Asesinato del presidente Sadi Carnot

Marie François Sadi Carnot, presidente de la republica Francesa, nació en Limoges el 11 de agosto de 1837, hijo de Lázaro Hipólito y nieto de Lázaro Nicolás Carnot, famoso matemático y experto en Poliorcética, que participó activamente en la Revolución Francesa y fue uno de los que votaron la muerte de Luis XVI.

Sadi Carnot estudió en Inglaterra y durante su vida tuvo numerosos trabajos de su especialidad y puestos políticos, desde diputado a ministro y vicepresidente de la cámara en 1881, siendo por último elegido presidente de la República. Su gran popularidad se vio incrementada por su actuación en la Exposición Universal de 1889.

Después de una intensa vida al servicio de su país, pensaba retirarse a la vida privada al terminar su periodo de presidencia, cuando al asistir a la Exposición Colonial de Lyon, fue asesinado. Tenía entonces 57 años. Era el 24 de julio de 1894 y la noticia se extendió rápidamente por toda Francia, aunque en forma algo confusa como suele ocurrir en estos casos. La prensa el 25 de julio relataba el suceso.

El atentado

A las 9,15 de la noche, el Presidente Carnot salía de un banquete que se dio en su honor en el Ayuntamiento de Lyon y subía a su “landau” escoltado por un pelotón de coraceros a caballo para trasladarse en compañía del general Voisin, gobernador militar de Lyon, el General Vorius, jefe de su casa militar y del Dr. Gailleton, alcalde de Lyon, a la opera.

Súbitamente, al pasar junto a la fachada oeste de la Bolsa en la rue de la Republique, un hombre joven se abrió paso entre las filas de lioneses que aplaudían al Presidente dirigiéndose hacia el costado derecho del coche donde el Presidente saludaba con la mano a su pueblo y sorteando el caballo del coracero que le protegía se sujetaba a la portezuela del coche con la mano izquierda mientras que levantando la derecha armada de filoso puñal hundía éste violentamente en el cuerpo del Presidente al grito de “¡Viva la Anarquía!”.

Trato de escapar por entre el público pero, pero entre varios espectadores y un guardia municipal le cogieron por el cuello golpeándole y poco faltó para que lo lincharan. Fue detenido y conducido por la Policía a la Prefectura.

Entre tanto y apenas repuestos de la sorpresa, los acompañantes del Presidente vieron como éste hacia un gesto mas de disgusto que de dolor, echándose la mano al vientre y cayendo de lado sin conocimiento. El Dr. Gailleton llamó en su ayuda al Dr. Poncet, profesor de Clínica quirúrgica de la Facultad de Medicina de Lyon que casualmente se encontraba cerca y mientras el coche se dirigía velozmente a la Prefectura donde se alojaba el ilustre huésped, ambos médicos le aplicaron los primeros auxilios.

El Dr. Poncet publico mas tarde una detallada relación de su participación en la atención del ilustre herido.

La puñalada del asesino fue tan violenta que el puñal penetró hasta la empuñadora quedando allí clavada. La primera impresión de los acompañantes fue que alguien había lanzado un objeto al Presidente. Pero al recibir la puñalada, Carnot apenas pudo exclamar con voz débil: “¡Estoy herido!” y enseguida se desvaneció.

El Dr. Poncet le encontró “la cara exangüe, el pulso imperceptible y las manos heladas”. El presidente parecía un cadáver. Trató de reanimarle dándole unos golpes suaves en las mejillas y pellizcándole, pero inmediatamente pudo observar el color rojo de la sangre que manaba de la camisa blanca. Rápidamente el Dr. Poncet descubrió el pecho y abdomen observando a nivel del hígado, bajo el reborde costal, una pequeña herida de dos cm de anchura por la que salía sangre negruzca que se estancó con la presión de un pañuelo. El ruedo de los caballos, el galope de la escolta, el clamor de la muchedumbre ajena a lo que estaba pasando dentro del coche presidencial, no le permitía escuchar la respiración del herido.

Al llegar a la Prefectura, el general Vorius, el Prefecto, el Alcalde y los ujieres sacaron al Presidente con gran dificultad del vehículo, lo transportaron a través del vestíbulo y las escaleras hasta el primer piso y le tendieron en una cama de campaña en la habitación que servía de alojamiento el Presidente, observaron entonces que aun respiraba.

