Madame de Pompadour, nacida con el nombre de Jeanne-Antoinette Poisson, es un nombre reconocible pero elusivo. Más que ser simplemente la amante más prominente del rey Luis XV de Francia, supo transformarse en una de las mujeres más importantes de su época, “reinó” por veinte años y supo mantener su favor, influyendo inmensamente en el rey y ayudando a torcer el destino de Francia a su paso. Es tanto más impresionante en cuanto se entiende que de ninguna manera era obvio que ella podía alcanzar ese rol. Desde muy joven fue educada por las monjas ursulinas para ser una brillante esposa y una mujer cultivada, destacándose en el canto, la actuación y la conversación, pero su pertenecía a una familia burguesa de gran poderío económico no la protegía del estatus polémico de sus padres; un hombre de negocios acusado de corrupción que había tomado la ruta del exilio y una madre conocida por sus múltiples amantes. Sin embargo, la convicción del gran destino de Jeanne-Antoinette, reforzada por una supuesta profecía de una clarividente, hizo que desde muy temprano fuera apodada “Reinette” (pequeña reina) por su familia. Bien pronto en su juventud se destacó por su belleza y su intelecto, amigándose, por intermedio de famosas salonnières parisinas, con personajes de la talla de Voltaire y Montesquieu, con los cuales tendría contacto toda su vida. No había duda que su atractivo estaba en alza y, para limpiarla de la mala fama de su familia y fijar su lugar en la sociedad, Le Normant de Tournehem, amante de su madre y rumoreado padre biológico de Jeanne-Antoinette, le arregló un matrimonio de gran conveniencia con su sobrino, Charles-Guillaume Le Normant d’Étioles en 1741. Así, ahora como esposa respetable, la joven Madame d’Étiole comenzó a organizar su propio Salón y a ver como se le abrían puertas que hasta el momento se habían mantenido cerradas. La más importante de todas, irónicamente, se abrió a poco de estar casada, cuando la familia se instaló en una residencia en Sénart, cercana al coto de caza del rey Luis XV. Aunque los Étioles no eran nobles, como vecinos de la zona estaban habilitados para presenciar la cacería desde sus carruajes. Considerando sus ambiciones de grandeza, no llama la atención que Jeanne-Antoinette adujera un repentino interés en la actividad y acudiera, pertrechada en sus mejores ropas y ubicada, convenientemente, en los lugares por los cuales sabía que el rey iba a pasar. Los recuentos varían, pero aparentemente en 1743 él reparó finalmente en ella y comenzó a mostrar su interés visiblemente a tal punto que la entonces amante del rey, Madame de Châteuroux, se encargó de hacerle saber a Jeanne-Antoinette que sus atenciones no eran bienvenidas.
La suerte – si es que se le puede llamar así – claramente estaba del lado de Madame d’Étioles, ya que a finales de 1744 Madame de Châteauroux murió inesperadamente. Abierta esta posibilidad, la competencia por ganarse el favor real se intensificó. Con toda su familia empujándola a cumplir su destino y estar a la altura de ser la “presa del rey”, como también la apodaban, se trabajó para asegurarse que la unión resultara viable. La oportunidad, finalmente, se presentó en febrero de 1745 cuando fue invitada sin su esposo a un baile para celebrar el casamiento del Delfín con la infanta María Teresa de España. Jeanne-Antoinette bailó con el rey y, según ciertos reportes, incluso esa misma noche quedó confirmada como su amante. A partir de este momento todo empezó a moverse con impresionante celeridad. Para que ella pudiera vivir en Versalles, se legalizó la separación de su marido, se desenterró un título nobiliario de una familia que no había dejado descendencia y se la nombró Marquesa de Pompadour. Investida de esta nueva identidad, se la sometió a un curso exprés de protocolo para asegurarse que no desentonara en la estructurada vida de la corte y, para septiembre de 1745, ya estaba viviendo en su departamento personal conectado directamente con los aposentos del rey. En Versalles, Madame de Pompadour comenzó a establecer un poderío que duraría más de veinte años fundado en su encanto, su confianza en sí misma y su franqueza. Esta última, especialmente, venía dada por su estatus burgués y, además de diferenciarla y generar admiración, la llevó a chocar más de una vez con la discreción dictada por los morales cortesanos. Las descripciones de sus contemporáneos la señalan como alguien amigable y que, en principio, se llevaba bien con casi todos – incluso con la Reina, quién le dispensaba todo tipo de atenciones y por quien Pompadour llegó a decir que moriría -, pero no así con los hijos del rey y sus aliados que la llamaban “maman putain” (mamá puta). Para muchos, a pesar de sus encantos, jamás dejaría de ser considerada una advenediza, una desclasada que había usado su cuerpo para ganar el favor real.
