Nacido en Buenos Aires, el 4 de enero de 1829, fueron sus padres Valentín Alsina y Antonia Maza. En 1835, al emigrar con su familia a Montevideo, cursó sus primeras letras en ésa, donde permaneció trabajando duramente y completando sus estudios secundarios hasta la caída de Rosas.
Regresó a Buenos Aires apenas ocurrida la batalla de Caseros en febrero de 1852 y mientras su padre era ministro de Vicente López y Planes finalizó sus estudios universitarios en la facultad de Derecho graduándose de doctor en jurisprudencia con su tesis sobre “Pena de muerte por homicidio”.
Participó activamente en las luchas políticas liberales de entonces, interviniendo durante esa década en sucesivos y comprometidos episodios, como periodista, empleado público, logista, soldado, funcionario, convencional y diputado.
Así su enfrentamiento con Urquiza y su campaña como columnista en la “Nueva Epoca” le hacen perder su empleo en el ministerio de Relaciones Exteriores del gobierno provisional en 1852. En uno de los conciliábulos de un club subversivo porteño, fue elegido para asesinar a Urquiza, operativo del que desiste al haber tomado conocimiento por una infidencia y mediar su propio padre.
Fue un entusiasta protagonista de la revolución del 11 de setiembre que separó a la provincia de Buenos Aires del resto de la Confederación y secretario del Grl Paz en su fallida misión al interior, siendo como simple soldado del 1er. Regimiento de Guardias Nacionales, un defensor destacado de la ciudad de Buenos Aires durante el sitio urquicista.
Finalizado éste, fue secretario de la cámara de diputados de la provincia siendo creciente su intervención en la fracción de los “pandilleros” que agrupaban a los unitarios porteños frente a los “chupandinos” federales, liderados por Nicolás Calvo.
El triunfo en las elecciones de 1857 de los primeros llevan por segunda vez a la gobernación de Buenos Aires a su progenitor.
En la campaña de 1859, -sostiene Yaben-: “tuvo a su cargo el 1er Batallón del Regimiento Nº 4 de G. N. (…) y se batió con tanto denuedo en el campo de batalla de Cepeda, el 23 de octubre de aquél año, que mereció una mención especial del Grl Mitre en el “parte de la acción”. Participó en la retirada del ejército porteño sobre San Nicolás, embarcándose en la escuadra de Buenos Aires, la que sostuvo un violento combate con la confederada, el día 24 al caer la tarde, después del cual las fuerzas de Mitre siguieron aguas abajo el Paraná, rumbo a Buenos Aires. Alsina, con su batallón se preparó para la defensa de la ciudad cuando se aproximó el ejército de Urquiza, situación que obligó a su padre a renunciar el gobierno de la provincia para facilitar el advenimiento de los dos bandos rivales.
Luego del tratado de San José de Flores del 11 de noviembre que reincorporaba la provincia de Buenos Aires a la Confederación, el doctor Adolfo Alsina y también su padre son designados convencionales ad hoc para resolver las reformas propuestas a la Constitución de 1853 siendo luego uno de los diputados de Buenos Aires rechazados por el Congreso de Paraná.
La victoria de Pavón, donde mandó la 8va Brigada, fue la catapulta definitiva para su rol estelar en el complejo escenario político argentino. Elegido diputado al Congreso Nacional en 1862 por la provincia de Buenos Aires, pronunció, -afirma Cutolo- contra el proyecto de federalización de la provincia, un discurso memorable que es el mejor de su vida parlamentaria y, a juicio de Groussac, el más elocuente de ese debate, en el que intervenían Rawson, Elizalde, Gorostiaga, Mármol, y otros. La defensa de Buenos Aires, que fundó la reputación de su autor, fue la señal de su rompimiento con el Grl Mitre y sus amigos. Sabido es que nacieron de la escisión los partidos “nacionalista” y “autonomista”, cuya rivalidad dio rumbo durante quince años a la historia de la República.”
En 1866 será elegido gobernador de Buenos Aires caracterizándose su administración por las innovaciones y reformas positivas, contando entre sus ministros a hombres de la talla de Nicolás Avellaneda y Mariano Varela.
