile en 1731 y con solo 16 años ingresa a la Compañía de Jesús. Dentro de la orden estudió filosofía y teología además de astronomía. Después de la expulsión de los jesuitas, el padre Lacunza se instaló en Imola (Italia) donde se dedicó a escribir. Abatido por el destierro que lo mantenía alejado de los suyos, su espíritu lo llevó a anunciar la segunda venida de Cristo, vaticinada por profetas y en las visiones del Apocalipsis. Hombre de fe arraigada soñó con el triunfo de Jesús sobre sus enemigos. Para el milenarismo de esta segunda venida del Salvador, Lacunza se basa en la perspectiva de San Jerónimo y San Agustín, lejos de las primitivas propuestas crasas y carnales de Apolinar. Lacunza concilia al milenarismo con la moral cristiana en su única obra publicada “Venida del Jesús en gloria y majestad”. Su escrito tuvo amplia difusión cosechando tanto admiradores como detractores, aunque sus textos fuesen prohibidos por la Inquisición.
Estando en Europa durante su misión diplomática destinada a hallar un monarca al Río de la Plata, conoció este libro. Tan impresionado estaba que hizo imprimir una espléndida edición para traer a estas tierras, aunque usó el pseudónimo de Juan Josafat Ben-Ezra en lugar de Lacunza para la publicación.
Belgrano fue el difusor de esta obra, distribuyendo el libro entre sus amigos. Uno de ellos era Ildefonso Ramos Mexía, quien sería nombrado gobernador transitorio de Buenos Aires durante el luctuoso día de los tres gobernadores, fecha en que don Manuel Belgrano entregaba su alma al Señor.
Ildefonso compartió este texto con su hermano Francisco, uno de los grandes hacendados que se estableció al sur del Río Salado y fundó la estancia de Miraflores. Allí predicó la palabra del Señor, con una particular interpretación de las escrituras basadas en las apreciaciones del padre Lacunza. Cuando el combativo padre Castañeda fue confinado al Fuerte San Martín, cerca de Mari-Huincul, por sus textos explosivos, escuchó a los paisanos hablar de “la ley de Ramos” y se fue a curiosear a Mari-Huincul donde constató que además de predicar su particular interpretación de la Biblia, don Pancho consagraba matrimonios y realizaba un rito todos los sábados en el que repartía el pan con sus propias manos entre sus feligreses (la mayor parte de ellos indios pampas). Por esta razón, Castañeda lo acusó de herejía protestante a don Francisco Ramos Mejía , quien fue conducido prisionero a Buenos Aires, siendo la última persona en ser acusada de hereje en el territorio que fuera el virreinato del Río de la Plata.
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