Lincoln y el esclavismo

Pero el esclavismo no sólo no desaparecía “solo” sino que donde era legal cada vez se hacía más rentable, y donde era ilegal, la ley federal permitía a los amos capturar a esclavos prófugos.

     Abraham Lincoln se había propuesto recordarles a los estadounidenses la incómoda decisión que habían tenido que tomar los “Padres Fundadores” al crear la Unión. La única excusa para la esclavitud había sido “la necesidad”, insistía Lincoln en 1854.

   Hubo algunos avances concretos pero parciales para abordar el problema. Uno de ellos fue la Ley de Kansas-Nebraska, impulsada por el senador demócrata Stephen Douglas, que estipulaba que en los dos estados mencionados no se permitiría la esclavitud. Pero la cercanía de esos estados con Missouri, que sí era esclavista, hizo que la ley finalmente incluyera la la previsión de que, para decidir sobre la cuestión de los esclavos, los ciudadanos pudieran ejercer la “soberanía popular” y, por tanto, poder decidir si serían un estado esclavista o no. La discusión de la ley provocó fuertes conflictos entre los antiesclavistas y los proesclavistas, lo que derivó en la desaparición del partido Whig y la creación del partido republicano, pero no se logró abolir la esclavitud. Douglas, el impulsor de la ley, se decía neutral: si los pobladores querían esclavismo deberían poder tenerlo, incluso indefinidamente.

     Lincoln apenas pudo contener su furia por la postura de Douglas: “no puedo sino detestar este desinterés disfrazado de neutralidad que, en mi opinión, no es más que un auténtico aunque disimulado fervor en pro de la existencia del esclavismo. Lo detesto por la enorme injusticia que supone el esclavismo en sí. Lo detesto porque impide que nuestro ejemplo republicano ejerza una influencia justa en el mundo, ya que nuestros enemigos podrían tacharnos de hipócritas y dudar de nuestra sinceridad. Lo detesto porque obliga a muchos hombres buenos a librar una guerra abierta contra los principios fundamentales de la libertad civil declamados en la Declaración de la Independencia.” Lincoln dejaba clara su postura.

Stephen Arnold Douglas (Brandon, Vermont; 23 de abril de 1813 – Chicago, Illinois; 3 de junio de 1861)

     Pero además usaba otros argumentos, en este caso basados en la lógica: “si A puede demostrar de manera aceptable que tiene el derecho de esclavizar a B, ¿por qué no podría B arrebatarle sus argumentos y demostrar, de igual manera, que puede esclavizar a A? Ustedes afirmarán: ‘A es blanco y B es negro’. Lo importante, entonces, es el color. ¿El de color más claro tiene derecho a esclavizar al de color más oscuro, entonces? Seamos prudentes, porque según esa regla, podríamos ser esclavos del primer hombre que nos encontremos con la piel más clara que la nuestra. Entonces, ¿no es el color lo importante? ¿Se trata entonces de que los blancos son intelectualmente superiores a los negros y, por lo tanto, tienen el derecho a convertirlos en sus esclavos? Seamos prudentes, de nuevo, porque según esa regla podríamos ser esclavizados cuando nos encontemos con un hombre de intelecto superior al nuestro.”

     Lincoln reafirmaba que “todos los hombres han sido creados iguales” (bueno, esto también lo decía Thomas Jefferson, que era esclavista). Decía que los esclavos estaban representados en el Congreso por la “regla de los tres quintos”, por lo tanto eran hombres; eso les daba el derecho a la libre determinación, y ¿cómo un hombre podría elegir ser esclavo? Lincoln buscaba negar la “neutralidad moral” en torno al esclavismo que sostenía Douglas, y lo hacía de todas las formas posibles, vinculando pragmatismo con principios morales. Lincoln y Douglas se enfrentaron en siete debates  durante 1858, en los que se tiraron con munición gruesa.

Los debates Lincoln-Douglas (también conocidos como Los Grandes Debates de 1858) fueron una serie de siete debates. Originalmente fueron un evento mediático: su objetivo era generar publicidad. Lincoln y Douglas decidieron, para maximizarlo, y por el simbolismo político, celebrar un debate en cada uno de los nueve distritos del Congreso de Illinois.
Sello postal de Estados Unidos, edición de 1958, en conmemoración de los debates de Lincoln y Douglas.

