Oscar Wilde, vistiendo al buen Dios

El 16 de octubre de 1854 nacía Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde, quien se convertiría en el escritor más destacado de Gran Bretaña, famoso por sus frases brillantes, actividades provocativas y su trágico final.

Con su ingenio y su prestigio, creía gozar de una inmunidad que los jueces no podrían quebrar; pero olvidó que el promotor del escándalo que lo llevaría a la cárcel era John Sholto Douglas, noveno marqués de Queensberry, quien pasó a la historia por haber establecido las reglas modernas del boxeo y por darle un golpe bajo a Oscar Wilde: acusarlo de “posing as a sodomite” (posando como sodomita), debido a la relación que mantenía con su hijo Alfred, conocido como Bosie.

Antes de llegar a esta instancia, el marqués había tratado de alejar a su hijo de este escritor escandaloso retirándole el dinero que le pasaba. Pero Wilde siguió manteniendo a Alfred. Después, el marqués intentó boicotear su pieza teatral La importancia de llamarse Ernesto; sin embargo, la obra fue un éxito.

Fue entonces cuando le dejó a Wilde esa nota acusatoria en su club, a la vista de todos. Wilde, empujado por la aversión que Alfred sentía hacia su padre, denunció al marqués por calumnias,. El día del juicio, Wilde asistió vestido elegantemente y declaró lanzando frases ingeniosas que hacían reír a la audiencia. En un momento, el juez debió llamarle la atención y recordar que aquello era un juzgado y no un cóctel.

El juez ordenó que el marqués fuese procesado por difamación y Wilde celebró la ocasión yéndose de vacaciones con Alfred a Montecarlo. Mientras tanto, los abogados del marqués recorrían los bajos fondos de Londres recogiendo testimonios de prostitutos y travestidos que habían sido frecuentados por Wilde.

Edward Carson, el abogado del marqués, presentó 14 cargos por “corrupción moral homosexual hedonista”. Sentado Wilde en el banquillo, Carson le preguntó directamente si “había sentido adoración por una bella persona del mismo sexo”, a lo que Wilde contestó: “Nunca he sentido adoración por nadie que no fuera yo”.

Las preguntas se sucedieron y los testigos que afirmaban haber estado con el escritor se acumulaban. Al verse acorralado, Wilde retiró la acusación de calumnias, pero ya era tarde: fue condenado por homosexual a dos años de trabajos forzados. En ese tiempo escribió De Profundis, y más tarde La balada de la cárcel de Reading. Puesto en libertad, se fue a Francia, donde se reencontró con Alfred para descubrir que todo vínculo estaba roto.

Wilde murió de una meningitis de origen sifilítico en un oscuro hotel de París, mientras que Lord Alfred Douglas se dedicó a escribir poemas, se casó, tuvo un hijo y denunció a Churchill por especular con financistas en la Bolsa de Londres durante la Primera Guerra. Alfred fue acusado por difamación y finalmente arrestado.

Esta historia no estaría completa sin el relato del día después: cuando los restos de Wilde fueron homenajeados con una tumba en el cementerio de Père-Lachaise, coronada por una esfinge alada que el escultor Jacob Epstein dotó de un desproporcionado aparato reproductor masculino, cercenado por virtuosas damas británicas.

Las mujeres que visitaban esta tumba comenzaron a besar el basamento de la estatua, que pronto se convirtió en un muestrario de rouge. El nieto del escritor logró que una placa de acrílico impidiese continuar con este hábito. También los visitantes suelen dejar papeles con mensajes para Wilde. Uno de ellos decía: “Afirman que has muerto, pero creo que estás a la diestra del buen Dios enseñándole a vestirse”. La ley que llevó a Wilde a la cárcel se derogó en 1967. “Todos estamos en el mismo barro, solo que algunos miramos las estrellas”.

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Esta nota fue publicada en CLARIN

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