Poco después el Dr. Poncet se lavo las manos con sublimado, introdujo un dedo en la herida para explorar su profundidad y utilizando los instrumentos que le acababan de llegar urgentemente del Hospital, agrandó la herida practicando una incisión de arriba abajo con el objeto de abrir campo y averiguar la profundidad de la lesión. Observó que el hígado había sido atravesado, que la hemorragia interna era intensa y que la vena porta estaba abierta. La sangre había invadido el peritoneo. El pronostico era fatal en breve.

Todo lo que podía hacerse con los medios al alcance a finales del siglo XIX se hizo. La incisión permitió introducir un taponamiento de gasa yodofórmica y practicar una compresión continua deteniendo temporalmente la hemorragia. El dolor producido por la incisión realizada por el Dr. Poncet tuvo la virtud de hacer revivir al herido que exclamó varias veces: “¡Ay Doctor, que daño me hace!¡ Oh Dios mío cómo sufro! ¿No terminará esto nunca?” Luego añadió en voz clara: “Tenga cuidado tengo una tiflitis desde el año pasado”. El presidente Carnot había tenido en efecto, desde hacía un año, no una enfermedad del hígado como se creyó al principio, sino una inflamación del ciego, una tiflitis de la que le trataron los Doctores Brouardel, Potain y Planchon. Luego exclamó dirigiéndose al Dr. Poncet: “¿Ha terminado?”

El Dr. Poncet dice en su informe: “Una vez abierta y ampliada la herida, examinamos el Dr. Ollier, el eminente cirujano y yo el fondo de la herida, comprobando la necesidad de un taponamiento hemostático…, desbridé por dentro hacia la línea media en una longitud de 5-6 cm. Los bordes de la herida doblados hacia fuera con pinzas hemostáticas que servían como tracción, introduje lo mas profundo posible una mecha de gasa yodofórmica, rellenado lo más metódicamente posible…La herida había sido producida en un movimiento de inspiración…EL hígado, de pequeño volumen, estaba completamente sano, excepto la herida…”.

La compresión parece que detuvo la hemorragia y el presidente recobraba la conciencia, contestó con claridad a las preguntas que le hacían los cirujanos. El Dr. Poncet estaba acompañado a demás por el Dr. Ollier y los Drs. Thasson, Lepin, Gailleton, Kelsh, Gangolphe y Monoyer. Después de la operación se transportó al herido hasta su lecho quedando uno de los médicos realizando la compresión manual continua a fondo. De vez en cuando se le administraban cucharadas de Champán y café frío y se le administró una inyección de éter subcutánea.

Hacia medianoche sobrevinieron dolores muy violentos en la región lumbar y epigástrica. Le aplicaron dos inyecciones de morfina. En aquel momento el herido exclamó al verse rodeado de tantas atenciones: “¡Estoy emocionado por la presencia de tantos amigos y les agradezco todo lo que hacen por mí!” El arzobispo Pedro de Lyon que se encontraba a su ladeo, estrechó su mano y le dio los últimos auxilios espirituales.

Después tuvo otra hemorragia, perdiendo de nuevo el conocimiento .Sufrió algunas convulsiones y entro en un período de agonía que fue de corta duración, dejando de existir a las 0,45, o sea, comenzando al día 25 de junio. Algunas personas pensaron más tarde que la intervención quirúrgica, la herida hecha por el Dr. Poncet había sido inútil y que se había hecho sufrir al Presidente sin necesidad.

El Dr. Poncet se defendió de esta crítica probando que la incisión y la compresión interna realizada habían prolongado tres horas la vida del Presidente Carnot. Sin duda fueron tres horas de sufrimiento pero todos consideraron que el Presidente al menos pudo hablar antes de morir. Ni una sola palabra salió de su boca contra su agresor. Aceptó el hecho de su muerte con estoica paciencia.

La señora de Carnot que se encontraba en Paris, al tener noticia del atentado se dispuso a partir para Lyon. A su llegada se le dijo que la ley exigía practicar la autopsia. Ella insistió en que no se hiciese. Entonces M. Fouchier, Procurador de la República, preguntó a los médicos si le era posible describir exactamente la herida sin un nuevo examen. Ellos dijeron que no. El Consejo de Ministros, reunido urgentemente, declaró que para que el defensor del asesino en el juicio no crease problemas al faltar este requisito legal, se “hiciese una autopsia local y parcial” que fue practicada a las 14:30.

Informe de la autopsia

Fue practicada por el famoso especialista en Medicina Forense Dr. Alexandre Lacassagne, ayudado por los Doctores Henry Coutage, Ollier, Rebatel, Poncet, Michel Gandolphe y Fabre que firmaron conjuntamente el protocolo.

