Monzón vs Benvenuti: paliza en Roma

Monzón era campeón argentino mediano desde 1966 y sudamericano desde 1967. A pesar de tener pergaminos más que suficientes, su oportunidad para pelear por el título mundial no llegaba. Pero Juan Carlos “Tito” Lectoure gestionó incansablemente para conseguir que la pelea se hiciera, y finalmente su esfuerzo logró el resultado esperado. El primer sondeo de Tito ante Bruno Amaduzzi (el manager de Benvenuti) había sido en New York en julio de 1968: Tito ofreció 30.000 u$d para que Benvenuti enfrentara a Monzón; era muchísimo dinero para la época y Lectoure ni sabía cómo haría para pagarlos. Como recordaba el mismo Tito, “mi oferta era la de un loco, yo me di cuenta ahí de que en realidad le tenía una fe ciega…”. La respuesta fue negativa, pero quedó una promesa a futuro.

Lectoure siguió insistiendo: durante 1969, en Panamá y en Utah, en convenciones de la AMB, Emile Bruneau (presidente de la AMB) y Bill Brennan (que fue su sucesor) le aeguraron a Tito que Monzón tendría su oportunidad. En febrero de 1970, Brusa y Monzón firmaron un poder para que Lectoure los representara en todo lo relacionado con acuerdos y contratos para una pelea mundialista. Y a fines de junio, casi dos años después de haber iniciado las gestiones, Tito recibió un llamado de Amaduzzi: éste llegaría pocos días después a Buenos Aires, acompañado del promotor Rodolfo Sabbatini, para hablar con él. La misma noche de su llegada fueron a cenar con Lectoure al restaurante Nápoli, frente al Luna Park. Durante la cena, Tito escuchó por fin lo que tanto esperaba: “aceptamos la pelea con Monzón”.

Al día siguiente Lectoure llamó por teléfono a Amílcar Brusa al Banco Español de Santa Fe, donde éste trabajaba, y le comunicó la noticia. Esa misma tarde se firmó el compromiso: Benvenuti, campeón mundial mediano unificado AMB-CMB, le daría la chance a Carlos. Monzón era el número 1 del ranking de la AMB y el norteamericano Emile Griffith era el número 1 del ranking del CMB. Lectoure recordaba: “obligados a elegir entre Griffith y Monzón elegían al rival que consideraban menos riesgoso: Monzón”. “No había fecha todavía, pero sería en Roma; cuando llegó el momento de hablar del dinero, no hubo discusión. Yo estaba dispuesto a aceptar cualquier cantidad, porque no era eso lo que realmente importaba. La cifra fue aceptada de inmediato: 15.000 dólares”.

Para mantenerse en ritmo y ganarse unos pesos, el 18 de julio Monzón peleó con el estadounidense Eddie Pace (GPP10) y, a partir de agosto, según un nuevo acuerdo celebrado entre Carlos y Lectoure, éste (como una especie de préstamo) le pagaría a Monzón 80.000$ mensuales a fin de que no tuviera problemas para mantener económicamente a su familia y se dedicara de lleno a entrenarse de cara al combate con Benvenuti, sin tener que pensar en ninguna otra cosa.

Decía Lectoure: “entre Monzón y yo las relaciones eran puramente normales: él, boxeador; yo, empresario. No éramos realmente amigos, pero quería que Monzón tuviera su oportunidad porque se la merecía de sobra y porque yo seguía convencido de que le ganaba a Benvenuti. Además, notaba entre Brusa y Monzón un gran compañerismo, un respeto mutuo muy grande y una increíble tenacidad para trabajar. Eso me gustaba”.

A principios de septiembre, Tito recibió la comunicación de que la pelea mundialista se realizaría en la primera quincena de noviembre. El 19 de ese mes, en su último combate antes de enfrentarse con Benvenuti, Monzón GKO 4 al dominicano Santiago Candy Rosa.

Brusa y Monzón trabajaban muy duro en Santa Fe hasta que el 5 de octubre, tras un gran asado de despedida en el Club Atlético Unión, partieron a Buenos Aires, donde se alojaron en el hotel Splendid Bouchard, enfrente del Luna Park, donde Monzón entrenaba todos los días.

