“Aquí finaliza la ópera porque en este momento murió el maestro”

Esto dijo Arturo Toscanini el 25 de abril de 1926, cuando el coro del teatro La Scala de Milán terminó de cantar “Liù, bontà perdona!” al mediar el último acto de “Turandot”. Esta fue la última ópera de Puccini y al ser estrenada estaba inconclusa. Toscanini de esta forma rindió su último homenaje al maestro. 
Mientras caía lentamente el telón, el director se dirigió al público, que, emocionado, escuchó estas palabras. Solo al día siguiente se interpretó la versión completa, finalizada por Franco Alfano (1875-1954) que tuvo dos versiones. 
También existe otro final, obra de Luciano Beria (1925-2003) y estrenado en el  2001.
La vida de Giacomo Antonio Domenico Michele Secondo Maria Puccini (1858-1924) fue casi tan melodramática como la de los personajes de sus óperas. Hijo de una dinastía de músicos, su madre tuvo a bien ponerle el nombre de casi todos sus ancestros, pero esto no resultó un aliciente para el joven Giacomo, más entusiasmado en la caza (de animales y de señoritas, para ser más preciso) que en las corcheas y semifusas. 
Cuentan que su entusiasmo por la ópera nació después de haber escuchado “Aida” de Verdi. Joven aún, tuvo cierto reconocimiento por su primera ópera, “Le Villi” (1884), que le ganó el apoyo de quien sería su amigo y consejero de toda su vida, Giulio Ricordi (1840-1912). Entonces se puso a trabajar en su segunda ópera, “Edgar”, obra que rehízo en varias oportunidades (una de esas versiones se estrenó en Buenos Aires sin lograr el éxito esperado). 
Esta ópera quedó relegada cuando su tercera obra, “Manon Lescaut”, logró un reconocimiento inmediato. Sin embargo, Puccini nunca pudo olvidar a “Edgar” que sufrió cambios hasta el final de sus días. De hecho, una de sus arias fue cantada en un concierto que se organizó a la muerte del compositor.
Como decíamos, la vida de Puccini fue, por lo menos, tan emocionante como la de sus personajes. En 1884 comenzó una relación con Elvira Bonturi (1860-1930), esposa de Narciso Gemignani, un mujeriego impertinente. Aun estando casada con Gemignani, Elvira  tuvo dos hijos con Giacomo, Fosca y Antonio, circunstancia escandalosa para la época (bueno,  ahora también lo es…). Gemignani fue asesinado por un marido celoso, en febrero de 1903, lo que permitió que la pareja regularizase su relación un año más tarde, porque el músico sufrió un grave accidente automovilístico que por poco le cuesta la vida. 
Puccini estaba muy interesado en la mecánica, de hecho construyó el primer vehículo todo terreno de Italia.
El músico amaba la adrenalina, de hecho, periódicamente la pareja entraba en crisis por las aventuras galantes del compositor. 
En ese entonces, vivía con la pareja Michele Puccini, el hermano menor de Giacomo, también músico, pero que jamás tuvo la trascendencia de su hermano. Michele (1864-1891) pasó bastante tiempo en la Argentina, donde no pudo consolidar su carrera y para lograr un sustento debió trasladarse a Jujuy a fin de desempeñarse como profesor de música. Al final murió de fiebre amarilla en Rio de Janeiro.
Giacomo Puccini fue invitado a Buenos Aires, donde lo recibieron como un ídolo. Vale aclarar que él y su esposa se alojaron en el antiguo edificio del diario La Prensa. Aún hoy corren versiones sobre la existencia de una amante que frecuentó al compositor en esos mismos aposentos … dicen que la joven en cuestión se suicidó y su fantasma aún ronda por los pasillos del antiguo edificio.
Recordemos que en Buenos Aires reestrenó su ópera “Edgar”, sin pena ni gloria.