Según el informe, el Presidente presentaba “una herida que penetraba inmediatamente por debajo de las falsas costillas del lado derecho, a 3 cm del apéndice xifoides. Medía 20-25 mm de longitud y había sido producida por arma blanca cuya hoja al penetrar había seccionado completamente el cartílago costal correspondiente, penetrando en el lóbulo izquierdo del hígado, a 5-6 mm del ligamento suspensor. Perforó el órgano de izquierda a derecha y de arriba abajo, hiriendo a su paso la vena porta que aparecía abierta por dos lugares. El trayecto de la herida en el interior del hígado era de 11-12 cm. Una hemorragia intraperitoneal fatalmente mortal, fue la consecuencia de esta doble perforación venosa”. “Lyon 25 de Junio de 1894”.

Acta de defunción

Fue expedida el 25 de Junio de 1894 a las 2 de la tarde ante el Alcalde de Lyon. En ella declaran los familiares que ha muerto Francois Marie Sadi Carnot, Presidente de la Republica francesa en Lyon, en el Hotel de la Prefectura a las 0.40 horas del 25 de junio.

Cumplidos todos estos requisitos legales, el Cadáver del Presidente Carnot era conducido a un tren especial para ser trasladado a Paris. La señora Carnot que le acompañaba, se había opuesto también enérgicamente a que el cadáver fuera embalsamado, permitiendo solamente que se le aplicaran una serie de inyecciones antisépticas con las que se intentó obtener un efecto similar. Monseñor Coublier rezó las últimas oraciones y los cañones tronaron con las salvas de honor reglamentarias, partiendo el fúnebre cortejo hacia París por vía férrea a las 7 de la tarde.

Las honras fúnebres tuvieron lugar en París el domingo siguiente, celebrándose el servicio religioso en la Catedral de Notre Dame, siendo enterrado el cuerpo en la Cripta del Panteón después de haber permanecido en el Eliseo el día anterior. Fué elegido como sucesor en la Presidencia de la República Mr. Casimir Perier, elegido por la Asamblea en sesión urgente.

El asesino

El asesino, detenido inmediatamente después del atentado, fue conducido al puesto de Policía de la rue Molière. Allí pudieron verle los periodistas de pie, junto a la pared. Con las muñecas esposadas y la cabeza baja, joven, imberbe, vestido con un traje de lana color marrón claro y una gorra del mismo color.

Interrogado por el Prefecto de Policía, el Comisario especial y otras autoridades, declaró fríamente en un mal francés, que era de origen italiano, se llamaba Santo Caserio y tenía 22 años. Le registraron, encontrando en sus bolsillos un carnet visado en París el 20 de junio de 1894 en el que se decía que era natural de Montevisconti, provincia de Milán. No le pudieron sacar más información, declarando que sólo hablaría ante el Tribunal que le juzgase.

Pero pronto se supo en Lyon que el asesino era italiano. Aquello desató la furia de la multitud, que sin poder ser detenida, asaltó varios establecimientos regentados por italianos incendiándolos después de maltratar a sus dueños.

De la Embajada italiana informaron a la Prefectura que el tal Santo Caserio era ya conocido hacía tiempo como un anarquista peligroso, especialmente en Milán donde había dedicado a realizar una violenta propaganda anarquista.

La ficha oficial de Caserio dice que desde los 18 años fue discípulo de un grupo de anarquistas, siendo asiduo lector de folletos y libros de dicha doctrina.

Caserio fue conducido a la prisión de Saint Paul de Lyon, edificio C, celda nº 41, comenzando inmediatamente la Policía a realizar averiguaciones tratando de descubrir si tenía cómplices y si se trataba de un complot. Hubo desórdenes en diversas ciudades de Francia donde algunos ciudadanos italianos fu eron maltratados y apedreados sus comercios. La Corte de Justicia de Rhône se hizo cargo de las diligencias previas.

De la Prisión de Saint Paul, el asesino fue conducido al día siguiente al Palacio de Justicia donde fue interrogado por el Juez de Instrucción M. Benoist.