Monzón viajó a Roma dos semanas antes de la pelea. El grupo estaba formado por Carlos, su entrenador Amílcar Brusa, Tito Lectoure, José Humberto Menno (el sparring de Carlos, que pesaba casi 80 kg, bastante más que Monzón, y que fue de gran utilidad para la práctica de amarrar y palanquear, mañas que Benvenuti dominaba), Oscar P. Russo (preparador físico) y otro sparring, Juan Aranda. El grupo se alojó en el Albergo Sporting y la parte final de la preparación fue excelente, silenciosa y disciplinada. Sin embargo, hubo un hecho desafortunado: en un partido de fútbol jugado para distenderse, Tito Lectoure sufrió un esguince de tobillo. Eso hizo que Tito no pudiera estar en el rincón de Carlos (le dolía, no podía estar subiendo y bajando del ring), así que Tito vio la pelea en el ring side.

Mientras tanto Benvenuti se entrenaba en Trani, sobre el mar Adriático, y sus sesiones de entrenamiento se llenaban de periodistas y público. El periodismo daba por seguro el triunfo de Nino y subestimaba notoriamente a Monzón (“¿Carlos qué…?” preguntaban con ironía). El pesaje para la pelea se realizó en el teatro Ambra Jovinelli la mañana del día del combate. Monzón subió a la balanza completamente desnudo (“no me importó en lo más mínimo, si nadie me conocía…”, dijo). Ambos boxeadores pesaron 72,500 kg. Benvenuti derrochaba simpatía; Monzón, fiereza.

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Un detalle resulta de importancia: Monzón tenía una lesión crónica en su mano derecha (por problemas de calcificación que venían desde su niñez, llena de carencias y deficiencias alimentarias, entre ellas la del calcio para sus huesos). Debido a eso, el impacto de sus puños sobre el cuerpo o la cabeza del rival le resultaba doloroso (dos años después, una cirugía resolvería esa lesión definitivamente). Para sobrellevar el dolor, Monzón se infiltraba con anestesia local antes de cada pelea. En Buenos Aires el encargado habitual de hacerlo era el dr. Roberto Paladino, que no había viajado. Juan Carlos “Toto” Lorenzo, por entonces entrenador de la Lazio, que colaboró muchísimo con el grupo de Monzón durante su estadía en Roma, le pidió al médico de la Lazio que infiltrara a Monzón, pero éste se negó. Eso generó gran preocupación en el grupo, ya que la infiltración era más que necesaria para pelear con tranquilidad. Cuando apenas faltaban dos horas para la pelea y estaban a punto de salir del hotel, el Toto Lorenzo apareció con dos médicos argentinos radicados en Roma que finalmente hicieron la infiltración de anestesia en las manos de Monzón. Esta contingencia retrasó la salida de Monzón hacia el estadio, así que Monzón se cambió en el hotel y terminó de atarse los cordones de las botas en el auto que lo llevaba al estadio.

Era un sábado lluvioso, El Pallazzo dello Sport estaba lleno con 18.000 espectadores y la recaudación por ventas de entradas fue de 110 millones de liras (176 mil dólares de la época).

Nino Benvenutti era campeón de los medianos (por segunda vez) desde abril de 1968 (había vencido a Emile Griffith, que a su vez le había quitado el título antes). Medía 1,80m (Monzón, 1,81m), tenía 32 años (Monzón, 28), y era un excelente boxeador que tenía hasta ese momento 88 peleas, con 82 victorias, 5 derrotas (hasta ese momento, ninguna por K.O.) y 1 empate.

Y comenzó la pelea.

En el rincón de Monzón (estaban Brusa, Russo y Menno; Lectoure, con su tobillo hinchado y con dolor, estaba en el ring side) le habían pedido con insistencia a Carlos que trabajara la pelea con tranquilidad, a lo que Monzón respondía que quería liquidar el asunto cuanto antes. Sin embargo, en la pelea Monzón fue una máquina impiadosa pero con mente lúcida. Él marcó los tiempos y el ritmo con una frialdad que no parecía expresar el volcán furioso que había en su interior (“gringo, te voy a matar”, le había dicho en el centro del ring antes de empezar la pelea). Esa actitud no era más que el reflejo de la absoluta seguridad y confianza que sentía en su fuerza, en su preparación y en su pegada; la misma actitud la mostraría cada una de las catorce veces que defendió el título de campeón.

