La inocultable tendencia nazi-fascita del G.O.U. y de Perón, que desde el gobierno implantó el corporativismo, influía negativamente en el tratamiento acordado a la Argentina por las potencias aliadas. En enero de 1945, durante la Conferencia de Yalta, la Unión Soviética pidió que se castigara a la Argentina por su actitud durante la guerra. A esto se opuso Gran Bretaña. No lo hizo por filantropía sino porque aún conservaba cuantiosos intereses que defender en nuestro país, además de adeudarle una importante suma por la provisión de alimentos, a crédito, durante la guerra.
A pesar del tibio apoyo británico la Argentina corría el peligro de quedar como un paria en el mundo de post-guerra por lo cual Farrell y Perón actuaron con claro oportunismo político. El presidente Castillo, decidido defensor de la neutralidad argentina, había sido depuesto por el G.O.U. por haber buscado cierta aproximación con los Estados Unidos. Rawson fue dejado de lado por querer llamar a elecciones y devolver el poder a los civiles. Ramírez había caído por romper relaciones con el Eje. Pero ahora todos aquellos que, desde el gobierno o desde la sombra, habían hecho caer a esos sucesivos gobernantes, resolvieron salvarse cambiando, en apariencias, de bando. Como la victoria aliada era ya inevitable el gobierno de la Argentina, encabezado por Farrell y Perón, decidió tardíamente abandonar la neutralidad y agregar a la Argentina, como furgón de cola, a la caravana de los países triunfadores.
Buscando mejorar su imagen, ante la alegría de unos, la vergüenza de otros y la sorpresa o indiferencia del resto, Farrell y Perón declararon la guerra a Japón y a sus aliados el 27 de marzo de 1945, abandonando así la Argentina su neutralidad tradicional.
A pesar de mantener sus simpatías por el Eje, nuestros gobernantes aprovecharon el “estado de guerra” para apoderarse de los “bienes enemigos” y mostraron su autoritarismo reprimiendo decididamente toda oposición política al gobierno de facto, ya amparado por el “estado de sitio”. El gobierno argentino no respetaba los principios democráticos, pero la declaración de guerra hizo posible que sus representantes firmaran el Acta de Chapultepec ocho días más tarde, el 4 de abril. Cinco días después Farrell y Perón fueron reconocidos como gobernantes “de facto” de la Argentina por todas las repúblicas americanas que hasta entonces no lo habían hecho.
Luego de la Conferencia de San Francisco, convocada para organizar las “Naciones Unidas”, el 11 de mayo se aceptó la incorporación de la Argentina por 31 votos a favor, entre ellos el norteamericano y 4 en contra, de Rusia y sus satélites. Al año siguiente, haciendo buena letra, Perón establecería relaciones diplomáticas con Rusia… Como dice Escudé, la Argentina parecía haber recuperado el “estado de gracia” con los Estados Unidos, “estado de gracia” que curiosamente nunca habían perdido otros países gobernados por dictaduras mucho más duras.
El primer embajador argentino en la Unión Soviética, fue Leopoldo Bravo, quien relata su entrevista con Stalin. Curiosamente fue Bravo el último embajador de occidente en ver al jerarca vivo.
Pero en realidad las relaciones con los Estados Unidos no mejoraron porque la Argentina continuó siendo tratada por el gobierno de Washington peor que otros países, como Chile en América e Irlanda en Europa, que habían mantenido su neutralidad durante toda la guerra.