  • Veamos Caserio ¿por qué habéis querido matar al Presidente de la República? ¿Tenéis algún resentimiento contra él?
  • No, era un tirano. Lo maté por eso.
  • ¿Eres anarquista?
  • Sí. Me enorgullezco de ello.
  • ¿Por qué le habéis matado?
  • Lo diré al Jurado. El conocerá el móvil que me ha hecho actuar. Yo explicaré mis razones.
  • ¿Tenéis cómplices?
  • No. Actúo yo solo, in ser empujado por nadie.
  • ¿Conocéis a alguien en Lyon? ¿Tenéis relaciones aquí?
  • Ninguna. No conozco la ciudad. Siempre he trabajado lejos de aquí, en Vienne, en casa de un panadero, hace un año.
  • ¿Cómo has dado la puñalada al Sr. Carnot?
  • Yo avancé rechazando al caballo de un coracero. Llevaba un

Puñal. No tuve más que levantar la mano. Ví el bajo vientre del Presidente y dejé caer con fuerza mi brazo gritando ¡Viva la anarquía! La gente se echó sobre mí, me tiraron, me molieron a palos. Los agentes me llevaron al puesto de Policía.

-¿Insistís en que no tenéis cómplices?

-Sí, pero a propósito ¿el Presidente ha muerto?

El Juez Benoist no le contestó, y Caserio que parecía pensar que su víctima había sucumbido, cosa que no sabía debido al aislamiento en que se le había mantenido, no pudo disimular su satisfacción. Sonrió y levantando la mano izquierda hizo el simulacro de golpear con un cuchillo.

Declaró también que le iban a matar inmediatamente después de atacar al Presidente y se extrañaba de estar aún vivo. Dijo:

  • Si yo hubiera sabido o previsto esta circunstancia, me habría puesto a correr conservando mi sangre fría y disimulándome entre la multitud hubiese gritado con todas mis fuerzas ¡Viva Carnot!

La Prensa difundió un dibujo tomado de una foto hecha a Caserio que lo representa llevando el traje de presidiario, con la cabeza inclinada y los ojos elevados, la mirada dura y mostrando una cicatriz o contusión en la mejilla izquierda.

La ficha policial de Caserio dice que medía 1,710 metros de estatura, cabellos castaños, barba naciente, frente derecha, nariz rectilínea, cara oval, mentón poco saliente.

Había nacido el 8 de septiembre de 1873 en Motta-Visconti, en Lombardía, hijo de Antonio y Martina Broglia, familia modesta y honrada, el segundo de siete hijos. Comenzó a trabajar en Milán como aprendiz de panadero y desde los 18 años fue discípulo de un grupo de anarquistas, siendo asiduo lector de folletos y libros de dicha doctrina. Pronto se convirtió en un agente de propaganda siendo detenido en 1892 por distribuir propaganda entre los soldados. Puesto en libertad provisional, escapó en 1893 del servicio militar pasando tres meses en Lugano como ayudante de un panadero, atravesando Suiza, siendo detenido en Lausanne y Ginebra. Luego estuvo dos meses en Lyon, tres semanas en Vienne y en octubre fue a Cette, donde se colocó en la panadería del Sr. Viala. Estuvo un mes en el Hospital por sufrir enfermedad venérea. Frecuentaba la compañía de un grupo de anarquistas que se reunían en el café Gard.

Trabajó en la panadería de Cette hasta el 23 de junio, fecha en que después de un altercado (al parecer provocado por él) se despidió arreglándole el jefe la cuenta abonándole 20 francos. Una hora después compró en la Armería de Guillaume Vaux de la calle La Caserne , cerca del mercado de La Mairie, un puñal damasquinado con mango convexo de cuero, pagando 5 francos por él. El puñal tenía una hoja de 16 cm y en ella una inscripción que decía “Recuerda Toledo”, aunque al parecer estaba fabricado en Thiers.

As 3 de la tarde tomó el tren a Mountbazin, cambiando a otro que le llevó a Avignon, donde llegó el domingo a las 2 de la mañana. Allí estuvo dos horas esperando el tren de Lyon, comprando un panecillo y un periódico en el que envolvió el puñal para disimularlo mejor. En este periódico leyó con detalle cómo iba a ser la jornada del Presidente Carnot. Tomó el tren hasta Vienne desde donde marchó a pie hasta Lyon, recorriendo así 27 Km.

El asesino del Presidente francés una vez detenido, contó al detalle todos sus movimientos, demostrando una memoria prodigiosa en todo momento. Relató como se fue aproximando al lugar por el que debía pasar el Presidente, cómo sorteó a la muchedumbre y se lanzó velozmente entre la escolta.

