Le Club des Hashischins

El Dr. William Brooke O’Shaughnessy (1809-1889) fue quien introdujo los derivados canábicos en Europa con finalidades terapéuticas, pero fue el Dr. Jacques Joseph Moreau de Tours quien dio comienzo a las experiencias psicosensoriales. Este médico había viajado extensamente por el Medio Oriente después de las conquistas napoleónicas. Una de las cosas que le llamó la atención fue la ausencia de ingesta de alcohol (como indicaba el Corán) pero el consumo masivo de hashish (una resina de la planta cannabis sativa). La costumbre estaba particularmente arraigada entre los árabes de menores ingresos, de hecho a este grupo social lo llamaban Hashischins (el término resulta confuso ya que había algunos fanáticos religiosos que también se llamaban así y usaban esta resina para darse valor a fin de cometer crímenes políticos, de allí la palabra hachachine o asesino).

Las autoridades francesas estaban impresionadas por la popularidad de este producto cuyo consumo trataron de desalentar imponiendo una tasa a quienes lo utilizaran. La medida fue un fracaso y hasta los soldados franceses solían llevar en sus mochilas el dichoso hashish de vuelta a su país. El Dr. Moreau de Tours no fue una excepción y se llevó una buena cantidad que se dedicó a administrar a sus pacientes, iniciando de esta forma el extenso capítulo de la psicofarmacología.

Sus pacientes se calmaban, los insomnes volvían a dormir y el ánimo de los depresivos se levantaba.

Estimulado por estos resultados Moreau decidió probar el hashish y se encontró “envuelto en miles de ideas fantásticas”, sin perder la lucidez ni la conciencia, como si su personalidad se hubiese desdoblado. Decidido a describir esta experiencia tan particular, en 1845 publicó Hashish y Enfermedad mental, donde expone su teoría sobre las alteraciones bioquímicas del sistema nervioso como la causa de la insania. A pesar de la lucidez de este concepto que se adelantó casi un siglo a la experiencia médica, no fue en este terreno donde se destacó el Dr. Moreau, sino en la influencia que ejerció sobre sus amigos artistas, entusiasmados por experimentar los efectos psicotrópicos del hashish. Así fue como Honore Balzac, Víctor Hugo, Gustave Flaubert, Eugène Delacroix, Gérard de Nerval comenzaron a reunirse en el Hotel Pimodan bajo la conducción del Dr. Moreau como un improvisado maestro de ceremonias.

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Honoré de Balzac.
Honoré de Balzac.

 

Imaginemos a estos personajes sentados alrededor de una mesa, con exquisiteces propias del Medio Oriente (pistacho, canela, damascos, delicias turcas, etc.) vestidos con turbantes, chacelos ornamentados y dagas damasquinas. Sobre esta mesa se disponía de una mezcla verdosa de hashish conocida como dausamesc, que en árabe quiere decir “medicina de la inmortalidad”. Las reuniones de este Club des Hashischins transcurrían entre risas, inspirados poemas y la música que el mismo Moreau ejecutaba al piano.

Teofilo Gautier, un joven asistente a estas reuniones se encargó de describir los eventos y las experiencias fantásticas que pasaban por su cabeza después de ingerir dosis significativas de hashish.

Recordemos que Inglaterra se vio envuelta en una guerra del opio y su consumo y derivados (láudano, heroína y codeína) no estaban prohibidos. (El poeta Thomas de Quincey describe su experiencia en sus textos), ni la cocaína (que hasta la Reina Victoria usaba con moderación) ni el alcohol, ni la Maga Verde, como se llamaba al ajenjo que pintores como Van Gogh bebían generosamente. Cada individuo era dueño de consumir el producto que desease, siempre y cuando no cometiese delitos.

Es el mismo Gautier quien describe los efectos más moderados que ocasiona el fumar los derivados del hashish. Entonces no sabían que el principio psicotrópico del hashish, o tetrahidrocannabinoide (THC) al ser fumado pasa directamente a la circulación, pero cuando se lo ingiere el hígado lo convierte en II tetrahidrocannabinoide (IITHC) que es cuatro veces más potente que THC.

Prontamente se difundió en la sociedad francesa la curiosidad por experimentar estas percepciones que los intelectuales volcaban en sus relatos, como lo hace Alejandro Dumas en el Conde de Montecristo o el inquietante cuento de Simbad el marino, quien convida a sus huéspedes para experimentar como “desaparecen los límites de lo posible, se abren los campos de espacio infinito y avanza con el corazón y la mente libre…”

Otro asistente a las reuniones del hotel Pimodan era Charles Baudelaire, quien describió su experiencia en libros como Vino y Hashish, o Paraísos artificiales, en los que describe al hashish como una “sustancia traidora” que actúa como “un espejo que magnifica las imágenes… El hashish no es milagroso, solo una exageración de la realidad… cada hombre tiene el sueño que merece”, concluye Baudelaire.

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Afectado por la sífilis, adicto al opio y al alcohol, en un momento de su vida culpó a los cannabinoides de sus desgracias. Gustave Flaubert le contestó en una carta que su problema era caer en excesos…

Otro integrante de este Club era el Dr. Francois Lallemand, médico interesado en el funcionamiento del cerebro, que además escribió una novela utópica llamada Hachych, donde un médico francés de vuelta de un viaje por Egipto convida a sus invitados con hashish a fin de crear experiencias y “éxtasis político”. Fue este un relato de las experiencias de su colega Moreau de Tours, cuyos desarrollos clínicos han quedado en el olvido, no así la secuela literaria que persistió a partir de este Club, donde la intelectualidad francesa y sus artistas más destacados atravesaron los límites de la realidad y la razón para volcarlos en las obras que han trascendido a su época.

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