Desde 1939 a 1945 la exportación de camiones y de equipos para transporte desde los Estados Unidos a la Argentina había sido diez veces menor que hacia Brasil y durante esos años en la Argentina se llegó a quemar maíz como combustible, en vez de exportarlo, porque los Estados Unidos se habían negado a proveerle equipos para extraer petróleo. La escasez de camiones, cubiertas y vagones de ferrocarril habían dificultado y encarecido también el transporte. Parecía por lo tanto llegado el momento de que las cosas cambiaran favorablemente para la Argentina, que había declarado la guerra al Eje, aunque tardíamente, e ingresado en las Naciones Unidas después de firmar el Acta de Chapultepec. Pero seguía existiendo una cuestión de prestigio entre la Argentina y los Estados Unidos, y Cordell Hull estaba decidido a demostrar que su país era el que llevaba la voz cantante en las Américas. Para ello necesitaba mandar como embajador a la Argentina a alguien de carácter fuerte y acostumbrado a mandar. Su elección recayó en Spruille Braden, ex directivo en Chile, de la empresa minera Anaconda, el cual se había desempeñado como un verdadero virrey en Cuba cuando estuvo de embajador en ese país. Después de haber disentido con Saavedra Lamas, defensor de la soberanía argentina y del no intervencionismo, Spruille Braden había tomado ojeriza a la Argentina, y el hecho de que su esposa fuera chilena no mejoraba las cosas.
Braden llegó a la Argentina dispuesto a actuar enérgicamente. La decisión de Farrell y Perón de prohibir las reuniones públicas, establecer la censura de prensa y encarcelar al general Rawson y a otros setenta opositores, le dio oportunidad a Braden para aconsejar a su gobierno interrumpir las relaciones con la Argentina porque su gobierno era “débil, inescrupuloso y, fundamentalmente antinorteamericano”, calificando además a Perón de ser “la encarnación del control militar fascista”. Agregaba Braden que la Argentina llevaba 17 años sin verdadera democracia, olvidando convenientemente que Getulio Vargas detentaba el poder antidemocráticamente en el Brasil desde hacía 12 años. El Foreign Office de Londres comentó que “para ser coherente, el gobierno americano debería ejercer presión sobre otros gobiernos americanos…” “Los militares pudieron derrocar al gobierno constitucional (de Castillo) porque éste había sido socavado durante diez y ocho meses de oposición pública y privada por parte de los señores Hull y Summer Welles, y la revolución fue en principio bienvenida, por la Embajada de los Estados Unidos, como una victoria propia. Cuando se desilusionaron restablecieron la presión, produciendo primero la eliminación del almirante Storni, y otros elementos respetables del gobierno argentino, y luego la de los generales Ramírez y Gilbert. Esta presión aplicada en forma intermitente pero constante desde la Conferencia de Río de Janeiro, mantiene a este país en un perpetuo fermento, haciendo imposible su retorno a condiciones normales. Si el gobierno de Estados Unidos va a insistir en que cualquier gobierno que suceda al régimen actual agache la cabeza y acepte las directivas norteamericanas, las dificultades actuales pueden durar muchos años”.
- V. Perowne, jefe del Departamento Sud Americano del Foreign Office visitó la Argentina y escribió: “Uno no puede eludir la sensación de que el “fascismo” del coronel Perón es tan solo un pretexto para las actuales políticas del señor Braden y sus partidarios en el Departamento de Estado: su verdadero objetivo es humillar al único país latinoamericano que ha osado enfrentar sus truenos. Si la Argentina puede efectivamente ser sometida, el control del Departamento de Estado sobre el hemisferio occidental será total. Esto contribuirá simultáneamente a mitigar los posibles peligros de la influencia rusa y europea sobre América Latina, y apartará a la Argentina de lo que se supone es nuestra órbita”.
Sir David Kelly, embajador británico de Buenos Aires escribió el 21 de Julio de 1945 vaticinando que la Argentina, cualquiera fuese su gobierno, enfrentaría problemas a menos que aceptara ser un satélite de los Estados Unidos: “A largo plazo la dificultad fundamental parece ser aún que los Estados Unidos desean que la Argentina ocupe su lugar en el sistema panamericano con el status, en alguna medida, de potencia satélite. Excepto cuando el odio hacia el propio gobierno toma precedencia, el orgullo y vanidad argentinos no aceptan este status y sobre este punto casi todos los argentinos están de acuerdo…” “y no es probable que el gobierno argentino al cual le toque reemplazar a la actual dictadura militar, cualquiera que sea, esté más dispuesto a ceder en este asunto”.