“Apoyé la mano izquierda en el coche y de un solo golpe dirigido de arriba abajo, con la palma de la mano hacia atrás, los dedos hacia abajo, hundí mi puñal hasta el mango en el pecho del presidente. Mi mano tocó su ropa. Dejé el puñal clavado en el cuerpo del Presidente y después grité: ¡Viva la Anarquía!”.

Un soldado de la guarnición de Marsella, llamado Edouard Leblanc, de 22 años de edad, que estuvo hospitalizado en Cette con Caserio en la Sala de enfermedades venéreas, confesó que ya le había oído contar a aquél la intención de matar al Presidente. Incluso le contó que en una reunión anarquista celebrada tiempo atrás en la misma ciudad, se había sorteado para ver a quién le tocaba asesinar al Presidente Carnot y la suerte había recaído en Caserio.

La razón de querer matarle era que el Presidente había negado la conmutación de la pena capital a los asesinos y también a los anarquistas, Vaillantt, Emile Henry y Ravachol. Desde entonces los revolucionarios le condenaron a muerte.

El propio Caserio confesó al juez, que se había estado entrenando con un cuchillo golpeando sobre una tabla para saber como y donde debía golpear a su víctima. Contó con notable cinismo que tenía como punto de mira la camisa blanca y el cordón rojo de la Legión de Honor que llevaba Carnot. Se declaró enemigo de explosivos que matan inocentes y defensor del puñal que se puede dirigir con acierto sobre el objetivo y que además requiere más valor.

En una reunión se propuso matar al verdugo a lo que Caserio replicó: “Sería tan inútil como quemar la guillotina, que debe servir para cortar la cabeza a Ravachol. Sólo son máquinas que no hacen más que obedecer a quienes las conducen. Es a estos últimos a quienes hay que eliminar”. El acto de Caserio fue, pues, premeditado desde la condena y ejecución de Ravachol.

Caserio sin embargo, negó en todo momento haber tenido cómplices, pro la Policía detuvo a 150 personas después de descubrir una densa red de asociación revolucionaria. Caserio declaró haber hecho el sacrificio de su vida “porque había sufrido mucho”. Durante su estancia en la cárcel, al principio por lo menos, no parecía tener conciencia de la gravedad de su acto. Silbaba y cantaba. No dijo ni una palabra de arrepentimiento.

El Director de la Prisión Mr. Raux, contaría más tarde que al ver la dulzura, los ojos candorosos y la aparente despreocupación de Caserio, nadie diría que se trataba de un peligroso asesino.

Algunos de los familiares de Caserio habían tenido trastornos mentales (dos tíos dementes) y su propio padre había sufrido ataques epilépticos.

El 25 de junio Caserio fue sometido a un examen médico en la cárcel. El médico de la prisión detectó trazas de lesiones cutáneas sifilíticas. Tenía además varias contusiones leves de los golpes recibidos durante la detención y la cara ligeramente tumefacta. El doctor León Blanc en su informe dice: “El llamado Caserio presenta en el cuerpo algunas contusiones insignificantes y erosiones. Presenta además numerosas pápulas (prurigo) y adenitis inguinal. Sífilis con restos de lesiones cutáneas sifíliticas y adenitis inguinales”. Fue fotografiado en la prisión el día 26 de junio.

El director de la prisión Mr. Raux, que le observó cuidadosamente durante todo el tiempo que estuvo allí, afirma que del mutismo inicial pasó a ser muy comunicativo con él, contándole con detalle fríamente su crimen y las razones que lo motivaron. Cuando Mr. Raux le hablaba de las miserias humanas. La dulzura de sus ojos se convertía en cólera y aspecto salvaje. Lo consideraba un fanático y cree que la idea del crimen estaba en su espíritu hacía mucho tiempo. Caserio le confesó que al matar al jefe del Estado creía haber hecho un gran servicio a los “miserables”. Estaba muy indignado con las ejecuciones de Ravachol, Vaillant y Emile Henry.

Sus lecturas favoritas habían sido las publicaciones de Kropotkine y Víctor Hugo que describe muy bien los sufrimientos humanos pero que no da remedios para ellos. Sentía aparentemente gran indiferencia por su familia (luego se vio que esto era solo un sentimiento que reprimía lo más posible), afirmando que su familia eran todos los miserables del mundo. No le importaba el sufrimiento que estaba padeciendo su madre. Lamentaba no haberse quedado con el puñal para abrirse paso con él y escapar.

