En 1571 la Europa cristiana estaba amenazada por el imperio otomano, en fuerte expansión por tierra y por mar. Tras el asedio fallido a Malta, y luego la caída de Chipre, se vio la urgencia de unirse para enfrentar al infiel. La respuesta fue la creación de la Santa Liga, una coalición de potencias cristianas liderada por el rey español Felipe II que decidió salir al encuentro de la flota turca. Y por eso el choque entre esas dos fuerzas en la Batalla de Lepanto, de la que se cumplieron 450 años, no fue solo el mayor combate naval de la historia sino que adquirió el carácter de un combate por la cristiandad, de una moderna cruzada. No en vano la más insigne pluma española, Miguel de Cervantes, uno de los embarcados, la consideró “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”.
Cinco horas duró la batalla, entre las 12 y las 17 del 7 de octubre de 1571, con más de cuatrocientas galeras surcando el golfo griego, casi 200 mil hombres embarcados, disparos de cañón y de arcabuces, proyectiles incendiarios y brutales escenas de abordaje. Sin embargo, “como en toda contienda decisiva de la historia, es importante analizar la génesis del conflicto y sus consecuencias”, recuerda en una entrevista el historiador italiano Roberto De Mattei.
En su opinión, “ayuda a situar este evento en su contexto geográfico e histórico un libro que se convirtió en un clásico, escrito por el historiador francés Fernand Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II”, que resalta esa amenaza que representaba para la Europa cristiana el imperio otomano en el siglo XVI.
De Mattei sostiene que eran los santuarios y los altares de Europa los que estaban amenazados. “Lo que estaba en juego era una civilización: la civilización cristiana nacida del sacrificio del Calvario”, responde.
Una civilización que, “tras la profunda fractura sufrida con la Revolución de Lutero, era amenazada por un enemigo cuyo objetivo era la conquista de la Manzana Roja (Kizil-Elma), nombre con el que era definido el globo de oro coronado por una cruz sobre la estatua del emperador en Constantinopla”, afirma De Mattei, para luego explicar que “tras la conquista de Constantinopla, en el año 1453, Roma se convirtió en esa Manzana Roja, es decir, el objetivo final de los otomanos y el símbolo del triunfo del islam sobre el cristianismo”.
Por eso, aunque con toda razón se aluda a la importancia que tuvieron en la batalla las tropas al mando de Juan de Austria, el historiador italiano destaca el papel del papa San Pío V, que salió a defender la cristiandad amenazada y contribuyó largamente a la victoria con las oraciones ordenadas por él.
“San Pío V, que subió al trono papal en 1566, evaluó la gravedad del peligro y comprendió que sólo una guerra preventiva salvaría a Occidente. Con palabras graves y conmovedoras exhortó a las potencias cristianas a unirse contra los agresores y de esta defensa de la cristiandad hizo el eje de su breve pontificado (1566-1572)”, explica este profesor de Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, que es además presidente de la Fundación Lepanto y director de la revista Radici Cristiani.
“La Santa Liga contra los turcos, de la que él fue el artífice, se concretó gracias a sus oraciones el 25 de julio de 1570 entre España, la República de Venecia y el Papado. Poco después, se sumarían el Duque de Saboya, las Repúblicas de Génova y Lucca, el Gran Duque de Toscana, y los duques de Mantua, Parma, Urbino, Ferrara y la Soberana Orden de Malta”, enumera el historiador, que es autor de numerosos libros, entre ellos Concilio Vaticano II: una historia nunca escrita, y fue profesor asistente del filósofo Augusto Del Noce.
De Mattei, que ha recalcado que el papa, como recompensa de su fe y su confianza, obtuvo del Cielo el conocimiento en Roma del éxito de la batalla en el momento en que ésta concluía a miles de kilómetros, explica que “el historiador alemán Hubert Jedin, ha dedicado un amplio estudio a la Santa Liga y a la idea de cruzada en Pío V”.
“Según Jedin, la Liga no era para el pontífice un tratado cualquiera entre Estados: con ella debía ser renovada una de las más grandes ideas del papado medieval. Aunque Pío V nunca utilizó el término, quizás porque ahora estaba reservado para la indulgencia válida en suelo español, la santísima expedición por él concebida y promovida en 1570 corresponde plenamente al concepto tradicional de cruzada”, apunta.
