“El Mozart del ajedrez” y “el mejor embajador de España” eran algunas de las flores que Arturo Pomar recibía en Londres o en Hollywood, y también en Madrid cuando era aclamado como un héroe; el NO-DO (noticiero que se proyectaba en los cines antes de las películas) y la prensa nacional le otorgaban un trato similar al que hoy se dedica a Messi. Eran los años cuarenta: bloqueo internacional, cartillas de racionamiento, pobres pero alegres. Los cantantes Joselito (nacido en 1943) y Marisol (1948), y el ajedrecista Pomar eran los niños que necesitaba el franquismo.
Todo empezó en 1943 cuando un periodista llamado Manuel de Agustín (1915-2001) convenció en plena calle al general Moscardó (máximo dirigente del deporte español por entonces) de que le proporcionase un destino benigno en el servicio militar porque ya había luchado en la guerra: “Ante decenas de curiosos, le demostré que el ajedrez es un deporte y le sugerí que yo sería mucho más útil organizando el Campeonato de España”, explicó varios decenios más tarde. El campeón de Baleares, Ticoulat, se negó a viajar a Madrid porque había sufrido represalias políticas, y recomendó que se invitase a un niño de 11 años que triunfaba en las islas. Paralelamente, De Agustín mantenía una lucha profesional contra Manuel Fernández Cuesta, director de Marca, que un día le dijo: “El ajedrez no me interesa, porque los jugadores están locos. Pero te haré caso si me traes un fenómeno, una luciérnaga que alumbre nuestras páginas”.
Pomar, cuya madre le preparaba chocolate con bizcochos durante las partidas, terminó el último pero asombró. Era lo que De Agustín necesitaba, para gritarle a su director: “Manolo, ya tengo la luciérnaga”. Aquel niño brilló sin cesar y, de paso alivió las penurias económicas de su familia dando exhibiciones de partidas simultaneas por doquier. A los 12 años hizo tablas tras ocho horas en Gijón con el campeón del mundo Alexander Alekhine. A los 14 años se proclamó campeón de España y dejó atónitos a los participantes con su 51 puesto en el Torneo de la Victoria. Los espectadores abarrotaban las salas donde actuaba y le aclamaban como a un torero desde los primeros lances.
Ese mismo año fue sometido a un examen psicotécnico por el doctor José Escudero, cuyo diagnóstico fue claro: “Se trata de un superdotado, con una edad mental que corresponde a adultos superiores”. Sin embargo, ese mismo Gobierno de Franco que tanto alardeaba de aquel niño deslumbrante no lo ayudó cuando debió hacerlo. Pomar se ganó un enorme prestigio internacional -por ejemplo, hizo tablas con Bobby Fischer en el Torneo Interzonal de Estocolmo, en 1962-, pero tuvo que seguir trabajando en Correos durante los años más importantes de su carrera deportiva.
Siete veces campeón de España, ganador de varios torneos internacionales, participante en doce Olimpiadas de Ajedrez con muy buenos resultados (bronce individual en Leipzig 1960)… pero maltratado por el mismo Gobierno que tanto le ensalzaba. Quien describió esa situación de una manera más cruda y realista fue el insigne entrenador soviético Alexánder Kótov: “Si Pomar hubiera nacido en la Unión Soviética, sería aspirante al título mundial”.