Sin embargo, escribió a su madre desde la prisión recibiendo de esta y sus hermanas cartas. Entre las enviadas a sus hermanos pide a uno de ellos que le remita algo de dinero para comprar tabaco.

Señala, sin embargo, la falta de sentimientos afectivos por los suyos. Se siente como un ´iluminadoª. Hace bromas cínicas y crueles como cuando pidió que le dejasen escribir al nuevo presidente Casimir-Perier “para solicitar de él una ayuda económica como agradecimiento al acto por el cual le había dado la oportunidad de llegar a ser Presidente”. Cosa curiosa, uno de los libros que leyó en esos últimos días en la prisión fue El Quijote.

Pasó la mayor parte del tiempo en la celda durmiendo y reflexionando, leyendo a veces y sintiéndose contento del descanso del que gozaba en comparación con las fatigas de su oficio de panadero, aunque la monotonía de la prisión llegó a enervarle. Fumaba muchos cigarrillos. Contó a Mr. Raux que a él lo que le gustaba era viajar a pie como un vagabundo y que su ideal habría sido “caminar de pueblo en pueblo con una libra de pan en su bolsa y dos o tres paquetes de cigarrillos asegurados cada día”.

En la prisión escribió una especie de declaración justificando su acción criminal. En ella dice: “No pido perdón ni piedad…, sólo quiero hacer saber a mis compañeros obreros que no estoy loco como algunos han creído, sino que comencé desde los 14 años a conocer la sociedad, esta sociedad mal organizada que debemos a los que no hacen nada y consumen y a los que producen y no pueden consumir… Habiendo hecho muchos panes y gastado en ello nuestra fuerza física, no tenemos un solo pedazo de pan para nosotros cuando somos viejos y no podemos trabajar. Todos los que han “producido” se ven obligados a morir de “extenuación” y de miseria… Para mí la Patria es el mundo… Yo creía en Dios, pero al ver la riqueza de los que son jefes de la Iglesia, me hice ateo”.

La aparente indiferencia de Caserio y su cinismo, ocultaba, sin embargo, profunda preocupación que se fue trasluciendo a medida que pasaban los día en prisión.

Rechazo toda defensa. No quería defenderse sino hacer una simple declaración ante el Jurado. Por ello escribió varias hojas en italiano, su lengua natal, para que fuesen leídas ante el Jurado.

Demostró un odio profundo y violento hacia todo lo que revistiese un carácter religioso. Consideraba a la religión como un instrumento de dominación. Pero el aislamiento en la prisión cambió en unos días su exaltación inicial en depresión. Teme la llegada del momento fatal de enfrentarse a la guillotina. Se queja de vértigos y hay momentos en que parece estar aturdido. Pasea por la celda pero no deja de dormir profundamente casi todos los días.

Rechazó toda asistencia religiosa. Sin embargo, recibió al padre Gras, venido de Italia de su pueblo para asistirle. Era el que le había enseñado la doctrina Cristiana. Caserio le recibió e incluso le abrazó “como compatriota”, pero no quiso saber nada de los aspectos religiosos. Dijo que temía que sus compañeros anarquistas creyesen que era débil. Se negó a firmar un poder de casación y recurso de gracia, diciendo que eso eran tonterías. Sabía la suerte que le esperaba y no quiso pedir nada.

El psicólogo que estudió a Caserio señala que su inteligencia era limitada pero entera. Sus puntos de vistas eran falsos, pero sus razonamientos eran deducidos de esta falsedad con lógica. Su concepto de la amistad era vivo, pero amistada solo con lo que sea anarquista, no con los demás. Era obsesiva en él esta ideología. No podía querer bien más que a los anarquistas.

En una de sus cartas hallada en Turín dice: “¡Viva la republica y la guillotina para nuestros compañeros! ¡Viva España y sus fusiles que fusilaron a seis compañeros, pero un día nosotros los vengaremos! ¡Muerte a los burgueses! ¡Viva la anarquía!”.

Llamo la atención en sus cartas siempre “la ausencia de la mujer”, como si para el no existieran, sin embargo, tenía sífilis. En ninguno de los autores que han tratado sobre él se menciona la faceta homosexual. Consideran los estudiosos de su personalidad que toda su energía y en ello entra la sexualidad, está concentrada sublimada en su fanatismo político.