Así es que en este punto resulta interesante detenerse un segundo en el rol que Madame de Pompadour ocupaba realmente en la vida de Luis XV. Sorprendentemente a contramano de la imagen estereotípica de una amante, fue ampliamente publicitado que el sexo no ocupó un rol principal en la relación de Jeanne-Antoinette con el rey. Más de una vez confió a sus allegados que su naturaleza era más bien frígida y que sufría al sentirse incapaz de satisfacer los deseos de su amado, un hombre aparentemente muy necesitado de amor y con una marcada tendencia a aburrirse. Como buena cortesana, dedicaba muchos de sus esfuerzos a entretenerlo y organizaba todo tipo de eventos y actividades, como sus famosas obras de teatro y sus proyectos arquitectónicos, pero su vida íntima seguía siendo un problema. En principio ella trató de seguirle el paso en la cama y tomó todo tipo de afrodisíacos – mezclas misteriosas que, más de un historiador ha apostado, probablemente le produjeron los abortos y las dolencias físicas que sufrió en este período – pero nada parecía funcionar. Abrumada, tras cinco años finalmente Madame de Pompadour tomó la osada decisión de transformarse en una amante célibe y confiar solamente en que su intelecto la llevaría a donde quería estar. Es por esto que, a partir de 1750, la posición de Jeanne-Antoinette se volvió única en la historia de las intrigas palaciegas. Ahora como amiga del rey – título que se encargó de subrayar a través de un cambo de imagen visible en sus retratos, que desde este punto la pasaron a mostrar menos como seductora y más como símbolo de la amistad o como mujer intelectual – procuró volverse indispensable. Con la competencia de nuevas y más jóvenes amantes, durante los siguientes quince años siguió entreteniendo a Luis con su fanatismo por la arquitectura y el diseño, pero mientras lo hacía susurraba consejos sobre temas de Estado en su oído. Poco a poco adquirió poder real y hasta logró que varios funcionarios que le caían mal fueran reemplazados por gente de su confianza, pero todo esto llegó con un precio muy alto. La opinión pública de entonces, como en cierta medida se sigue percibiendo hoy, llegó a considerarla como la culpable de todos los males de Francia durante su período de actividad. De estos años nos quedan cientos de caricaturas y chistes que satirizaban su posición en la corte y muestran hasta qué punto reírse de ella era un lugar común. Lejos de pintarla como una inocente palomita, desde ya que su influencia era real y no siempre acertada – como prueba su tendencia a eliminar personas importantes del gobierno o su influencia en la decisión del rey para gestar la famosa “Revolución Diplomática” que culminó con la inversión de alianzas durante la guerra de los Siete Años y le costó a Francia varias de sus colonias – pero en definitiva es demasiado fácil señalarla y responsabilizarla de la ruina de un país entero.
Lo impresionante de todo esto es que, más allá de detentar este poder y sufrir estas presiones, Madame de Pompadour se esforzó más que cualquier otra persona en Versalles por ensamblar un legado verdaderamente impresionante. Ayudó a financiar la prestigiosa École Militaire, colaboró en los múltiples proyectos arquitectónicos realizados por Luis XV que todavía hoy se encuentran diseminados por toda Francia, y además era una ávida coleccionista de pinturas y objetos de arte decorativo, siendo reconocida por ser una de las pocas personas en la corte que realmente pagaban por lo que compraban. En esta línea, auspició la creación de la industria manufacturera de porcelana en Sèvres, que llegaría a ser una de las más importantes del mundo, y fue mecenas de pintores como François Boucher, quien la retrató más de una vez. Junto con este interés por lo bello, jamás dejó de interesarse por las novedades ideológicas de su tiempo – como prueban los 3525 tomos de su biblioteca – y, a pesar del desagrado que le producían los intelectuales al rey, indirectamente continuó alentando a los grandes hombres de letras y promovió proyectos de gran importancia histórica como la Enciclopedia de Diderot. Su vida incansable, previsiblemente, afectó enormemente la salud de Jeanne-Antoinette, que murió de una enfermedad pulmonar el 15 de abril de 1764 a los 42 años. Se le permitió dar sus últimos respiros en Versalles, algo inaudito para una amante, y su cuerpo sin vida fue retirado luego rápidamente del palacio. A los pocos días, con el cortejo pasando frente al balcón del rey bajo la lluvia, Luis XV señaló sobre su amiga de veinte años que “la marquesa no tendrá buen clima para su viaje” y se lamentó entre lágrimas diciendo: “¡y ese es el único tributo que le puedo hacer!”.