Tus dos pechos, como gemelos de gacela, que se apacientan entre lirios.
Hasta que apunte el día y huyan las sombras.
Me iré al monte de la mirra, y al collado del incienso.
Toda tú eres hermosa, amiga mía, y en ti no hay mancha.
Esta osada descripción de la mujer figura en un libro cuya fama no se funda precisamente en su erotismo: El Cantar de los Cantares. Se puede asistir diez años a un colegio religioso sin tener noticias de tanto goce visual. El Cantar de los Cantares (uno de los siete librospoéticos y sapienciales de la Biblia) no debía ser leído en público, ni siquiera ante un público selecto. Semejante pudor ha llevado a la Iglesia Católica a un uso restringido del texto en la liturgia nupcial. La Iglesia actuó como si no hubiera comprendido la forma en que tanto erotismo se pudo incluir en la Biblia pugnando por entrar en la liturgia junto a otros textos sagrados.
En aquel tiempo la contemplación gozosa del desnudo no era considerada pecaminosa. Adán y Eva estaban desnudos en el Paraíso hasta que fueron tentados a probar la fruta prohibida del Árbol de la Sabiduría. La conclusión era temeraria: si se quería estar desnudo no convenía acceder al conocimiento. La Iglesia alentó sistemáticamente la idea de que es mejor permanecer ignorantes y vestidos.
El amor puramente nupcial y conyugal, incluidas sus manifestaciones eróticas, forma parte de las fuerzas generadoras y sustentadoras de la existencia popular creadas por el mismo Dios. Eso se lee en una guía para la lectura de la Biblia, publicada en Alemania en 1965.
Lo obsceno, según tiempo y circunstancia
El derecho a la obscenidad es una conquista épica del siglo XX. La antigüedad ha establecido una armadura jurídica que diseñó un férreo control de la contemplación y el gozo de la mujer.
El Libro hindú de las Leyes de Manu se refiere a la condición de la mujer en la India. A través de su articulado, desarrolla el concepto de que ella es un ser perverso, del que es necesario vigilar los menores actos y al que no hay que dejar iniciativa, pues Manu le ha dado solamente el amor a la cama y a la silla, deseo de adornarse, pasión por los hombres, ira, doblez, aviesa intención y perversidad. A la mujer adúltera la hacían despedazar por perros, en una plaza donde acudía mucha gente.
En China, en la gens más primitiva, la mujer tenía un papel preponderante con respecto al hombre. Pero cuando se pasó de la azada al arado y de la domesticación de animales al pastoreo, el hombre adquirió superioridad sobre la mujer, pues ésta no podía alejarse del campamento por sus múltiples tareas. Se llegó a sostener como principio que la ignorancia era la virtud femenina por excelencia. El Libro de las Leyes de las Mujeres rezaba: “Sin una obediencia sin límites una mujer es indigna del hermoso nombre de esposa”.
En Egipto había una elevada condición que las costumbres y las leyes atribuían a la madre. La descendencia por vía femenina tenía la preeminencia sobre la masculina. El Código de Amasis (554 a.C.), sin embargo, rebaja a la mujer de tal forma que legalmente carecía de valor como persona y ella misma tenía que venderse en matrimonio.
La familia patriarcal otorgó permisividad al varón y represión a la mujer a la que se le exige virginidad y fidelidad al marido sin importar su propio placer.
En la Edad Media se declara al instinto sexual como demoníaco, dando origen a la Santa Inquisición. A fines del siglo XV aparecen en Europa los primeros indicios de enfermedades de transmisión sexual. Eran consideradas un castigo del cielo. Las actitudes ante la sexualidad diferían de acuerdo con la clase social.
Para las mujeres, el sexo era algo que debía soportarse. Todavía, se creía que las relaciones sexuales en exceso reducían la vida del hombre o lo volvían idiota.
En el siglo XIX, los médicos fueron depositarios de la moral burguesa. La gran corriente higienista acompañó las innovaciones urbanísticas y los designios de la moda. Pero la mujer todavía deberá aferrarse a aquellos correctores corsés que le impedían respirar.
