Arturo Jauretche, un gil avivado

Arturo Jauretche, autodefinido “pensador social” , es para muchos la encarnación del pensamiento nacional, esa figura tan elusiva que ha intrigado a intelectuales de todas las épocas. Su relevancia en ese rol se destaca además por el hecho de que en el 2003 la fecha de su nacimiento, el 13 de noviembre, fue declarada “Día del pensamiento nacional”. Si su postura ultra nacionalista es o no el genuino reflejo del pensamiento argentino no termina de quedar claro, pero ciertamente las ideas de Jauretche no son nada desestimables. Su influencia y su capacidad de permanecer en el tiempo se podría medir, después de todo, en algo tan banal como el uso de palabras jauretcheanas como “tilingo”, “vendepatria” o “cipayo”.

Asociado en general a una postura más irreverente e incluso revolucionaria, sorprende ver que Jauretche militó en su juventud en las filas del Partido Conservador en Lincoln, su pueblo natal, algo que le venía de tradición familiar. Él mismo luego bromeó acerca de esto diciendo: “Al revés de tantos políticos, yo subí al caballo por la derecha y termino bajándolo por la izquierda”. No fue sino hasta iniciada la década del 20, luego de la Reforma Universitaria, del desarrollo de un interés en los temas de la Revolución Mexicana y, especialmente, del contacto con su compañero en la facultad de Derecho, Homero Manzi, que empezó a interesarse por el radicalismo yrigoyenista. Jauretche abrazó la causa al punto de que con la llegada del golpe del ’30 – un evento que había sido apoyado por amplios sectores de la sociedad y por fuerzas políticas de todo signo – no dudó en tomar las armas para salir a defender al presidente derrocado. Este espíritu es lo que lo llevó a unirse en 1933, fusil en mano, a la fallida sublevación de los hermanos Bosch y Francisco Pomar en Paso de los Libres, por la que terminó preso. Los meses pasados en cautiverio no fueron en vano, ya que los dedicó a escribir su primer libro, El Paso de los Libres (1934), un relato de los hechos revolucionarios hecho en tono épico gauchesco que le ganó la admiración del mismo Borges, prologuista de la primera edición.

A mediados de la década del treinta, los conflictos internos de la UCR también marcaron el derrotero de Jauretche y otros intelectuales relacionados al ala más radicalizada del partido. En contra de la línea “electoralista” oficial, el 29 de junio de 1935 se creó la Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina, más conocida como FORJA. Esta agrupación, cuyo núcleo fundador incluyó a Jauretche, Homero Manzi, Carlos Maya, Luis Dellepiane y otros, se posicionaba en primer lugar en contra de la dirigencia radical y denunciaba a los “ancianos caballeros” que querían sacarle lo revolucionario a la UCR. A través de un extenso material de difusión que incluyó los famosos Cuadernos, conferencias y volantes, la agrupación se dedicó a señalar críticamente iniciativas específicas que los gobiernos conservadores llevaban a cabo, con el apoyo radical, como la política petrolífera, la creación del Banco Central o el pacto Roca-Runciman.

Pero FORJA hizo un poco más que solo esto, ya que al mismo tiempo que apuntaba contra la UCR supo desarrollar una crítica más amplia enmarcada desde una fuerte visión revisionista, algo que es extensible a la metodología de varios de sus miembros y que llegaría a caracterizar lo que hoy conocemos como el pensamiento típicamente jauretcheano. La principal idea esgrimida por el forjismo era la de desenmascarar los finos procesos por los que se intentaba mantener oculto el hecho de que el país se encontraba en un estado semi-colonial. Desde siempre, luego diría Jauretche, el país había estado metido en esta lógica imperialista sostenida por lo que denominó “colonialismo pedagógico”, es decir, la creación de una cultura hecha de ideas extranjeras que existían para justificar este proceso. Las elites intelectuales o intelligentzia, término que él consideraba peyorativo, había impulsado un proyecto que hacía que el país se mirara en un espejo ajeno, siempre aspirando a lo europeo en detrimento de lo americano (algo aplicable para el liberalismo y el marxismo), y había estado dispuesta a destruir su propia cultura para remplazarla por una aparentemente mejor. En este proceso, amparada por falsedades históricas construidas para desestimar el sentido común, la Argentina había sido puesta a disposición de intereses extranjeros, fundamentalmente británicos, que lejos de traer el progreso mutuo de ambas partes, habían terminado por empobrecer al país y enriquecer al colonizador. Conocer todo esto, dejar de ignorar y ser un “gil avivado” como Jauretche decía, era una forma de liberarse y desembarazarse de estas “zonceras”.

Este pensamiento articulado desde FORJA, aunque siempre desde sus limitadas capacidades de difusión, llegó a tener un fuerte impacto más allá de las filas radicales, especialmente en los sectores críticos “huérfanos” que no comulgaban con ningún partido político. Esto, que muchos críticos tendieron a estimar entre la vaguedad y la independencia, sin embargo se terminó con la llegada del 17 de octubre de 1945. Ese día, tanto Perón como los intelectuales de FORJA se convencieron de que la clase obrera era un actor político suficiente para llevar adelante una transformación y que no hacía falta seguir apoyándose en el marco del radicalismo para garantizar una base popular. Considerando que los objetivos de FORJA se habían cumplido “al definirse un movimiento popular en condiciones políticas y sociales” capaz de llevarlos a cabo, la agrupación se disolvió formalmente el 15 de diciembre de 1945 y varios de sus miembros pasaron a ocupar cargos importantes, luego, en la administración peronista.

En el caso de Jauretche, admirador de las políticas económicas peronistas a favor de la industria nacional, llegó a ser nombrado presidente del Banco Provincia en 1946. Desde esa posición favoreció los créditos para el desarrollo de actividades industriales, pero en 1951 fue despedido luego de acceder a dar un préstamo al diario opositor La Prensa.

A pesar de las diferencias con el régimen, la caída de Perón propició un nuevo despertar en Jauretche e inmediatamente participó de la Resistencia creando nuevos medios como el periódico El Líder o el semanario El ’45 o directamente apuntando contra las políticas del gobierno de Aramburu, como en El Plan Prebisch. Retorno al coloniaje (1956). Comulgó con el frondizismo e intentó volver a la política en 1961 cuando se presentó para ser senador, pero el fracaso lo hizo volver a las letras. Así es que estos años son vistos como los del nacimiento del Jauretche escritor, autor de muchos libros en los que continuó desarrollando las ideas nacidas en sus años de FORJA y se posicionó en contra del pensamiento dominante en lo económico, lo político y lo social. Mención especial merecen sus libros de corte sociológico como Los profetas del odio (1957) y su adenda La yapa (1967), El medio pelo de la sociedad argentina (1966) y Manual de zonceras argentinas (1968), ya que con su crítica interpelaron a una clase media que estaba radicalizándose progresivamente en las décadas del sesenta y del setenta.

Políticamente cercano a la Tendencia, aunque sin apoyar la lucha armada, y feliz de ver a Cámpora asumir la presidencia en el ’73, para inicios de los setenta Jauretche ya era definitivamente reconocido como un pensador fundamental y, además de trabajar como director de EUDEBA, estaba escribiendo sus memorias. Por esas cosas de la vida, el autoproclamado pensador nacional terminó falleciendo, justamente, el 25 de mayo de 1974.

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