LA BATALLA
Con estos antecedentes no es raro que el encuentro de ambos contendientes en el golfo griego haya sido finalmente “uno de los acontecimientos navales más extraordinarios de todos los tiempos”, tal como lo describe ante La Prensa la historiadora militar española Magdalena de Pazzis Pi Corrales, catedrática de Historia Moderna de la Universidad Complutense de Madrid.
En la Liga había prevalecido el plan agresivo del almirante Juan de Austria, quien ostentaba el mando supremo de la armada por encargo de Felipe II, de quien era hermano de padre. Juan de Austria, que “aportaba más de la mitad de las naves y dos tercios de los hombres”, era ya con sus 24 años “un magnífico estratega”, asegura la historiadora, cuyas principales líneas de investigación han sido la Marina y el Ejército en los siglos XVI y XVII.
La galera de Juan de Austria, la Real, ocupaba el centro del campo de batalla, enfrentada a la Sultana, del gran almirante turco Alí Pashá, favorito del sultán Selim II.
La armada de la Liga se dividió en cuatro escuadras, y lo mismo hizo la otomana. El flanco izquierdo de los aliados lo ocupó el comandante veneciano Agostino Barbarigo. El derecho, el almirante genovés Juan Andrea Doria. Y detrás se ubicó la escuadra dirigida por el almirante español Alvaro de Bazán, que tendría un papel clave en toda la batalla, salvando a las otras escuadras en tres momentos decisivos, destaca la historiadora española.
Enfrentados a ellos estaban “Mehmed Sirocco, que todas las fuentes coinciden que fue el atacante más agresivo de la batalla, y Uluj Alí, uno de los marinos musulmanes probablemente más extraordinarios de todos los tiempos”, comenta la catedrática.
Pi Corrales sostiene que “en el fondo, los otomanos querían dar una dura lección al insolente enemigo cristiano que se atrevía a desafiarlos en su propia casa”.
“El choque fue feroz, particularmente en el centro de la batalla, entre las dos galeras capitanas y las de alrededor de los dos comandantes en jefe”, añade.
“Don Juan había mandado serrar los espolones de las galeras para que las piezas de artillería de proa tuvieran un mayor alcance contra el enemigo, a fin de debilitar su fuerza para cuando se produjera el abordaje. A eso de las 12, ambas naves principales se embistieron con ferocidad, proa con proa. Con tanta violencia lo hicieron que el espolón de proa de la Sultana se hizo astillas, lo que dio paso al abordaje”, comenta.
“A partir de ese momento se desató un infierno de aceros chocando, y balas y flechas surcando el aire”, dice al describir una escena que se repitió en todo el frente de batalla.
“Hay que imaginarse el ruido ensordecedor de los cañones, el ruido de los mosquetes y arcabuces, los gritos, las órdenes a voces que debían darse, los galeotes (remeros encadenados a sus bancos) que se ahogaban, el lío de naves y mástiles sin orden y con total desconcierto”, ilustra.
“La nave de Alí Pashá fue tomada y sus hombres empezaron a caer a raudales hasta que un disparo de arcabuz le dio de lleno en la frente”, señala. Este hecho sería determinante para la victoria de la armada cristiana. A partir de entonces solo fue una cuestión de tiempo que se concretara.
LOS TERCIOS
Pi Corrales, autora de numerosas publicaciones, entre ellas los libros Felipe II y la lucha por el dominio del mar y Tercios del mar, explica que “los tercios embarcados (la infantería de marina) combatían apoyados en la acción conjunta de arcabuces y picas. Ellos se convirtieron en una de las unidades más letales de Lepanto y lo que los hacía tan temibles era su disciplina y lucha con un gran espíritu de cuerpo”.
“Su eficacia en el combate pudieron demostrarla tanto en los abordajes -donde eran incontenibles- como en el combate, una vez trabado. En esta batalla acortaron las picas a tres metros, las ensebaron para poder utilizarlas mejor y pusieron una especie de cruceta en el astil a fin de impedir que el enemigo ensartado pudiera alcanzar al piquero y este pudiera retirar la pica más fácilmente al estar ensebada”, comenta.
Del encarnizamiento del combate da cuenta el balance de la batalla, que “está considerada como la más sangrienta de toda la historia naval”, según Pi Corrales.