En agosto, al mes siguiente de esta carta que pintaba el panorama local, el general Farrell levantó el “estado de sitio” e hicieron eclosión las tensiones sociales. El 19 de septiembre una manifestación de 400.000 personas pidió en Buenos Aires el restablecimiento de la Constitución y del estado de derecho, por lo cual el gobierno, alarmado, restableció de inmediato el “estado de sitio” y ordenó la detención de sus adversarios.
Como una reacción a esta medida el general Avalos se levantó en armas a principios de octubre y marchó sobre Buenos Aires desde Campo de Mayo. Perón fue destituido y arrestado. Al ser detenido en su departamento de la calle Posadas, donde estaba con Eva Duarte. Quizás la historia hubiera sido distinta si su compañera no hubiese quedado en libertad. Eva Duarte, tomando el lugar de Perón, buscó el apoyo de Cipriano reyes, dirigente gremial del partido Laborista, en los frigoríficos. Mientras éste movilizaba a los trabajadores del conurbano sud de Buenos Aires a favor de Perón, que había sido llevado preso a Martín García, sus opositores hacían gala de la mayor indecisión y perdieron tiempo discutiendo si Farrell debía continuar al frente del gobierno o si la Corte Suprema debía asumirlo interinamente. Por su parte los empresarios cometieron la torpeza de declarar que no pagarían el feriado del 12 de octubre, antagonizando así con los trabajadores, para los cuales la caída de Perón pareció significar la pérdida de todas sus “conquistas sociales”.
El 17 de octubre las masas obreras convergieron sobre Buenos Aires y ocuparon la Plaza de Mayo. El Ejército permaneció en los cuarteles. Los dirigentes de los partidos políticos y los de la Confederación General Del Trabajo opuestos a Perón no supieron qué hacer. Poco después Perón, liberado por la acción de Evita y de Cipriano Reyes, se presentó en los balcones de la Casa Rosada al lado de Farrell siendo entusiastamente aclamado por el pueblo. Vuelto al poder, aseguró su control sobre los sindicatos mediante un decreto por el cual éstos debían poseer un certificado de personería gremial, otorgado por su Secretaría de Trabajo y Previsión, para poder actuar en convenciones con las patronales.
Este certificado, que se otorgaba a un solo sindicato por cada rama de producción, fue negado a los sindicatos que se oponían a Perón: el de Obreros de la Industria del Calzado y la Unión Obrera Textil. En cambio, se crearon sindicatos paralelos en esos dos gremios a los cuales sí reconoció la Secretaría dándoles personería. De esta manera obtuvo Perón un control absoluto sobre los sindicatos.
Su victoria había aumentado su prestigio en las Fuerzas Armadas cuyos jefes lo apoyaron, pero le faltaba todavía a Perón el respaldo de la Iglesia para completar su control sobre el país. Luego de Caseros se habían sucedido en el gobierno una serie de presidentes afiliados a la masonería y la Argentina, aunque mantenía el catolicismo como religión oficial, era, desde el punto de vista práctico, un país laico, y laica era la educación en los establecimientos del Estado.
Una de las primeras medidas de Ramírez, en 1943, había sido implantar la instrucción religiosa católica en todas las escuelas del Estado, aunque estaban exceptuados de recibirla los que mantuvieran otra religión. Perón, que hasta entonces había vivido con Eva Duarte una relación bastante tempestuosa, contrajo matrimonio civil y religioso con ella, lo cual le dio un importante rédito político ya que la mayoría de la jerarquía eclesiástica se inclinó a su favor, y en la Basílica de Luján el obispo de esa diócesis oró por la victoria peronista en las futuras elecciones presidenciales. Perón tenía de su lado a los sindicatos y a la mayor parte de las Fuerzas Armadas y de la Iglesia. Contaba además con el apoyo de Eva Duarte, desde ahora Eva Perón, o Evita; más ligada a él por intereses comunes que por el vínculo matrimonial.