Su obra de gobierno ordenando la fundación de nuevos pueblos y la construcción de numerosas escuelas fue destacada, siendo el iniciador de las obras del servicio de aguas corrientes en la ciudad de Buenos Aires e inaugurando el ferrocarril a Chivilcoy.
No completa su mandato en razón de acompañar, dos años después a Domingo F. Sarmiento en el binomio presidencial electo.
Como vicepresidente de Sarmiento acrecentó sus méritos en opinión de la ciudadanía, proclamándolo sus partidarios en 1873 candidato a la primera magistratura de la Nación para el período 1874-1880.
El enfrentamiento con Mitre desde la oposición lo obliga a sumarse a la candidatura de Avellaneda que al triunfar lo designa ministro de Guerra y Marina.
En tal carácter reprime con éxito el levantamiento mitrista que es derrotado totalmente en las batallas de La Verde y Santa Rosa. Sostiene Yaben que el “plan de campaña contra los revolucionarios fue obra del propio Alsina, que dirigió virtualmente las operaciones militares que condujeron al triunfo definitivo de la legalidad”.
Desestima la candidatura a ocupar por segunda vez la gobernación de la provincia para poder encarar su plan de ocupación del desierto, problemática de las fronteras interiores sureñas argentinas que ocupó con exclusivo protagonismo todos sus esfuerzos hasta el final de su vida, encargándose desde la preparación de los medios necesarios hasta la ejecución personalizada de propósito tan caro a la soberanía nacional.
Bien afirma el autor antes citado que todo “lo sacrificó a esta empresa digna de su carácter y de su inquebrantable voluntad, y puede afirmarse que las fatigas extraordinarias que le ocasionó esta tarea lo condujeron al sepulcro.
Personalmente dirigió la primera campaña que dió por resultado inmediato lo ocupación permanente de Carhué, el 23 de abril de 1876, a la que siguieron la de Italó, Guaminí, Puán, Trenque-Lauquen, etc, dejando establecida la línea de defensa más avanzada que había de proteger en el futuro la provincia de Buenos Aires de los desmanes de los salvajes. A fines de mayo del mismo año, Alsina regresó a la capital, justamente satisfecho del resultado logrado en aquellas operaciones, y decidido más que nunca a llevar adelante su obra civilizadora”.
Nuevas amenazas de conmoción política interior, alentadas por el mitrismo, pueden ser conjuradas gracias a actitudes “conciliadoras” de los referentes máximos de la oposición y del oficialismo, que permiten superar la crisis. Como presintiendo la fugacidad de la existencia humana, Alsina se abocó de inmediato en los restantes meses de 1877, año en cuya agonía (29 de diciembre) dejará de existir, a completar su obra en la frontera.
“Acababa de asegurar la primera línea defensiva, -señala Yaben- pero proyectaba proseguir su tarea arrojando a las tribus bárbaras al sur de los ríos Negro, Limay y Neuquén. Y con este objetivo en vista Alsina se puso en marcha para el Azul, el 29 de octubre de 1877, obteniendo a los pocos días los frutos de sus preocupaciones con los triunfos sobre los caciques Namuncurá, Catriel, Pincén y otros, que eran un verdadero azote de la civilización y que sólo fueron reducidos por la fuerza de las armas y después de cruentos sacrificios.
Pero la enfermedad que había de tronchar su preciosa existencia, le atacó fuertemente en el curso de esta campaña, imponiéndole el abandono de la frontera, teatro de sus triunfos y su inmediato regreso a Buenos Aires, en busca de alivio a sus males”.
El historiador Paul Groussac supuso que su muerte prematura modificó la historia argentina, siendo sentida y llorada como una calamidad, definiéndolo así: “Alsina no era un pensador político ni un estadista de vasto horizonte; acaso tampoco un orador completo: fue ante todo y por sobre todos sus contemporáneos un poderoso tribuno popular, un alma cálida y generosa, siempre vibrante de virtud patriótica. Fue el tipo acabado y superior del porteño, con todas sus excelencias y deficiencias”.
Texto extraído del sitio: http://www.iese.edu.ar/EUDE/?p=2467