¿Qué hubiera pensado Victoria Ocampo de Wanda Nara?

Me la imagino a Victoria en su cama de Villa Ocampo, pijama de seda, celular en mano, stalkeando a Wanda como quien observa un animal exótico pero sabe que también es un espejo de su propia decadencia. Entre un link y un reel, dice en voz alta:
“Es la Peggy Guggenheim argenta contemporánea: las carteras son las obras e Instagram la nueva galería de arte moderno”. Suspira. Horror y envidia estética mezclados en un solo gesto. “Grasa y lúcida”, bisbisea, “capitaliza la instantaneidad como Mefisto, mientras yo persigo la posteridad como una idiota solemne. Las dos somos narcisistas substanciales, pero yo demasiado seria, demasiado esnob. Qué desperdicio de talento emocional y estratégico…”.

¿Sabrá Wanda Nara quién fue Victoria Ocampo? Innegablemente, no. Y ahí radica su poder: la ignorancia que es gracia, brillo que resbala sobre la cultura como río que no quiere entender sus márgenes. Me la imagino a Wanda pidiéndole al ChatGPT un resumen sobre la vida de la Gioconda de la Pampa y enterándose, tarde y sin culpa, que sin Victoria Lacan no hubiese sido doctrina ni Borges el premio Novel que nunca fue. Me la imagino en su camarín de Master Chef, contándole a Kenny mientras la peina antes de salir al set sobre las audacias, amoríos e inserciones culturales transatlánticas de la patricia filántropa porteña.

Conjeturo, prejuzgo: Wanda ignora olímpicamente a los literatos publicados en Sur. Y columbro, hiperbolizo, que esa ignorancia no le pesa; la lleva como corona de plástico, como si burlarse de la erudición fuera un arte más. Victoria la habría aborrecido y admirado a la vez. Indubitablemente, se hubiese preguntado desde lo más profundo de su ingenuidad clasista: “¿Cómo puede alguien tan palurdo ser tan magnético? ¿De dónde sale tanta osadía sin cultura?”

Intríngulis posibles:

·        El exceso de Wanda es absoluto, ritualizado: refulgencia convertida en altar, cuerpo transformado en espacio de adoración mediática. Victoria sentiría magnetismo y repulsión al mismo tiempo: vulgaridad sublime de la auto-celebración, deslumbramiento que lastima, modernidad femenina llevada a un extremo tardío y espectacular. Wanda encarna la tensión imposible entre fascinación estética y malestar ético; un show que lacera tanto como seduce.

·        Su autonomía femenina es paradójica: independencia económica y mediática admirable, sí, pero Victoria leería el truco: libertad extrema que se compra, intimidad evaporada, exposición infinita. Una lección de mercantilización del yo que la Ocampo habría devorado con delectación intelectual, anotando sin piedad los límites entre poder, fama y autenticidad, entre espectáculo y persona.

·        La dimensión íntima de Wanda hubiera sido un festín para la curiosidad crítica de Victoria. Habría analizado cada frase, cada posteo, cada escándalo como textos vivos, inscribiéndolos en diarios saturados de ironía, fascinación y distancia crítica. Wanda para la Ocampo hubiésese convertido en musa y monstruo: objeto de admiración y repulsión, un texto vivo que ella habría leído con deleite venenoso, entendiendo que lo extraordinario no siempre es hermoso, pero sí irresistible.

En resumen: Ramona Victoria Epifanía Rufina Ocampo no la habría condenado ni glorificado, sino situado. Habría entendido a Wanda Solange Nara como un síntoma cultural y estético de su tiempo, un “objeto de estudio” fascinante, brillante y perturbador, tan contemporáneo como inabarcable. Compendiando: Victoria hubiese sido team Wanda.

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