Otrora la ciudad de Tres Arroyos fue receptora de una interesante corriente inmigratoria de origen israelí. Quizás no en volúmenes tan importantes como las comunidades italiana, española, danesa y holandesa, pero de ninguna manera con incidencia menor en el desarrollo de nuestro medio. Quizás más comparable con los árabes, fundamentalmente sirios y libaneses, al menos en su cantidad.
El comercio lugareño supo de la influencia hebrea y pueden recordarse numerosos apellidos de familias protagonistas trascendentes de actividades diversas como mueblería, distribuidor mayorista de almacén o barraca de productos agropecuarios o frutos del país como se los denominaba, entre otros rubros. También surgieron profesionales y hubo participaciones menores en la industria y la producción agropecuaria.
La integración fue absoluta y aún los descendientes lo están, con participaciones diversas.
Hacia fines de la década del 50 el historiador Salvador Romeo definía a la colectividad de la siguiente manera: “Carácter de empresa y férrea voluntad son las características de la colectividad. No muy numerosa en nuestro medio es, sin embargo, importante. Las actividades comerciales la han sustraído a cualquier otra, y entre nosotros son muchos los comercios que se distinguen por su amplitud y solidez económica.”
La Sociedad Unión Israelita fue fundada en 1915 y su primer presidente fue el señor José Waisman, y la institución lograba su reconocimiento jurídico diez años después.
La colectividad, poderosa económicamente, no descuidó la parte espiritual, de modo que se erigió una sinagoga con nobles materiales, ubicación privilegiada en el centro de la ciudad en San Lorenzo y Pringles, que todavía se yergue recordando aquellos viejos encuentros. Su construcción se completó en la primera década de la Sociedad
Tampoco descuidó el destino final, de modo que se instaló y aún existe un cementerio propio, y funcionaron también una escuela y una biblioteca.
La sinagoga fue alquilada desde hace tiempo y allí se desarrollan actividades artísticas o de acondicionamiento físico y con el producido se sostiene el funcionamiento de la necrópolis.
La desaparición progresiva de las primeras generaciones de inmigrantes ha determinado una dilución de la práctica de la actividad religiosa. Si la hay, no se nota o se limita a ámbitos privados.
Pero no fueron esas las únicas instalaciones judías que destacaron a Tres Arroyos.
La Zwi Migdal
La Sociedad Israelita de Socorros Mutuos “Varsovia”, luego conocida como Zwi Migdal tuvo tentáculos varios, uno de los cuales incluyó a Tres Arroyos.
No creo necesario referirme a la actividad que desarrollaba, sobre lo cual mucho se ha escrito.
Recordemos que además de las instalaciones habilitadas legal o clandestinamente en Buenos Aires, también existen cementerios en Avellaneda y Granadero Baigorria donde se enterraban a los integrantes de la organización.
Sobre ambos se han realizado investigaciones diversas. El de Avellaneda se encuentra abandonado, según afirmaron recientemente algunos interesados en el tema.
Pero en Tres Arroyos funcionó un lugar específico destinado a “ablandar” a aquellas mujeres captadas, primero con engaños y luego con la fuerza, y que se negaban a prostituirse.
Aquí se concentraba toda esa actividad, un triste privilegio que hace a la historia de la ciudad.
El lugar preciso no se puede determinar, pero se sabe que estaba a corta distancia de la estación del ferrocarril, algo natural para esa época.
Las mujeres, especialmente polacas y de otros países del este europeo, eran sometidas a la fuerza para integrarlas luego a la red de prostitución de la organización en distintos lugares del país.
No es menor el dato saber que una actividad fuerte se producía con epicentro en Bahía Blanca.
De eso no se habla
El paso del tiempo es inexorable; los viejos inmigrantes han ido muriendo y hoy es casi imposible conocer qué relación especial había para que se eligiera a Tres Arroyos para establecer un lugar de tan infamante actividad.
En principio parecería que la honorabilidad no fue rozada por esa circunstancia, de quienes se integraban a nuestra comunidad y que —como dije— desarrollaron actividades que contribuyeron a nuestro desarrollo.
Pero es razonable sospechar que algún vínculo muy poderoso existía para la elección del lugar de emplazamiento.
De todas maneras la actividad de la Zwi Migdal siempre fue un tema molesto para aquellos primeros inmigrantes judíos asentados en Tres Arroyos.
Yo traté a algunos de ellos y evitaban el tema. De eso no se habla, parecía ser el lema acordado.
Llegado ese punto seguramente quedarán borrados en el tiempo muchos interrogantes que pueden plantearse con sentido común.
¿Podría ser que eligieran a Tres Arroyos como lugar de castigo para las rebeldes por cierta equidistancia entre Buenos Aires y Bahía Blanca?
¿Podría ser que hubiera personas ajenas a las honorables familias integradas a la sociedad, que desarrollaran una actividad no tan honorable y mucho menos pública?
¿Podrán existir archivos reservados sobre inhumaciones efectuadas muchas décadas atrás en el cementerio local que pudieran haber tenido que ver con el funcionamiento de aquella dependencia de la Zwi Migdal en nuestro medio?
Son interrogantes que este periodista no está en condiciones, por ahora, de responder.