     Ya como presidente electo, Lincoln lo dejó claro: “no firmaré ningún acuerdo que asista o permita la esclavitud en el suelo de la nación.” Pero Lincoln subestimó la determinación de los estados del sur a sostener la esclavitud, que por otra parte era el sostén de su estructura económica agrícola.“Bastarán dos o tres regimientos para hacer cumplir todas las leyes de EEUU en los estados rebeldes”, decía Lincoln. Los estados confederados del sur argumentaban que estaban siendo privados de sus derechos. ¿De qué derechos habían sido privados los “estados rebeldes”? De tomar sus propias decisiones, como también había sentenciado Thomas Jefferson, uno de los Padres Fundadores; claro que entre esas decisiones estaba, por supuesto, la de tener esclavos. Esto puso sobre el tapete el peligro de la desintegración de la Unión, de todo el tejido nacional que se había construido. Y así llegó la Guerra de Secesión.

     Lincoln ordenó a sus oficiales que no se arrogaran la potestad de liberar a los esclavos que capturasen durante la guerra. Sólo el presidente podía hacer eso, decía, y él no se sentía aún preparado para hacerlo. Ratificó la Ley de Confiscación aprobada por el Congreso, la cual autorizaba a tomar propiedades rebeldes (incluyendo los esclavos), pero se abstuvo de aplicarla; decidió mantenerla en suspenso y decidir posteriormente qué hacer con ella. Mientras tanto, decía y escribía: “si el esclavismo no es ilegítimo, nada lo es.” Pero lo que sí hizo fue permitir que esos esclavos capturados, si lo deseaban, pasaran a formar parte del ejército del norte, dándoles armas para la lucha; muchísimos aceptaron, y el ejército creció en número de efectivos. Así, una medida pragmática prevaleció sobre una ley que el mismo Lincoln tenía “en suspenso”.

     Los antiesclavistas, a su vez, le reclamaban a Lincoln que usara su atribución como presidente para emancipar a los esclavos de una vez. Y ese momento llegó luego de la batalla de Antietam (Maryland). Esa batalla terminó con un sangriento empate en muertes y daños, pero el hecho de que el general George B. McClellan (de la Unión) atacara y el general Lee (Confederado) se retirara fue una especie de victoria moral-psicológica unionista, y animó a Lincoln a decir: “el primer día de enero de 1863, todas las personas esclavizadas en cualquiera de los  territorios que sean considerados parte de un estado rebelado contra los EEUU serán considerados hombres libres, de aquí en adelante y para siempre.” Lincoln no dijo nada sobre los esclavos en los estados leales; luego de tanta sangre derramada no quería forzar a quienes apoyaban a la Unión, pero la emancipación, ahora sí, parecía inexorable. En diciembre de 1862, en su discurso, Lincoln pidió una enmienda constitucional que legalizara la abolición del esclavismo decretada durante la guerra: “otorgando la libertad al esclavo, garantizamos la libertad de los hombres, que somos honorables tanto en lo que damos como en lo que preservamos. La última y mejor esperanza del mundo depende de que la unión de estos estados continúe adelante.”

     Y así, como ya hemos visto, llegaron las enmiendas XIII, XIV y XV en 1865, como ya hemos visto. Las enmiendas fueron propuestas en enero de ese año, pero fueron establecidas y aceptadas en forma definitiva en diciembre. Abraham Lincoln no llegó a ver las enmiendas puestas en práctica, ya que el 14 de abril fue asesinado en el teatro Ford de Washington D.C. por John Wilkes Booth, un actor simpatizante de la Confederación.

     En la emancipación de los esclavos hay razones morales, pero también políticas, militares y diplomáticas. Ningún estado del norte podría esclavizar a algún esclavo que hubiera servido en el ejército de la Unión, y ningún país podría reconocer a la Confederación, construida sobre el esclavismo. Así, la esclavitud se diluía inevitablemente y la emancipación decantaba de manera natural, transformándose además, para alguna particular manera de ver la historia, como la mayor confiscación de propiedad privada (así eran considerados los esclavos) sin indemnización de la historia de los Estados Unidos.

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