Ali Agca, el terrorista que atentó contra Juan Pablo II

Muchos recordamos el momento en el que el papa Juan Pablo II fue herido de bala durante una de sus multitudinarias procesiones en la plaza de San Pedro del Vaticano. Aquel 13 de mayo de 1981 significó un antes y un después para la Iglesia católica y sus fieles, pero también para el hombre que intentó matar al santo padre, Mehmet Ali Agca. Desde aquel instante las medidas de seguridad en torno a la Santa Sede se extremaron, el amplio cordón con los seguidores se acortó y se blindó el transporte papal, al que pasamos a conocer como Papamóvil.

Han tenido que transcurrir más de treinta años del incidente para que su agresor explicase los motivos del atentado. Mientras que en un primer momento, Agca proclamaba sus acciones como un acto reivindicativo para defender a las víctimas que cayeron por el capitalismo; en los últimos años, se había dedicado a lanzar la flecha envenenada de una conspiración perpetrada por ayatolá Jomeini y el gobierno iraní contra el antiguo pontífice. ¿Quién es el terrorista que a punto estuvo de asesinar al ‘papa viajero’?

Fue miembro de los Lobos Grises

Mehmet Ali Agca nace el 9 de enero de 1958 en Hekimhan, un suburbio de Malatya (Turquía), en el seno de una familia humilde. No hay información alguna acerca de si fue a la escuela, pero sí que trabajó desde muy niño ayudando a su familia. Sus quehaceres cotidianos consistían en vender agua y recoger los restos de carbón que encontraba en la estación de tren.

Aunque fueron las malas compañías las que hicieron que su camino se desviase hacia la delincuencia. Su carácter se forjó en las pandillas callejeras de su barrio, donde empezó cometiendo pequeños hurtos y acabó siendo traficante de droga.

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Ali Agca bajo arresto policial en 1981

Ali Agca bajo arresto policial en 1981

Su personalidad se endureció con el entrenamiento que recibió por parte del Frente Popular para la Liberación de Palestina. Durante dos meses, Agca aprendió a utilizar toda clase de armamento y a instruirse en tácticas terroristas en Siria. Al terminar, se alistó como miembro de los Lobos Grises, organización de extrema derecha que dependía del partido Movimiento Nacional del coronel Alparslan Turkes, los mismos que llevaron a Turquía a un golpe militar en 1980.

Su carrera delictiva estaba en pleno auge, así que para evitar ser detenido en Malatya utilizó documentación falsa con la que huir hasta Estambul.

Sangre en el Papamóvil

El primer asesinato con el que se le relacionó fue el del periodista liberal turco Abdi Ipekci, al que mató el 1 de febrero de 1979 por orden del Movimiento Nacional. Las autoridades le detuvieron por el homicidio y, cuando iba a ser condenado a muerte por rebeldía, Agca se fugó el 23 de noviembre. Parecía algo imposible, ya que lo habían recluido en la cárcel más segura del país, la de Kartal Maltepe, al sudeste de Estambul.

Su huida se prolongó hasta el mismo día en que intentó asesinar al papa Juan Pablo II. Durante esos más de dos años, empleó toda clase de estratagemas para evitar la justicia. Falsificó pasaportes y cambió de apariencia, logrando cruzar países como Bulgaria, la República Federal de Alemania, Suiza, Túnez, Italia y España sin despertar la más mínima sospecha. Numerosos especialistas en la materia apuntan a que siempre tuvo benefactores que le ayudaron en su fuga. Sin embargo, el Vaticano se convertiría en su última y definitiva parada.

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Momento en el que Agca dispara a Juan Pablo II (13 de mayo 1981)

Momento en el que Agca dispara a Juan Pablo II (13 de mayo 1981)

A las 17.19 horas del 13 de mayo de 1981, mientras el papa Juan Pablo II circulaba a bordo del coche oficial descapotado saludando a la muchedumbre que le esperaba en la plaza de San Pedro del Vaticano para escuchar la audiencia general de los miércoles, Mehmet Ali Agca tenía sólo un objetivo en mente: matar al pontífice.

Agca llegó a Roma en un tren desde Milán. Allí le esperaban tres cómplices -un turco y dos búlgaros- que previamente habían recibido órdenes de un mafioso llamado Bekir Çelenk. El plan era fácil. Agca y otro de los pistoleros tenían que abrir fuego contra el papa en la plaza de San Pedro, detonar un pequeño artefacto para distraer la atención y escapar a la embajada de Bulgaria.