Aunque Perón había participado con entusiasmo en el movimiento que depusiera a Hipólito Irigoyen, ahora lo proclamó un gran hombre, defensor de los humildes, y eligió como compañero de fórmula a un radical del interior, el doctor Hortensio Quijano.
En estas circunstancias se activó la antigua competencia entre Estados Unidos y la Argentina por cuestiones de prestigio. Luego que el 17 de octubre la adhesión popular confirmara a Perón como líder, las críticas norteamericanas arreciaron contra Braden, dejando la embajada, había sustituido a Rockefeller como sub-secretario para Asuntos Latinoamericanos en el Departamento de Estado, y en febrero de 1945 publicó un Libro Blanco con acusaciones contra la Argentina y su gobierno.
Perowne, jefe del Departamento Sudamericano del Foreign Office británico comentó cáusticamente: “el documento no hace intento alguno, naturalmente, por presentar un cuadro balanceado y omite… hechos tan importantes como que… nunca se pusieron obstáculos en el fluir hacia Europa de productos argentinos esenciales para el esfuerzo de la guerra; que ningún acto de sabotaje contra los frigoríficos o contra el puerto fue perpetrado jamás; que no hay prueba decisiva de que haya conducido al hundimiento de un solo barco aliado. Tampoco menciona el documento que el gabinete original de Ramírez, de junio de 1943, estaba dividido por partes iguales entre los moderados y los extremistas, y que los moderados fueron eliminados como resultado de torpes políticas norteamericanas, adoptadas sin nuestra consulta. Ni se menciona que el gobierno de Ramírez intentó obtener armas de Estados Unidos antes de solicitarlas a Alemania, y que ni siquiera le fue permitido enviar una misión militar a Washington; ni se admite que, en general, los argentinos estaban movidos por los deseos de proteger lo que ellos creían, aunque equivocadamente, ser sus propios intereses y no los de Alemania. Finalmente, no hay mención del hecho de que Argentina tiene un récord mejor que la mayoría de los países latinoamericanos con respeto al control de intereses y ciudadanos alemanes, sin excluir el notoriamente pro-aliado y pro-democrático Uruguay, ni el igualmente “pro-democrático” Chile, el cual nunca le declaró la guerra a Alemania, y no realizó intento alguno por encarcelar a japoneses y alemanes peligrosos, lo cual tuvo como consecuencia la perpetración de dañosos actos de sabotaje.
El embajador británico, sir David Kelly, comentó las exigencias norteamericanas contra las empresas y ciudadanos alemanes en la Argentina escribiendo que era difícil obtener “la deportación de alemanes cuya ofensa principal es ser miembros claves de la economía alemana local. Las empresas alemanas son de importancia considerable para la economía argentina, a la cual dominan en una o dos esferas; aún un gobierno democrático puede no estar dispuesto a aceptar las desventajas económicas de destruir tales firmas.
La heterogénea Unión Democrática opositora, constituida por radicales, conservadores, socialistas, comunistas y demócrata-progresistas, solo tenía en común la defensa de la Constitución. Sus candidatos, el binomio radical José P. Tamborini-Enrique Mosca, no solamente carecía de carisma, sino que tenía en su contra el oficioso y contraproducente apoyo de Braden, que le restaba votos.
El Libro Blanco de Braden lo había ayudado a Perón y el apoyo a éste aumentó gracias a su oportuno decreto que hacía obligatorio el aguinaldo anual. Era esta una nueva “conquista social” que encarecería la producción pero que perderían los empleados si no triunfaba Perón. Contando además con la maquinaria del gobierno y con los fondos recolectados en todo el país con motivo del terremoto de San Juan (y que fueron parcialmente invertidos en la campaña política) el triunfo de Perón estaba asegurado. La fórmula Perón-Quijano obtuvo 1.479.511 votos y 1.220.832 de Tamborini-Mosca.
El triunfo fue tan amplio, que además de resultar electo presidente, le respondían a él todos los gobernadores, 26 de los 30 senadores y 109 de 155 diputados. En las Cámaras no tuvo representación el socialismo, que había sido reemplazado por el peronismo en el corazón de los trabajadores.