Antonio Bonet: el olvidado arquitecto que se hizo famoso en el exilio
Victoria Bonet compartió los pasillos de su infancia con intelectuales como Pablo Neruda, Tàpies, Le Corbusier, Pepe (José) Bergamín o el cardiólogo Cuatrecasas. Rafael Alberti o Maruja Mallo fueron su familia. Y en uno de sus cumpleaños, Pablo Picasso le regaló el cuadro de una amazona porque supo de su admiración por los caballos. Su casa, la casa de su padre, el arquitecto catalán Antonio Bonet (Barcelona, 1913), fue el centro de la vida cultural de escritores y artistas en el exilio de la dictadura franquista al otro lado del Atlántico.
El proyecto urbanístico que desarrolló en Punta Ballena, cuyo edificio inaugural fue la hostería Solana del Mar, declarada Monumento Histórico del Uruguay, dio a Bonet fama internacional con tan solo 33 años. Un prestigio que sorprendentemente no ha tenido el mismo eco en España, pese a haber dejado obras como la actual sede del Tribunal Constitucional, en Madrid (que proyectó junto a Francisco G. Valdés), y la torre de la plaza Urquinaona, el Canódromo o su famosa casa La Ricarda, en Barcelona.
Su hija reivindica la obra de su padre, pero también nos ofrece otra visión del arquitecto: la de un esteta obsesionado por vivir rodeado de belleza costara lo que costase.
“En casa teníamos que tapar las etiquetas de las botellas de Coca-Cola, del azúcar, de la leche… Y si un día llevaba una camiseta con el logo de una discoteca preguntaba con ironía: ‘¿Te pagan por llevar eso?”. Si, como solía decir, “un personaje necesita un decorado y una persona, un espacio para vivir”, él era un personaje. Y su escenario, fruto también de un tiempo, la excepcional comunidad de ilustres exiliados que logró reunir en Punta Ballena.
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Antonio Bonet en la silla BKF junto a su hija Victoria (Barcelona, 1961). | CORTESÍA DE VICTORIA BONET
‘El nen’ prodigio que conquistó a Le Corbusier
“Fue un niño prodigio, con una vocación tan marcada que jamás dudó cuál era su camino”, cuenta su hija. Cuando estudiaba Arquitectura, sus compañeros le llamaban el nen por su edad, pero también porque aparentaba menor de lo que era. “Ganaba algún dinero dibujando por las noches y trabajaba en el estudio de Josep Lluís Sert durante el día”.
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Antonio Bonet junto a Le Corbusier y Josep Lluís Sert en París (1937). | CORTESÍA DE VICTORIA BONET
Con 20 años, en 1933, fue el único estudiante invitado al barco Patris II, que llevaba a bordo a los profesionales más destacados para participar en el IV Congreso de Arquitectura Moderna (CIAM) en Grecia, en el que se firmaría La Carta de Atenas. Allí conoció a Le Corbusier, quien tras varias charlas en alta mar le ofreció ir a trabajar con él a París. Bonet le confesó que aún no había terminado la carrera y no podía aceptar. Pero tres años más tarde, ya con su título bajo el brazo, tomó un tren rumbo a París para encontrarse con él.
Llegó a una ciudad en ebullición política y cultural donde se estaba gestando la modernidad. “Asistía con sus amigos a todas las tertulias que podía cuando tenía algo de dinero. Cuando no, compraban entre varios una botella de coñac, lo más barato, y se presentaban en casa de algún conocido para iniciar sus propios debates”, cuenta Victoria. Una de esas viviendas era la de una aristócrata rusa cuyo hermano, que era muy tímido, se hizo amigo de Bonet. Ese joven apocado era Yul Brynner, quien años más tarde se haría famoso dando vida en el cine a Ramses II y al pistolero de Los siete magníficos. París era el sitio en el que todo era posible.
Su participación en la construcción del Pabellón Español de La República para la Exposición Internacional de París de 1937 le permitió conectar con los grandes artistas de la época. Allí conoció a Dalí, Miró, Calder o Picasso, en el momento en el que decidía en qué pared se emplazaría El Guernica.
Exilio y otros comienzos en mitad de la nada
Mientras tanto, España se encontraba en plena Guerra Civil. Sus compañeros de estudios, Jorge Ferrari-Hardoy y Juan Kurchan, le convencieron para que se trasladarse a Buenos Aires, el nuevo punto álgido en América. Apenas un año después de su llegada, en junio de 1939, firmó con ellos el manifiesto del Grupo Austral, Voluntad y Acción, un documento teórico de ocho páginas donde se encuentran los estatutos de un colectivo de arquitectos cuya misión era liderar en clave moderna las acciones para Argentina.
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Antonio Bonet (con los planos para la plaza de toros de Madrid) junto a Picasso, Jaqueline, Luis Miguel Dominguín y Lucía Bosé. | CORTESÍA DE VICTORIA BONET
Cuando ya estaba instalado, le ofrecieron un atractivo proyecto en Uruguay: poblar Punta Ballena, un territorio de 1.600 hectáreas al que se podía acceder por hidroavión y caminos de tierra. Había pertenecido a un rico empresario. Y al morir, sus ocho hijas crearon una sociedad para desarrollar una urbanización de lujo que preservara el arboreto de Arboretum Lussich que se emplazaba allí. Bonet tenía por aquel entonces 32 años y se acababa de casar. Pero no dudó en aceptar el encargo y volver a hacer sus maletas.
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Barandilla de la casa La Rinconada, durante las obras en la colonia de Punta Ballena (Uruguay). | CORTESÍA DE VICTORIA BONET
Allí les cedieron una cabaña de caza sin luz, agua caliente ni calefacción. “Mi padre tuvo que contratar 1.500 hombres para las obras y mi madre se quedó sola en la cabaña, rodeada de un bosque que, aunque era maravilloso, le resultaba extraño tras años de intensa vida social en Buenos Aires”.
Sobre un territorio virgen, desarrolló la urbanización y la hostería Solana del Mar. La bóveda catalana se convirtió en protagonista de su creación. Llevó el Mediterráneo a la orilla del Atlántico, donde plasmó su gran amor por el espacio, la luz y la arquitectura consciente del entorno. “Su idea era poblar Punta Ballena de amigos para crear un lugar muy especial que llenara también los vacíos emocionales. Y lo consiguió. Levantó casas para todos: Pepe Bergamín, Margarita Xirgu —la actriz favorita de Lorca—, Cuatrecasas, Maruja Mallo o Pablo Neruda. La urbanización de la intelectualidad.
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Antonio Bonet con el arquitecto y diseñador finés Alvar Aalto en el barco Patris II, en 1933. | CORTESÍA DE VICTORIA BONET