Se ha dicho que el mar se tiñó de sangre y la expresión es elocuente. “Hubo 16 mil bajas entre muertos y heridos por la parte cristiana y 30 mil por la turca. Ni siquiera durante las dos guerras mundiales hubo batalla naval que superara estas cifras”, añade. Del lado turco, 200 barcos fueron hundidos o quemados contra sólo 15. Al final del combate, entre 12 y 15 mil cristianos pudieron ser liberados.
QUE CAMBIO
Es posible preguntarse qué cambió para España y para Europa tras la batalla. Pi Corrales responde que “con el éxito cristiano se derrumbó el mito de la invencibilidad turca, pues hasta entonces parecían imbatibles en la mar”, aunque matiza que “Lepanto no quebró el espinazo de los turcos, ya que se recuperaron enseguida reconstruyendo su armada y poniendo a flote una fuerza comparable, en número y calidad de barcos, a los que habían perdido en Lepanto”.
“No obstante -señala la catedrática-, otro frente (con Persia) requería más su atención, de ahí que se vieran forzados a desviar sus recursos y atención a aquella zona. Por su parte, la Santa Liga se disolvió al poco tiempo”.
Aunque Lepanto no dio lugar ninguna conquista permanente, la historiadora subraya que “la Cristiandad, que llevaba mucho tiempo conteniendo el aliento, empezó a respirar tranquila a medio y largo plazo”.
De Mattei señala que “Pío V, tras la victoria de Lepanto, quiso continuar la guerra contra los turcos. En una bula del 12 de marzo de 1572, dirigida a toda la Cristiandad, lanzó un nuevo llamamiento, concediendo a todos los que tomaran las armas o contribuyeran con dinero a la guerra, las mismas indulgencias que habían adquirido en el pasado los cruzados”.
“Su gran sueño era restituir a la Cristiandad la paz religiosa y política, destruyendo a sus enemigos internos y externos. La muerte, el 30 de abril de 1572, impidió la realización de este proyecto, pero Lepanto permanece en la historia como un paradigma. El nombre de Lepanto expresa una disposición del alma, una categoría del espíritu humano: evoca la idea de un cristianismo militante y combativo, nos recuerda que la vida de un cristiano es una lucha”.
En este sentido, el historiador italiano explica por qué quiso que este aniversario de la Batalla de Lepanto fuera un grito de guerra para lanzar una contraofensiva contra los actuales enemigos del cristianismo.
“La memoria histórica -dice- es esencial para la vida de un pueblo o una civilización. Europa, desde la batalla de Poitiers en el año 732 d.C., definió su identidad luchando contra los turcos”.
“La memoria no puede ser eliminada, sobre todo en un momento en el que el Islam vuelve a presionar a las puertas de Europa, o más bien ya la ha invadido, aunque con menos violencia que en el pasado: a través de lo que el escritor Bat Ye”or define como una yihad suave, una guerra cultural librada a través de la demografía, la islamización de los espacios sociales y la introducción de la ley islámica en las instituciones occidentales. Pero el Islam no es el único enemigo, ni tampoco el más peligroso”, advierte.
“El principal enemigo es interno y consiste sobre todo en la renuncia a nuestra Tradición religiosa y cultural. La referencia a Lepanto expresa la voluntad de defender las instituciones y los valores del Occidente cristiano”, exclama.
Esta batalla actual parece más difícil de convocar que la de 1571. Hoy los espíritus cristianos se han enfriado, algo en lo que De Mattei concuerda.
“Hoy la batalla es más difícil que en 1571 porque no hay ni un San Pío V ni un Felipe II. Desde hace muchos siglos, una revolución cultural anticristiana ataca a Occidente. Y la propia Iglesia católica, desde hace al menos cincuenta años, lleva sufriendo un proceso de autodemolición”, admite.
“Pero para los que creen, y yo soy uno de ellos, la gracia de Dios no cesa nunca de actuar en la historia y la Santísima Virgen María es el instrumento privilegiado de esta acción divina, a la que intentamos responder con nuestro compromiso cultural y moral. San Pío V atribuyó la victoria de Lepanto a la Virgen. Será Ella, la Virgen María, la que salvará una vez más nuestra civilización”, concluye.
Este texto fue publicado originalmente en La Prensa