Primer round: Monzón afirmado, Benvenuti bailando, más dinámico. El público, atronador: “¡Ni-no, Ni-no!” Monzón tiene más alcance, Benvenuti se acerca y, si falla el primer golpe, traba inmediatamente y palanquea.

Segundo round: Monzón inicia el round yendo a buscar a Nino en su rincón; éste, con buena cintura, lo esquiva. Ambos se traban, pegan cabezazos, Benvenuti llega con un golpe aislado. Monzón comprueba que los golpes de Benvenuti no hacen daño.

Tercer round: parecido al round anterior, muchas trabas, Monzón falla algunos envíos pero se muestra tranquilo, impertérrito, enfocado.

Cuarto round: Benvenuti usa mucho la cabeza y las palancas, y comienza a pelear a mayor distancia. Monzón es indescifrable para el italiano. Saca golpes, su cara es impenetrable, está cocinando el estofado.

Quinto round: este es, quizá, el mejor round de Benvenuti. Nino comienza a pelear desde más lejos, se ve que ya ha comprobado que las manos de Monzón duelen de verdad.

Sexto round: Monzón comienza su tarea de destrucción con ganchos al cuerpo, cross de derecha y una derecha ascendente que conmueve a Benvenuti. A partir de este momento Benvenuti ya imagina su final. Y su mente, rápida e inteligente como pocas, se lo transmite a su cuerpo, cuya resistencia comienza a decaer. La pelea comienza a ser una tortura para él.

Séptimo round: los jabs de Monzón comienzan a ser garrotazos. Monzón parece un monolito con brazos que pega. Benvenuti retrocede como puede, y las pocas veces que intenta contraatacar, Monzón retrocede… pegando.

Octavo round: Nino a está preocupado. Monzón ya domina física, boxística y mentalmente la pelea. Las caras lo dicen; los golpes ya dejan su huella en la cara de Benvenuti, mientras que la de Monzón parece la de un verdugo implacable.

Noveno round: Benvenuti se la ve venir y sale a gastar los cartuchos que le quedan. Monzón, en su salsa. Cada jab es un martirio; son dolorosos, no son sólo golpes de tanteo o de distancia. Cada gancho le quita un poco más de aire a quien le quedan pocos minutos de campeón. En el rincón del campeón la preocupación es evidente.

Décimo round: Benvenuti usa los codos, se abraza, trata de que el tiempo neto de pelea sea el menor posible. Una derecha de Monzón hace flamear al (no por mucho tiempo) campeón, que sonríe como si no hubiera pasado nada (lo cual suele significar todo lo contrario). Los jabs de Carlos son lanzas que se clavan en la cabeza de Nino. Monzón conecta una izquierda demoledora, Benvenuti ya la tiene clara: no le queda mucho.

Decimoprimer round: un par de jabs, un uno-dos; un uno-dos-tres, otro par de jabs. Monzón es demoledor. Un cross de derecha de Carlos hará que Benvenuti termine el round salvándose por un pelo del knock out.