Ante la Corte de Justicia y el Jurado se presenta esposado en el banquillo, calmoso y sonriente al principio, con su mirada de fanático recorriendo la sala. Responde a las preguntas con vos monótona, de ventrílocuo, como un autómata. Le ayuda un interprete. El Procurador General, Mr. Fochier va interrogando a los testigos: el general Vorius, jefe de la Casa Militar del Presidente, el general Voisin Gobernador Militar de Lyon, los doctores Ollier, Poncet, Lacassagne y otros profesores de la Facultad de Medicina de Lyon, el soldado Leblanc que hizo las importantes declaraciones que demostraron la premeditación del crimen.

  • Soy absolutamente responsable de mis actos, declaró Caserio cuando el Fiscal le preguntó.
  • ¿Por qué mató a Carnot?
  • Porque hizo subir a mis compañeros a la guillotina. Mi patria es el mundo, contestó Caserio.
  • ¿No tuvo un momento de duda pensando en el acto que iba a cometer?
  • No, vine directamente para ejecutarlo.
  • Cuando apuñaló al Presidente y éste le miró ¿supo sostener su mirada sin bajar los ojos?
  • Sí, no me hizo ninguna sensación, dijo cínicamente.
  • ¿Dónde quiso golpear?
  • En el corazón, pero mi brazo se desvió. Luego grité: ¡Viva la anarquía! Y por eso me detuvieron.
  • ¿Odia Usted a todos los Jefes de Estado?
  • Sí, a todos. Soy anarquista.

El Procurador señaló que el Presidente Carnot había recibido varios meses antes de su muerte una carta escrita con sangre en la que el anónimo redactor le condenaba a muerte. A pesar de todo, Caserio siguió negando la existencia de un complot o de cómplices.

-Volvería a hacerlo, exclamó con violencia.

Sin embargo, al hacer su defensor de oficio su alegato, contando al Jurado la vida de Caserio desde niño, los sufrimientos de su madre y otros detalles más, Caserio no pudo disimular más ni dominarse y rompió a llorar. Y cuando mencionó el hecho de que el abogado anarquista Gari había sido su maestro, Caserio interrumpió gritando:

  • ¡Es falso, no he tenido un maestro, no he sido discípulo de nadie!

Cuando le dijeron si tenía algo que decir, Caserio sacó su papel escrito en la prisión y leyó unza apología del anarquismo. El Jurado deliberó y declaró culpable al magnicida. El Presidente dictó la sentencia: “Pena de muerte que será ejecutada en Lyon”.

Al oírlo Caserio, rompió su mutismo dando gritos en su lengua natal. Luego fué conducido a la prisión de Saint Paul nuevamente, a la celda 41 donde comió con apetito, diciendo al señor Raux que sentía haber llorado durante el juicio.

-¿Qué van a pensar mis compañeros de ese momento de debilidad?-

El señor Raux le preguntó: – ¿Qué harías si pudieses recobrar tu libertad?

Caserio contestó mirándole fijamente:

-No volvería a matar, pero seguiría manteniendo mis ideas.

Los últimos días de Caserio en la prisión después del juicio y condena, se caracterizaron por un nerviosismo que fue en aumento. El día 8 de Agosto dijo a Raux que solo deseaba una cosa y es que llegase Deibler (el verdugo) lo mas rápidamente posible. “Este periodo de espera, dice en sus memorias el Director de la prisión, “es para el criminal, que se siente irrevocablemente abocado a la guillotina, un sufrimiento moral muy intenso y constituye un castigo terrible”.

Caserio firmo un documento preparado por su abogado por el que solicitaba que su cadáver no fuera utilizado para hacer experimentos en la Facultas de Medicina. Caserio justifica este documento diciendo que el cadáver de un decapitado es más un objeto de curiosidad que un tema de estudio y a él le repugnaba servir después de muerto de “diversión para los burgueses”. Luego recordó que el asesino Vaillant tomo la misma decisión antes de ser guillotinado mientras que Emil Henry hizo todo lo contrario. Después de la autopsia, los médicos dijeron que el miedo le había matado antes de que cayera la cuchilla.

Se quejó de dolores de cabeza, estaba inquieto, sus sueños eran cortos, con sobresaltos y fue perdiendo el apetito. La idea del castigo le trastornaba y cada vez era menos comunicativo. Trataba de hacer esfuerzos para disimular sus sentimientos más íntimos. Su calma aparente, a veces era simulada y calculada. Incluso se permitió algunas bromas macabras diciendo: “San Pedro no me abrirá la puerta del Paraíso y seré enviado al infierno con Ravachol, Henry y Vaillant y allí entre los cuatro organizaremos una revolución entre los condenados, apuñalaremos al demonio y derribaremos las puertas del Paraíso”.