Puccini continuó con la evolución de su obra; no solo experimentaba con las nuevas tendencias  teatrales, sino  con las innovaciones sonoras propias de una época de cambios abismales en los valores estéticos musicales. Giacomo experimentó con la atonalidad, pero nunca abandonó la línea melódica. De allí que muchos le recriminaron ese  “conservadurismo”.
Los éxitos obtenidos y los ingresos consecuentes le permitieron vivir con holgura en un palacio del lago de la Torre (hoy convertido en museo) donde alternaba su vida familiar, su afición por la mecánica, su pasión por la caza y la conquista de bellas mujeres.
También se creó un clima de trabajo fértil  junto a Illica y Giacosa, los libretistas de sus óperas más famosas. Esto, junto a los consejos empresariales de Giulio Ricordi, configuración la fórmula exitosa de las obras de Puccini.
Curiosamente, óperas como “Madama Butterfly” (si, es “madama” la palabra usada por Puccini), que hoy son indiscutibles, no fueron éxitos de crítica (lo que habla de que  los gustos de los especialistas no siempre coinciden con el público).
Tras la muerte de Giacosa, la relación con su esposa se puso más tensa, ya que el donjuanismo de Giacomo había exacerbado una celotipia en Elvira, quien centró sus sospechas en una joven criada llamada Doria Manfredi. Elvira la acosó por una supuesta relación adúltera con Puccini. Doria no soportó la tensión y se suicidó por envenenamiento. Al realizarse la autopsia, se descubrió que la joven era virgen, lo que ocasionó un proceso en contra de Elvira por calumnias. Gracias al pago de una generosa indemnización, Elvira pudo evitar la prisión. Obviamente, la relación de la pareja quedó muy resentida. 
A esa altura, lo único que daba sentido a la vida de Puccini era su trabajo que se traducía en éxitos como “Il Trittico”, “La Fanciulla del West” y el proyecto de crear una ópera ambientada en Chinaque lo tenía muy entusiasmado. Curiosamente, “Turandot”, la ópera a la que nos referimos, no fue estrenada en China hasta 1990.
En tiempos de postguerra, Puccini adhirió a la idea de la necesidad de “un hombre fuerte” para imponer el orden en una Italia desmoralizada después una contienda tan cruel .
La enérgica predica y la pluma incendiaria de Mussolini hicieron creer a muchos italianos que él era esa figura redentora que prometía recuperar los  sueños imperiales de Roma.
Mussolini estaba encantado de contar entre sus simpatizantes con  un personaje de la popularidad de Puccini. Se dice que el maestro hasta trabajó en una marcha para los fascistas. De esa época también es su  relación con el poeta Gabriele D’Annunzio, otro entusiasta de la figura de ‘el Duce’. La relación entre ambos artistas no llegó a concretarse en obra alguna.
Hacia principios de la década del 20, Puccini percibió cierta disfonía. Como era un fumador empedernido se sometió a un examen otorrinolaringológico donde se le diagnosticó un cáncer de garganta. Inmediatamente se comenzó un tratamiento con radioterapia que entonces era un nuevo recurso terapéutico contra las atipias. El único que conocía la gravedad del caso era su hijo, con quien se trasladó a Bruselas para tratarse, pero las complicaciones resultaron fatales y el 29 de noviembre de 1924, Puccini moría sin haber concluido “Turandot”.
De allí que cuando se la estrenó dos años más tarde, el maestro Toscanini concluyó la primera representación tal cual la había escrito Puccini y le dedicó las  palabras mencionadas al iniciar este artículo que conmovieron al público.
Alfano fue elegido para concluir la ópera, pero su propuesta debió pasar por el filtro de Toscanini que le restó varios minutos a la versión inicial de Alfano.
¿Cómo hubiese resuelto Puccini el abrupto enamoramiento de Turandot, la princesa de hielo? Nadie lo sabrá a ciencia cierta…
“Los hombres mueren y los gobiernos cambian, pero las canciones de “La Bohéme” vivirán para siempre” Thomas Alva Edison .

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