La figura de Alfonso XIII fue desde los inicios de su reinado una pieza clave para los anarquistas españoles. Ya en 1902 con motivo de su jura de la Constitución corrieron rumores de que éstos pensaban atentar contra su persona. Tres años más tarde los rumores se convertirían en hechos. El primer atentando se produjo durante la visita que Alfonso XIII hizo, ya como rey de España, a París. Atentado del que salió ileso pero que se saldó con un número considerable de muertos y heridos entre la población que presenciaba los hechos.
La campaña de desprestigio que a nivel internacional organizaron anarquistas españoles residentes en París (ayudados por la extrema izquierda francesa) contra Alfonso XIII tendría como consecuencia el atentado que sufrió el monarca.
Dicha campaña tendría su inicio como consecuencia de los enfrentamientos de unos huelguistas con la Guardia Civil en Alcalá del Valle en agosto de 1903. A pesar del indulto de los detenidos en el verano de 1904, la extrema izquierda francesa preparó una serie de actos propagandísticos contra la monarquía española coincidentes con la visita de Alfonso XIII a París. Es de destacar el número extraordinario que dedicó al rey de España la revista, L’Espagne Inquisitorial, en el que el anarquista holandés Domela Nieuwenhuis hacía apología del magnicidio. Se acusó a Alfonso XIII de representar al régimen más clerical y reaccionario de Europa occidental
Puesta en alerta la policía francesa se procedió a vigilar a personajes clave en el mundo anarquista; el zapatero Causannel, Charles Malato, Francisco Ferrer (director de la Escuela Moderna de Barcelona), Vallina y otro anarquista llamado Alejandro Farras. Gracias a estas acciones policiales se pudo comprobar la colaboración entre estos individuos, la llegada de cartas y un cheque desde Barcelona de Ferrer para Malato, por mediación de Causannel. La llegada de un paquete puso en aviso a la policía de fronteras quien procedió a su apertura encontrando en su interior un objeto metálico en forma de piña. Entregado el paquete a su destinatario pocos días más tarde llegaría otro con cuatro piñas más. Entregadas a Vallina, éste, presuntamente, las enterró en un bosque de Clarmat. Unos días más tarde Vallina las recuperó, pero iba acompañado por un confidente de la policía el cual informó a ésta del acontecimiento, siendo detenido el día 25 de mayo junto a Caussanel y otros tres anarquistas. Las detenciones no impidieron el atentado seguramente ejecutado por Farras a quien la policía francesa no pudo localizar. Así pues la madrugada del 9 de junio de 1905, cuando el presidente Louvet y Alfonso XIII volvían de la Opera, en la calle Rohan, frente al Louvre, una bomba alcanzó al carruaje en el que viajaban. Ambos mandatarios salieron ilesos, pero miembros de la escolta y algunos transeúntes resultaron heridos. Según parece ser no pudo ser Farras pues había fallecido un mes antes. Todas las pesquisas policiales apuntaban al anarquista barcelonés Eduardo Aviñó, pero los intentos por localizarlo fueron infructuosos.
Ante la falta del autor material la justicia francesa procesó a cuatro de los anarquistas que habían tenido vigilados desde el principio. Malato y Caussanel (mediadores y receptores de los paquetes enviados por Ferrer), y como autores de la preparación de los explosivos, Vallina y Harvey. De ellos, el más importante era Malato; anarquista histórico acusado de participar en los asesinatos del rey Humberto de Italia y del lider del partido conservador español Cánovas. El proceso se inició el 27 de octubre de 1905 desarrollándose en cuatro sesiones. La defensa se centró en argumentar que era una maquinación policial y en desacreditar al régimen de Madrid. Las declaraciones del ex ministro español Nicolás Estévanez a favor de los acusados fueron de gran importancia, al igual que las de Alejandro Lerroux, lider del partido radical español, quién declaró que los últimos atentados pertrechados en Barcelona y el de la calle Rohan eran obra de las fuerzas del orden españolas. El veredicto fue favorable a los acusados, que fueron absueltos, aunque las pruebas contra ellos eran bastante sólidas.