Caserio no creía en la muerte absoluta del individuo con la terminación de la vida. Pidió al Director de la cárcel que se preocupara de que le inhumaran. Hubiera preferido ser incinerado, pero en Lyon no existía horno crematorio.

Confesó a Raux que si hubiese visto una o dos veces al Presidente Carnot antes de su viaje a Lyon no hubiera tenido el valor de matarle. “La mirada dulce que fijó sobre mí cuando le hundí el puñal en el pecho, no me impresionó en aquel momento, pero después de su muerte me ha quedado grabada en la cabeza y no la puedo olvidar”.

La ejecución

Se dudaba hasta el último momento sobre la fecha de la ejecución de Caserio. El 15 de Agosto, el Defensor de Oficio se había marchado al campo pensando que aún tardaría un par de días en tener lugar. Poco después recibió un telegrama urgente para que regresase inmediatamente y asistiese hasta el final a su cliente.

Caserio cuando cree que nadie le observa está sobrio y abatido. Pero en cuanto se da cuenta de que le ven, cambia de actitud y trata de aparentar entereza. Decía Mr. Raux: “Si Caserio fuese ejecutado en un rincón de la prisión en presencia de una docena de espectadores, se debilitaría y encontraría mal, pero cuando vea a su alrededor un público ávido de conocer sus impresiones, adoptará esa máscara cínica que presentó en el juicio y tratará de morir valientemente”.

Aquel día Lyon estaba de plenas fiestas. A pesar de ello o a causa de ello, para que pasara más desapercibida se decidió que la ejecución tuviera lugar en la plaza situada delante de la prisión en la que el público podía ser mantenido fácilmente a distancia del cadalso. Solo por medio de una tarjeta especial se podía entrar en el recinto de la plaza.

Era 16 de Agosto de 1894. Comenzó una fuerte lluvia acompañada de granizo, del tamaño de nueces. Aún de noche llegó el verdugo Deibler, procediendo inmediatamente al montaje de su instrumento. La lluvia había cesado y la noche quedó clara. A pesar de la reserva con la que se había llevado todo, las ventanas de los edificios que daban a la plaza y aún los tejados, estaban llenos de curiosos. Caserio dormía en su celda. No creía que el momento era tan inminente. Se suponía que debía sufrir la pena de los parricidas que según el Código Penal francés consistía en hacer caminar al reo descalzo desde la prisión hasta el cadalso donde se alzaba la guillotina. Pero se dio orden de ejecutarle como un condenado ordinario, es decir, sería llevado en un furgón.

A las 4,30 de la madrugada del 16 de agosto penetran en la celda 41 el señor Raux, acompañado por el doctor Blanc, el padre Porthus y su abogado defensor. Despiertan al reo con dificultad. Caserio comprende enseguida que es el final. Palidece y un temblor general se apodera de él. Le preguntan si tiene algo que revelar. Dice que no. Le preguntan si desea la asistencia del sacerdote. La rechaza. No podía vestirse por sí mismo debido al temblor de la manos y tuvieron que ayudarle a ponerse los pantalones. Le ofrecen una bebida reconfortante. La rechaza también. Con la cabeza baja se encierra en un profundo mutismo. El verdugo le ata las manos, corta el cuello de su camisa y le hace subir al furgón. Caserio llora y sus dientes castañean. Al llegar a la guillotina tienen que sostenerle para que no caiga desmayado. El verdugo le hace arrodillarse y coloca su cabeza en el hueco del tajo bajo la cuchilla. Caserio intenta gritar, pero su voz ronca sale apagada, apenas audible. Raux sin embargo le oyó decir: “¡Viva la anarquía!”.

La cuchilla cae velozmente separando cuestión de segundos la cabeza del cuerpo del criminal. Un enorme chorro de sangre sale por el cuello manchando el cesto y la cabeza caída en él. El publico presente aplaude vivamente gritando: “¡Se ha hecho justicia!”. El cadáver de Caserio es colocado en el furgón y llevado al viejo cementerio de la Guillotière donde el Comisario de Policía Mr. Picard supervisó la inhumación. El verdugo recogió rápidamente sus instrumentos limpiándolos y preparándolos para viajar a Montbrison donde tenía que cortar otra cabeza, la del asesino del abominable crimen de Saint Medardo.

Texto extraído del sitio: http://www.gorgas.gob.pa/Documentos/museoafc/loscriminales/magnicidios/sidi%20carnot.html

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