Arthur Rimbaud es uno de esos poetas que alcanzaron la inmortalidad, no sólo por el hecho de haber sido señalado como el sujeto que prefiguró la lírica moderna, sino por la genialidad de haber desarrollado la totalidad de su obra poética siendo adolescente y en el espacio de tan solo 5 años.
Rimbaud es el poeta maldito por excelencia, pero sería errado concentrarse sólo en la espectacularidad de sus excesos. Como él mismo indicaría en su manifiesto poético, “yo soy otro” y, en este caso, lo que aplica para su arte aplica a su realidad. Había muchos Rimbauds y toda su vida está marcada por la transformación constante.
Su infancia, por ejemplo, lo encuentra siendo un niño aplicado en la escuela, superdotado incluso, que tenía una vida familiar opresiva caracterizada por la ausencia de su padre y la severidad de su madre. Quizás sea este ambiente tan pesado lo que lo inspiró a desarrollar su búsqueda más grande: la de la libertad. Ávido por escapar, la evasión (de uno mismo o de otro), la revolución y la denuncia de la autoridad terminaron siendo un tema constante en su obra, pero también en su vida.
Rimbaud, de sólo 17 años, acudió al llamado y se instaló en la casa de los suegros de Verlaine de forma intermitente entre septiembre de 1871 y julio de 1872. Estos años parisinos del joven fueron feroces y la mayoría de los testimonios de quienes lo conocieron básicamente destacan su aura infernal, sin dudar en calificarlo, directamente, de delincuente juvenil. La visión poética de Rimbaud, el buscar las visiones de la realidad que no estuvieran enmascaradas por la pátina de la civilización y los valores burgueses, le demandaba un proceso creativo sumamente patológico. El fin último era “desarreglar los sentidos”, algo que lograba usando alcohol, drogas, violencia o lo que fuera, para entrar en contacto con aquello que hoy llamaríamos el inconsciente y así dar rienda suelta al potencial del poeta como “vidente”, alguien capaz de reconocer lo que él llamaba “las visiones de la realidad”.
Desatado, capaz de hacer de cualquier cosa su blanco, la violencia de Rimbaud encontró un complemento explosivo en la de su benefactor Verlaine. Este sujeto, alguien que durante sus ataques de ira y borrachera era capaz de pegarle a su madre o de lanzar a su hijo de tres meses contra la pared, se sintió cada vez más atraído por el joven Rimbaud, diez años menor que él, y juntos empezaron uno de los primeros romances homosexuales públicos de la historia de la literatura.
Las cosas entre ellos a nivel pareja, previsiblemente, terminaron mal. En 1873, Verlaine abandonó a Rimbaud en Londres, dejándolo en la pobreza y luego, arrepentido, lo convocó en Bruselas. El joven viajó, convencido de terminar todo, pero el drama característico de la relación terminó con Verlaine disparando sobre su amante e hiriéndolo en una muñeca. Rimbaud llamó a la policía y Verlaine terminó preso, condenado a dos años de encierro por el intento de homicidio, todo agravado por sus probadas inclinaciones homosexuales.
Acabada la situación en 1873, Rimbaud volvió a su hogar en Charleville, terminó Una temporada en el infierno y la hizo publicar, de su propio bolsillo, en Bruselas. Todavía dado a la poesía, luego de conocer al poeta Germain Nouveau, partió junto con él a Inglaterra, dónde mientras ambos trabajaban de profesores de francés, terminó de escribir Iluminaciones. El fin de esta experiencia en 1875 resultó en el fin de su carrera como escritor.
La vida de vagabundeo de Rimbaud, que lo llevó a más países y lo hizo conocer más culturas que cualquier otro poeta de su tiempo, llegó a su fin en 1891, cuando por una dolencia cancerígena en una rodilla fue repatriado a Francia. Allí, llegado a Marsella como un desconocido, le amputaron la pierna y convaleció por varios meses en el hospital. Entre las presiones de su hermana y su propia espiritualidad, que quizás yacía debajo de todo en lo que se había convertido, terminó por aceptar los sacramentos de la Iglesia Católica y murió el 9 de noviembre de 1891, en el anonimato.
Su antiguo amante Verlaine, nunca lo olvidó e, incluso, contribuyó a crear su legado. Ellos se habían visto por última vez en 1875 en Alemania cuando él recién había salido de la cárcel y Rimbaud lo recibió en su hogar en Stuttgart. Allí, se dice que Verlaine, armado de una renovada fe católica, intentó convencer a su antiguo amante de su bondad, pero este no quiso saber nada. Durante el exilio y luego de la muerte de Rimbaud, Verlaine dedicó un capítulo laudatorio al autor en Los poetas malditos (1884) y luego publicó los manuscritos inéditos de Iluminaciones (1892) y Poesía Completa (1895). Estos tomos, mucho más que cualquier poesía de Verlaine, tuvieron una influencia impresionante sobre los poetas del siglo XX. Fueran simbolistas, surrealistas, Beats o Bob Dylan, todos se dejaron llevar por esa búsqueda de la parte fragmentada, de ese Otro, que habita en cada individuo.