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Momento en el que la policía detiene a Ali Agca tras atentar contra Juan Pablo II (1981)

Momento en el que la policía detiene a Ali Agca tras atentar contra Juan Pablo II (1981)

Cuando llegó la hora, ambos terroristas se encontraban sentados simulando que escribían postales. Justo en el momento en que pasó delante de ellos Juan Pablo II, Agca disparó con su pistola Browning de nueve milímetros. Se oyeron varias detonaciones. Cuatro disparos impactaron en el papa: uno en el codo derecho, otro en el dedo índice y dos, los que revestían mayor gravedad, en el vientre. Otras dos personas fueron alcanzadas por dos balas. Todo sucedió muy rápido, pero varios testigos lograron impedir que Agca continuase con la masacre e, instantes después, el jefe de seguridad del Vaticano, Camillo Cibin, atrapó al homicida. En el bolsillo de su pantalón encontraron una nota que decía: “Yo, Agca, he matado al Papa para que el mundo pueda saber que hay miles de víctimas del imperialismo”. No lo consiguió.

Rápidamente, Juan Pablo II fue llevado al Policlínico Gemelli, donde lo operaron durante cinco horas y veinte minutos. Su satisfactoria recuperación hizo pensar que había sido obra de un milagro, más si cabe al coincidir la fecha del atentado, casualmente, con la de las apariciones de la Virgen de Fátima.

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Conspiraciones papales y secretas

Poco tardó en celebrarse el juicio contra el asesino del obispo de Roma. El tribunal italiano lo condenó a cadena perpetua y a la pena especial de “aislamiento” en julio de 1981. Dos años más tarde, Juan Pablo II visitó a Agca en la cárcel. Previamente, el pontífice ya había declarado que rezaba por él y que lo había “perdonado sinceramente”.

Y aquella absolución se la quiso trasladar el 27 de diciembre de 1983, cuando verdugo y víctima charlaron cara a cara durante dieciocho minutos en actitud de confidencia. El terrorista insistía en ser “el instrumento inconsciente de un plan misterioso”, una estratagema que ocultaba intereses políticos. Si la imagen del atentado dio la vuelta al mundo, la del perdón de Agca removió conciencias. Incluida la suya, ya que poco después se convirtió al cristianismo.

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Juan Pablo II visita a Agca en la cárcel de Roma (27 de diciembre 1983)

Juan Pablo II visita a Agca en la cárcel de Roma (27 de diciembre 1983)

En mayo de 1989 y gracias a su buena conducta, Agca vio cómo el Tribunal de Ancona le redujo en casi dos años la pena de cárcel. En junio de 2000 el presidente italiano Carlo Azeglio Ciampi lo indultó y el ministro de Justicia, Piero Fassino, le concedió la extradición a Turquía para que cumpliese condena por los delitos cometidos antes de 1981. Permaneció en la prisión especial de Kartal hasta enero de 2010, momento en el que fue liberado.

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Ali Agca, al salir de la cárcel en 2006

Ali Agca, al salir de la cárcel en 2006

Desde entonces son muchas las teorías que circulan acerca de los verdaderos motivos que llevaron a Mehmet Ali Agca a atentar contra Juan Pablo II. Entre ellas destaca un plan fraguado por Moscú y los servicios secretos de la KGB, en connivencia con Bulgaria y Alemania del Este.

No obstante, a lo largo de 2014, el propio Agca desveló en una de sus autobiografías, la titulada Me prometieron el paraíso. Mi vida y la verdad sobre el atentado contra el Papa, que sólo cumplió las órdenes dictadas por el ayatolá Jomeini, quien veía a Juan Pablo II como “el portavoz del diablo en la Tierra”. Si lo asesinaba, sus actos se verían recompensados. Debía matar por Alá.

“Mata por él, mata al Anticristo, mata sin piedad a Juan Pablo II y después quítate la vida para que la tentación de la traición no ofusque tu gesto”, son las palabras que presuntamente le dijo Jomeini a Agca durante la reunión que mantuvieron.

De todos modos, las más de cien versiones que el terrorista ha dado sobre lo ocurrido siguen sin despejar las dudas sobre los motivos reales, que hoy por hoy, siguen sin conocerse.

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