El 22 de abril de 1769 fue una fecha decisiva en la vida de Jeanne du Barry. Aquel día, cubierta de diamantes, bellísima y arrogante, presidió su primer baile en Versalles. Era la sustituta de madame de Pompadour, y, por tanto, nueva maîtresse en titre, o “amante oficial” del rey, una institución que en la corte francesa del siglo XVIII tenía estatus y categoría propios.
Madame du Barry poseía un atractivo indefinible que causaba la envidia de las mujeres y seducía poderosamente a los hombres. Tanto que, según Luis XV, era la única mujer de Francia que le hacía olvidar que era sexagenario.
El 18 de agosto de 1743 nació Jeanne. A los 15 años abandonó el colegio y empezó a trabajar. Poco después, un sonado affaire con un hombre casado, la obligó a buscarse la vida en oficios de lo más diverso. Fue bordadora, modista y sombrerera, al tiempo que, condicionada por sus necesidades materiales e impulsada por una intensa sensualidad, iniciaba su vertiginosa carrera amorosa.
Financieros, militares y cortesanos se sucedieron en los favores de Jeanne Bécu. A cambio, la joven comenzó a aficionarse a los vestidos caros, las joyas y los ambientes refinados. Su belleza la llevó a posar como modelo de pintores y escultores, y fue precisamente en el taller de uno de ellos donde conoció al modisto de moda en la corte, monsieur Labille, quien le ofreció un puesto de dependienta en su comercio de la elegante rue Saint-Honoré de París.
Asalto a Versalles
Allí vio por primera vez a Jean-Baptiste du Barry. Este, un miembro de la pequeña nobleza tolosana, se ganó una bien merecida fama de mediador entre hermosas jóvenes y altos cargos de la corte. Con su experiencia, apenas conocer a Jeanne se dio cuenta de que la muchacha podía ser una auténtica fuente de riqueza.
Jeanne aprendió de él las normas elementales del protocolo, a vestirse, a moverse y a saber cómo actuar para conseguir que un hombre cayera rendido ante sus encantos. Una vez concluida su labor, la presentó en sociedad, y desde entonces Jeanne se convirtió en una excelente fuente de ingresos para Du Barry. Muchos hombres poderosos frecuentaron a la joven Jeanne hasta que, en 1764, conoció a Luis XV en Versalles, que quedó cautivado por su belleza.
Entre los cortesanos pronto corrió el rumor de la existencia de un nuevo affaire del rey. El entusiasmo de Luis XV por la joven Jeanne era tan evidente que despertó las suspicacias de mesdames Adelaida, Victoria y Sofía, las hijas solteras del soberano, que decidieron hacerle la vida imposible a la nueva favorita real.
La camarilla de mesdames averiguó que Jeanne no tenía marido y que tenía un escandaloso pasado. Rápidamente la tacharon de impostora. Pero ni Jean-Baptiste du Barry ni Jeanne estaban dispuestos a perder lo conseguido. Había que encontrarle un esposo. El conde Guillaume du Barry, hermano de Jean-Baptiste, era soltero, y estuvo encantado de casarse con Jeanne a cambio de una buena suma.
Jeanne contrajo matrimonio con Guillaume en París. Así, ante la desesperación de mesdames, la ya legalmente madame du Barry se instaló en Versalles. Poco después hacía su deslumbrante presentación oficial en la corte.
La reina sin corona
Desde ese momento fue la reina absoluta de la corte. El protocolo reservaba un lugar de privilegio para la favorita del rey en los actos cortesanos, le concedía una generosa pensión económica y aposentos propios en todas las residencias reales, e incluso obligaba a que se le consultaran algunas decisiones ministeriales. De ahí que, desde su llegada a la corte, contara con la firme oposición de un sector de la misma.
Además, una nueva enemiga apareció. María Antonieta, la nueva esposa del delfín, de apenas 15 años, demostró desde el primer momento el más absoluto desprecio por Jeanne. La situación llegó a ser tan tensa que tuvo que intervenir el propio monarca, quien obligó a la delfina a cejar en su actitud. La favorita solo contaba con el favor del rey.
Así fue hasta la primavera de 1774, cuando Luis XV cayó víctima de la viruela. Cuando el rey comprendió que su vida llegaba a su fin, dio órdenes de que no se le permitiera a Jeanne el paso a la alcoba. Sin pensar que con ello la humillaba públicamente, el soberano se confesó, comulgó y luego pidió perdón por lo que calificó de “conducta escandalosa” ante la corte en pleno.
El canto del cisne
Tras la muerte del rey, madame du Barry aceptó su retiro con resignación. Se le permitió refugiarse primero en su castillo de Corbeil y luego en Louveciennes, aunque con la prohibición expresa de regresar a la corte.
Con el estallido de la Revolución Francesa, una trágica espiral fue envolviendo a Jeanne du Barry. Ignorante de que estaba siendo vigilada por la policía revolucionaria, realizó frecuentes desplazamientos a Londres para intentar salvar algo de su capital y algún que otro objeto valioso de su residencia de Louveciennes. En septiembre de 1793 se la detuvo bajo la acusación de evasión de capitales.
Tras unos meses en la prisión de Sainte-Pélagie, se inició su proceso. Durante el mismo salió a relucir su relación con Luis XV, se la acusó de facilitar fondos a los contrarrevolucionarios y de haber realizado la evasión fraudulenta de obras de arte. Toda defensa fue inútil. El 7 de diciembre de 1793, la guillotina segó garganta de la última favorita del Antiguo Régimen.