«Pinto mi propia realidad»
Y su realidad fue enfermedad, lágrimas y dolor. Dolor en las formas más dramáticas. Dolor que aplastó su vida. Dolor que la lanzó a la búsqueda de una ayuda que controlara su sufrimiento.
La encontró en la pintura. Y la encontró en las drogas que mitigaban apenas las brutales laceraciones que desgarraban su carne. Frida Khalo nació en el México de la Revolución, entre las revueltas campesinas y un empecinado espíritu anticatólico. Su padre era un fotógrafo de origen austrohúngaro que con su cámara sacó del anonimato a los miles de mejicanos que posaron ante su lente, cuyos retratos y gestos quedaron en el inconsciente de la pintura de Frida Kahlo.
De muy niña, sufrió polio. Su pierna derecha quedó tullida. A los veinte años, sufrió un accidente automovilístico. Un año de hospital. Allí comenzó a pintar, para escapar de sus días de inmovilidad. Allí comenzó a usar sus largas polleras, que la identificaban con el pueblo y que cubrirían sus piernas deformadas. Allí comenzó a amar a Diego Rivera, el hombre de su vida, en una relación de odio-pasión, deslumbramiento intelectual y seducción física, peleas apocalípticas y reconciliaciones cataclísmicas. Des de allí, comenzaron veintinueve años de dolor y ¡treinta y dos operaciones! Muchas de ellas innecesarias. O necesarias solo para conservar la frágil fidelidad de su esposo, cada vez que una nueva aventura hacía peligrar su matrimonio, siempre al borde del colapso.
Sufrió abortos. Sufrió tratamientos tanto o más crueles que su enfermedad. Y al final le fue amputado su pie por la gangrena. “¿Para qué quiero mis piernas si tengo alas pa ‘volar?” Pero el dolor no calmó. Dolor inefable, indescriptible, inescrutable. Por que el dolor no se comparte. El dolor no se describe porque mata al lenguaje. Solo se transmite una idea, una palabra, un gesto, un dibujo, en los que se cargan las sensaciones que no podemos narrar. Nietzsche llamaba al dolor “perro”: fiel, desvergonzado y traicionero, que clava sus dientes y se sacude con rabia sin soltar a su víctima. Frida volcó en dibujos y en pinturas su columna rota, sus pies sin vida y su útero sin luz. Volcó en mil retratos todas las formas de verse a través del dolor y el amor. Sus dibujos fueron perdiendo brillo a medida que se hundía en la ensoñación de la morfina y su carácter extraviaba la luz de su juventud. Frida murió en 1956.
“Nunca una mujer puso tanta poesía agonizante en una tela…”
Diego Rivera
Morfina, heroína y dolor
La amapola, tan bella e inocente, se llama Papaverem Somniferumn, porque de ella se extrae el opio, principio químico de la morfina. Morfina viene de Morfeo, el Dios griego del sueño. La morfina induce a un estado de elevación que lleva al sueño y a quitar toda sensación dolorosa. Por años, la morfina y sus derivados fueron los únicos medios para alejar el sufrimiento físico. Se buscaron formas para conservar la analgesia y evitar la dependencia. A mediados del siglo pasado, se creyó encontrar una droga con esas características y así, se obtuvo un producto con mayor poder analgésico y menor tendencia a la dependencia. Por eso, se la administró libremente en los heroicos soldados durante la guerra civíl americana. Una vez más, la medicina había actuado precipitadamente, y estos héroes cayeron en las redes de la adicción. En irónico honor a ellos, se la llamó Heroína. ¿Por qué la de pendencia? No existe una sola causa aunque se sabe que el organismo produce una sustancia semejante a la morfina que, como se produce dentro del organismo, se llama endorfina. Las endorfinas son responsables de los estados psíquicos con sensasión de bienes tar. Al recibir morfina externa, no se produce la endorfina interna y al terminarse el efecto externo se demora su producción y se cae en la necesidad de una administración reiterada del producto, desde afuera del organismo, creando la adicción.