La historia del mundo según sir Walter Raleigh, el corsario favorito de la corona inglesa

El 24 de marzo de 1603, la suerte de sir Walter Raleigh cambió para siempre.  Ese día moría su protectora, la Reina Isabel l, y subía al trono James Stuart, el primero en ser coronado con ese nombre en Inglaterra. Por alguna razón que nunca podremos saber con certeza, el tal James lo tenía a sir Walter entre ceja y ceja. Algunos atribuyen esta inquina al ostentoso tren de vida del ex corsario, enriquecido por haber introducido el tabaco  en Europa. 

James detestaba ese maldito hábito de fumar y parece haber extendido ese odio al pobre  Raleigh, quien, sin saberlo, introdujo un nuevo vicio que ocasionaría millones de muertes por los efectos del tabaquismo: afecciones pulmonares, infartos y, obviamente, cáncer… Pero entonces nada se sabía de eso.

Una de las primeras medidas que tomó James como nuevo rey de Inglaterra fue llamarlo a Londres, privarlo del monopolio del tabaco que Isabel le había concedido y acusarlo de conspirar contra él en connivencia con los españoles, quienes preferían en el trono inglés  una figura más decorativa, como su prima Arbella Stuart. El fiscal  de la corte, Sir Edward Coke, declaró que Raleigh no solo era traidor, sino “una araña del infierno, un monstruo, un discípulo de Satanás capaz de cometer las aberraciones más abyectas”. Estas acusaciones terribles tenían poco sustrato real: no había evidencia de conspiración, y menos con los españoles que odiaban al antiguo pirata. A pesar de su vida de aventurero, Raleigh era diestra en las palabras y tenía buen conocimiento de las leyes gracias a su formación en Oxford. “Nunca ha existido un hombre que se haya  defendido con tanta elocuencia”, decían las crónicas de la época, “y su alegato conmovió al público presente”.

A  pesar de su defensa, el rey lo condenó a ser decapitado, aunque canceló la ejecución la noche antes de la fecha fijada. ¿Fue arrepentimiento o un cálculo siniestro para prolongar el sufrimiento de Sir Walter? De todas maneras, su majestad  no fue muy misericordioso, ya que lo condenó a cadena perpetua en la Torre de Londres. Entre estas paredes y por los siguientes 13 años, Raleigh se dedicó a escribir poesía y relatar alguna de sus aventuras, omitiendo, claro, actos menos gloriosos como la feroz represión de los irlandeses que había llevado adelante por órdenes de Isabel.

Con todo ese tiempo por delante, tuvo oportunidad de describir minuciosamente la captura de la nave española Madre de Dios (llena de oro y diamantes), el asentamiento inglés en la bahía de Chesapeake, la búsqueda de la mítica ciudad de El Dorado, la exploración del río Orinoco y el saqueo de la ciudad de Cádiz. Todas estas aventuras lo habían convertido en un hombre enormemente rico, fortuna que solía exhibir en un ostentoso ritmo de vida.

Ahora, todo eso eran glorias del pasado. Como consuelo y para mantenerse ocupado, se dedicó a escribir una ambiciosa historia del mundo, una obra tan extensa y popular que llegó a 10 ediciones en vida del autor (muchas más que las que lograra un tal William Shakespeare con sus obras de teatro). La Historia del Mundo fue editada por Ben Johnson y comienza con la creación de Adán, el nacimiento de Abraham, la destrucción del templo de Salomón, la historia de Filipo de Macedonia y las  conquistas de Roma. En su último libro, anunciaba su  versión sobre la exploración de las Guyanas, pero, en contra de todas las expectativas, James indultó a Sir Walter. Con la intención de ganarse el favor real, Raleigh propuso una nueva expedición en busca de El Dorado.

La corona británica lo autorizó, siempre y cuando no atacara a los españoles, ya que James no estaba con ganas de enemistarse con el Imperio más poderoso de mundo. Sin embargo, esa condición resultó imposible de cumplir, y el embajador español  se quejó ante el rey por el enfrentamiento entre Raleigh y las tropas  hispanas. Para James, fue la excusa perfecta a fin de condenar sin juicio a su odiado Sir Walter, alegando que lo  había traicionado al romper su palabra. 

El monarca bien recordaba que, gracias a sus dones de orador, Raleigh había sabido convertir “la indignación en compasión”. Esta vez, la condena fue firme, y Raleigh fue ejecutado en forma sumaria, acusado de traición, en la misma Torre donde había escrito los libros que lo convirtieron en un literato célebre. Ni en la adversidad sir Walter perdió el humor. Sobre el cadalso, pidió al verdugo ver el hacha que habría de cercenar su cabeza. Al probar su filo, Raleigh pronunció sus últimas palabras:  “Esta es una filosa medicina que cura todas los males y las miserias”. Su cabeza fue preservada por su querida esposa, Bess Throckmorton, quien solía llevarla consigo en una bolsa de terciopelo a donde quiera que fuera y hasta el final de sus días.

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