Decimosegundo round: en el descanso, Brusa le dice a Carlos, sin vueltas: “ese hombre está muerto, Carlos. Vaya y póngalo nocaut.” Y comienza el acto final, la culminación brillante de su obra de demolición. Todo el round resulta el preámbulo para lo que ocurrió hacia el minuto y medio: Monzón sigue al pie de la letra la orden de Brusa (“póngalo nocaut, Carlos…”) acorrala a Nino en un rincón y con un cross de derecha inolvidable (sobre todo para Benvenuti) lo deja groggy. Benvenuti escapa como puede, cruzando el ring en retroceso hacia el rincón opuesto moviéndose como un saltimbanqui tambaleante; Monzón lo sigue impávido, mortífero, preparando y paladeando la última estocada. Y esta llega: una derecha perfecta, tremenda, ligeramente descendente, inapelable. Es todo. Nino al piso. Fin de la tortura para Nino Benvenuti, comienzo de la gloria para Carlos Monzón. “Lo dejé venir para que se confiara, hice un poco de cintura, le puse una derecha cruzada y, con la izquierda, lo fui llevando de un rincón al opuesto. Ahí bajé las manos para que él se animara a sacar sus manos y, sobre su izquierda, que estaba baja, le metí la derecha a fondo. Cuando vi que se caía, me di cuenta de que no se levantaba más. Le podrían haber contado mil”, recordaba Monzón. Rudolph Drust, el referee alemán, terminó la cuenta de diez al 1’57” del decimosegundo round y decretó el knock out. Un miembro del rincón de Benvenuti sube al ring intempestivamente tratando de impedir que el referee termine la cuenta inevitable. Nino Benvenuti, desmoronado, se queda sin título de campeón. Monzón se lo había arrebatado con una terrible derecha como golpe final de un martirio que duró muchos rounds. Carlos Monzón era el nuevo rey de los medianos (la categoría de los 72,574 kg/160 libras). La “Pelea del Año”, consagrada así por la prestigiosa revista especializada Ring Magazine, había terminado. Y algo realmente insólito fue que las tarjetas de los jueces (el francés George Condre y el suizo Aimé Leschot) daban hasta ese momento dos puntos de ventaja para Benvenuti y la del referee (el alemán Rudolph Drust) uno.

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Monzón recordaría: “el ring se llenó de gente y yo lo único que quería era llegar al camarín. Ya bajábamos con Brusa cuando lo vimos a Tito, rengueando, tratando de trepar al ring. Me gritaba desesperado: “¡Andá al medio del ring y que el referí te levante la mano!” yo no entendía nada, pero Tito me volvió a gritar: “¡Andá al medio, carajo…!” Fui al medio y el referí me levantó la mano. Recién ahí se calmó Lectoure. Después me explicó que hasta que el referí no me levantara la mano declarándome ganador la victoria no estaba consolidada. Puede haber protestas, líos y mil cosas. Yo, francamente, de eso no sabía ni medio.” “Cuando se abrió la puerta del camarín, Brusa tiró el botiquín y junto con todos los estaban nos abrazamos como no lo habíamos hecho jamás en la vida”.

Lectoure resumía los datos económicos: “la bolsa de Monzón por esa pelea fue de 15.000 u$d, más 1.000 u$d de publicidad en el pantalón y bata. Se le descontaron: 20 u$d dólares para sacar la licencia de boxeador; 1.300 u$d por extras; 100 u$d para Menno; 850 u$d que Monzón retiró en efectivo antes de pelear y el 25% para Brusa. En total, a Monzón le quedaron 7.855 u$d dólares. A eso hay que agregar 9.000 u$d que yo le regalé, que era todo mi porcentaje de los derechos de radio y televisión. Y le hice ese regalo porque se lo merecía ampliamente”.

Monzón, agradecido, también recordaba: “si le digo gracias, a lo mejor es poco; decir más, no está en mí. Tito Lectoure sabe lo agradecidos que le estamos Brusa y yo. No sólo por haber conseguido esta pelea; él guió nuestra campaña, nos asesoró, se brindó siempre con sinceridad y es un gran amigo. Sobre todo un amigo honesto, desinteresado y leal”.

Durante los 14 años y casi siete meses de boxeador profesional de Carlos Monzón, disputó 100 peleas, de las que ganó 87 (59 antes del límite), empató 9, perdió una y una quedó sin decisión. Fue uno de los campeones medianos más grandes de la historia (reinó como campeón 6 años, 9 meses y 22 días) y defendió el título 14 veces. Carlos Monzón es considerado uno de los mejores campeones de la categoría mediano de la historia, e ingresó en el Salón de la Fama en 1990. Amílcar Brusa (en el 2009) y Tito Lectoure (en 2000) también ingresaron en el Salón de la Fama, el reducto-símbolo de los grandes del boxeo de todos los tiempos.

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