Henri-Marie Beyle (1783-1836), más conocido como Stendhal (seudónimo que recuerda al pequeño pueblo prusiano de Stendal al que le agregó la “h” para darle un aire afrancesado), no tenía una alta opinión de los médicos, a pesar de que él mismo, de no haber sido militar, diplomático y escritor, hubiese sido un gran médico por su enorme capacidad de observación. Sin embargo, no se llevaba bien con los médicos de su tiempo, quienes estaban obstinados en teorías arcaicas y tratamientos de indiscutible inutilidad.
En el fondo Stendhal sabía que lo primero que vemos cuando llegamos al mundo es un médico, que la vida sin uno cerca sería inviable y que muy probablemente sea al último ser que veamos en los minutos finales, siendo responsable de colocar las dos monedas sobre nuestros párpados como óbolo para la barca de Caronte.
Aunque su capacidad de observación lo llevó a describir algunas enfermedades en sus novelas, sus héroes suelen morir muy jóvenes de heridas por actos violentos, siguiendo esa consigna autoimpuesta “un buen héroe es un héroe muerto”.
Stendhal estaba interesado en las enfermedades mentales gracias a su amistad con dos médicos dedicados a la emergente psiquiatría. Uno de ellos era Pierre Jean Georges Cabanis (1757-1808), un profesor de higiene que había colaborado con el joven Bonaparte de quien Stendhal era un ferviente admirador. De Cabanis tomó la teoría de los temperamentos y los instintos, la cual desarrolla en algunas de sus novelas como “El rojo y el negro” (“Le Rouge et le Noir”, 1830). También tuvo una estrecha relación con Philippe Pinel (1745-1826), un conocido alienista del L’Hôpital Pitie-Salpêtrière, famoso por sus nuevas teorías sobre la contención de los enfermos mentales. El tema tanto había interesado al escritor que se tomó la molestia de leer su extenso “Traité médico-philosophique sur l’aliénation mentale ou La manie” (1801).
Sin embargo, el nombre de Stendhal quedó plasmado en la medicina por el síndrome que lleva su nombre, relacionado a un sentimiento de abrumadora alteración mental frente a estímulos estéticos, emocionales (algunos han extendido el límite de estos estímulos al amor).
En su “Historia de la pintura en Italia” (“Histoire de la peinture en Italie”, Paris, 1817) describe este sentimiento al contemplar la Sibila de Volterrano. “A pesar de que me dolían los pies y mi cansancio, jamás me hubiese privado del goce estético de admirar esta gloria estética… frente a ella me olvidé de esas molestias y experimenté esa “sensación celestial” que ofrecen las bellas artes de sentimientos apasionados. Al salir de Santa Croce tuve palpitaciones cardiacas… la vida estaba exhausta de mi… tenía miedo de caerme…” Tuvo la misma sensación al ver “El descenso de Cristo al limbo” de Bronzino.
Esta capacidad de autopercepción y describir con precisión lo que experimentaba incluye la observación de que “los olores agradables desencadenaban un debilitamiento de mi pierna y brazo izquierdo y la tendencia de caer hacia ese lado”. Como Stendhal era un jaquecoso crónico, como lo detalla en su correspondencia bien podríamos estar frente a una migraña desencadenada por olores.
Esta misma sensibilidad lo llevó a ser el primero en describir la afasia como parte del cuadro de ataques isquémicos transitorios. Stendhal describió esta afasia transitoria 20 años antes que Paul Broca (1824-1880) estudiase el cerebro de pacientes afásicos –es decir, imposibilitados de expresarse con corrección–.
El primero de ellos fue uno llamado Leborgne, a quien conoció en el Hôpital Bicêtre en 1861, lo siguió por tres años hasta que se enteró de su muerte y pudo hacerle una autopsia donde observó las lesiones en el área prefrontal del hemisferio izquierdo. Después de este caso, estudió a una docena de pacientes que experimentaban la misma sintomatología e idéntica lesión, razón por la cual esa área del cerebro se la conoce con su nombre.
Sin embargo, fue Stendhal quien, en una serie de cartas a amigos, describió esas “lagunas” en el habla. La primera de ellas la experimentó en abril de 1841 mientras escribía su libro “Lamiel”. En una carta a Domenico di Fiore (1769-1848), cuenta como bruscamente “me olvido de todas las palabras en francés” y relata como en los últimos meses había experimentado 4 episodios que habían durado entre 6 y 8 minutos. En su caso se acompañaron de dolores de cabeza y cansancio.
Preocupado, buscó atención médica en Berlín, donde un médico le explicó que había sufrido una “apoplejía nerviosa” y le recomendó tomar acónito para mejorar la circulación (este es un compuesto vegetal que se encuentra en el género Aconitum que en un momento se usaba como estimulante, pero hoy está prohibida por su toxicidad).
En la correspondencia con di Fiore, continúa describiendo estos desagradables episodios de dificultades en el habla y comenta la intención de visitar al Dr. Jean Prévost en Ginebra, médico que ya había tratado exitosamente su gota. Los episodios de isquemia transitoria se asociaron con debilidad en las piernas. Entre los médicos que visitó y que le hicieron sangrías y aplicaciones de sanguijuelas estaba el Dr. Alertz, quien entonces se desempeñaba como médico del Papa.
Estas dificultades no frenaron la carrera galante del autor quien se vio involucrado en un “cuadrado” amoroso con la hija de una famosa cantante, Cecchina Lablache. Además de Stendhal y la dama, había un marido burlado y otro amante involucrado…
“El amor es una bellísima flor”, decía, “pero hay que recogerla al borde del principio”.
Al final, pudo verlo al Dr. Prévost, quien se mostró poco optimista sobre el futuro del escritor. El Dr. estaba en lo cierto.
Pocos días más tarde, mientras caminaba hacia el Ministerio de Relaciones exteriores en Paris (recordemos que Stendhal se desempeñaba como diplomático francés) cayó en la calle inconsciente. Fue asistido por dos médicos, el Dr. Eyland y el Dr. Prus quienes lo trasladaron al hotel donde se hospedaba, pero los anuncios de ataques isquémicos transitorios resultaron ser premonitorios de este accidente vascular que puso fin a sus días el 23 de marzo de 1842. Curiosamente, en una carta escrita a Domenico di Fiore días antes de su fallecimiento decía: “No será extraño que muera en la calle”.
No hubo autopsias y un día más tarde fue enterrado en el cementerio de Montmartre.
El mismo día de la muerte de Stendhal, el joven Paul Broca iniciaba sus estudios de medicina que culminaron 20 años más tarde con su famosa presentación del ya citado caso Leborgne en la Sociedad de Antropología de París. Se cerraba de esta forma un círculo virtuoso de ciencia, literatura y capacidad de observación.