Freud demostraría que la mayoría de las fobias y miedos tienen relación con las frustraciones sexuales.
En la época victoriana se aprobaron las primeras leyes que prohibían la pornografía. Los más importantes dibujantes, escritores y fotógrafos de la época no daban abasto con sus producciones, y si algo se condenaba por obsceno, era precisamente porque gozaba de una secreta popularidad.
Los artistas han desarrollado una enorme capacidad para disimular sus verdaderas intenciones. Dentro de la fotografía del desnudo existen varios motivos que han marcado épocas en la historia de la especialidad. No siempre es fácil distinguir el desnudo artístico del erótico o, lisa y llanamente, del pornográfico. Aunque algunos de ellos se puedan trastocar o superponer, los tres tienen particularidades, búsquedas y conclusiones muy marcadas. Mientras el desnudo artístico busca la belleza en la composición, y concluye en la exaltación del cuerpo, el fin del desnudo erótico es sugerir sexualidad, invitar al deseo, provocar, estimular. El desnudo pornográfico exhibe sin restricciones la saturación del hecho. El concepto de obscenidad es marcadamente significativo en este último. El desnudo etnográfico, el nudismo y el desnudo deportivo escapan a las reglas morales que les competen a los demás por algunas estratagemas que no siempre terminan siendo claras.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la producción de desnudos descendió considerablemente. La fotografía de guerra abarcó toda la atención. Muchos estudios fotográficos cerraron o se utilizaron exclusivamente para la obscenidad bélica. Artistas de toda índole tuvieron que emigrar de las ciudades invadidas.
La estupidez humana muchas veces tiende a darle la razón a personajes como Larry Flint, editor de la revista pornográfica Hustler. Durante un juicio que lo llevó a la cárcel por violar leyes antipornográficas puso de manifiesto su perplejidad porque, dijo, la exhibición de fotos mostrando algo tan natural como el acto sexual, era más condenable que dar a conocer detalles de asesinatos en la prensa.
Otro contrasentido: La actuación de entretiempo del Super Bowl del 2004 tuvo una audiencia aproximada de 90 millones de telespectadores. Durante el espectáculo, Janette Jackson y Justin Timberlake cantaron el tema “Rock Your Body” de Timberlake, con una coreografía que la FCC clasificó como “sexualmente sugerente”. Luego del verso “gonna have you naked by the end of this song” (“te tendré desnuda al final de esta canción”), Timberlake “simultáneamente rasgó parte del corsé de Jackson,” revelando su pecho pormenos de un segundo. A pesar de la brevedad del error, el incidente ofendió la moral de muchos telespectadores.
En los años `80, en plena resurrección democrática argentina, Ediciones de la Urraca, había lanzado la revista Fierro, con unos espectaculares dibujos de desnudos femeninos a cargo de Nine, verdaderos monumentos de la imaginación. La municipalidad le exigió exhibirlas en los kioscos con una funda opaca que sólo dejaba ver el logotipo del medio. Los editores protestaron –acaso sin razón-, ya que el público no soportaba la exhibición de dichas imágenes. También debían venderse con funda de polietileno, la revistas especializadas Playboy y Penthouse, la que hizo famoso al fotógrafo Bob Guccione. Andrés Cascioli, director de Fierro, decía que las mujeres de Nine no existían. ¿Es que acaso existen las mujeres fotografiadas por Bob Guccione?
La iglesia sabe que abrir las puertas a la liberalidad en cada emisión de TV se acerca a la franqueza y a la verdad en temas tan ocultos como la sexualidad temprana, los embarazos no deseados. Cuando yo tenía diez años la televisión mostró dos eventos que marcaron mi vida y la de muchos de mi generación: Coccinelle, la travestida francesa, y Mamie Van Doren, candidata a eclipsar el recuerdo de Marilyn. Cada vez que una bailarina abraza el caño o luce su curvatura en la TV no dejo de pensar en lo saludable de la imagen. Porque si ella lo puede hacer para un público familiar, multitudinario, es porque la humanidad, que no pudo eliminar las guerras atroces, ha sido capaz por lo menos de librarse de aquellas terribles ataduras morales.