Hay más de una Tablada en la historia argentina: está el combate de 1817, cerca de Tarija, una victoria de las fuerzas patrióticas; y también el ataque al cuartel de La Tablada, cuando en 1989 miembros del Movimiento Todos por la Patria, liderado por Enrique Gorriarán Merlo, irrumpieron en el regimiento, provocando más de 30 víctimas.
Este regimiento llevaba el nombre de una victoria casi legendaria del general Paz en Córdoba. Hoy vamos a retroceder casi 200 años para evocar esa contienda , uno de los primeros grandes enfrentamientos de nuestras guerras civiles y un ejemplo del genio estratégico del “Manco” Paz. Así lo llamaban a José María después del combate de Venta y Media, cuando quedó inutilizado su brazo derecho.
Después del fusilamiento de Dorrego en 1828, el ejército que había regresado de la guerra del Brasil se dividió. Lavalle trató de retener la provincia de Buenos Aires y al Litoral, mientras que Paz se dirigió a Córdoba –su ciudad natal– con el objetivo de desplazar al gobernador federal Juan Bautista Bustos.
Derrotado en San Roque, Bustos huyó a Santa Fe, mientras Paz se hacía fuerte en Córdoba.
Quiroga, comandante de armas de La Rioja, convocó de inmediato a las fuerzas de Cuyo y del Noroeste, junto con las milicias cordobesas que aún respondían a Bustos. Para evitar el paso por las serranías, Quiroga emprendió un largo rodeo que lo llevaría hasta el sur de la capital mediterránea.
Paz se encontraba en una situación comprometida: rodeado de fuerzas hostiles y sin el apoyo de Lavalle. En la provincia aún quedaban focos rebeldes que Paz debió neutralizar.
Las tropas de Quiroga duplicaban en número a las de Paz. Aunque el general unitario contaba con veteranos entrenados y respetuosos del genio de su jefe, los federales eran milicias indisciplinadas, comandadas por un caudillo de coraje indomable, secundado por José Félix Aldao: un fraile apóstata que había servido a las órdenes de San Martín en Chile y Perú, y que curiosamente ahora combatía en un ejército que enarbolaba la insignia “Religión o Muerte”.
En junio, el ejército federal llegó a Anisacate, a la espera de refuerzos de Tucumán. Paz salió a su encuentro, pero Quiroga lo eludió y tomó la ciudad de Córdoba.
Los escasos 250 hombres que Paz había dejado custodiando a la ciudad, a cargo del capitán Agustín Díaz Colodrero, lograron rechazar los asaltos federales gracias al acertado uso de su artillería. Sin embargo, el joven oficial murió al amanecer, dejando a las tropas unitarias acéfalas.
Quiroga ofreció a los defensores respetar sus vidas si se rendían. Como éstos ignoraban la suerte de Paz y tras un día de combate desigual, los unitarios depusieron las armas.
Esa misma noche, Paz se acercó a Córdoba y confirmó que estaba en manos de Quiroga ,al frente de un ejército poderoso. Ante la batalla que se avecinaba, el general dio un respiro a sus tropas y, al amanecer, avanzó contra el grueso del ejército federal, sin desperdiciar tiempo en intentar tomar la ciudad.
Quiroga se había afianzado en el campo llamado La Tablada, lo que hoy es el barrio Cerro de las Rosas.
Paz distribuyó sus fuerzas: a la derecha ubicó a Lamadrid con su caballería; en el centro, al coronel Deheza con la artillería e infantería (los federales casi no tenían infantes, ya que se habían quedado a resguardar la ciudad); y a la izquierda, el coronel tucumano Javier López –antiguo gobernador de su provincia–. A cargo de la reserva estaba el coronel Esteban Pedernera, quien con los años sería vicepresidente y presidente provisorio de la República Argentina.
Del lado federal, Quiroga colocó a Aldao frente al ala izquierda, al centro puso a la caballería riojana de Villafañe y el Chacho Peñaloza, y en el ala derecha al exgobernador Bustos, deseoso de recuperar su provincia.
El primer choque fue entre la caballería de Lamadrid con las fuerzas de Aldao. Al verse superado, Lamadrid –según nos cuenta en sus memorias– pidió refuerzos, mientras el Chacho, en un despliegue de coraje, llegaba a enlazar los cañones de las fuerzas unitarias para inutilizarlos. Para evitar este descalabro, Paz ordenó amarrar a los cañones entre sí.
A continuación, Paz movilizó su reserva al mando del legendario Pringles, héroe de las campañas sanmartinianas. Por su heroico accionar, que sembró el terror entre los hombres de Quiroga, Paz lo ascendió a coronel en el campo de batalla.
Una vez estabilizado el frente derecho, Paz tanteó la línea federal buscando su punto débil.
Finalmente, usando su reserva, atacó a la izquierda federal, que huyó despavorida.
La noche cayó sobre el campo, sembrado de muertos federales. Paz dio descanso a sus hombres después de un día agotador. Esa noche durmió convencido que Facundo había huido para no volver… pero se equivocaba.
Quiroga no estaba dispuesto a darse por vencido. A pesar de ver sus tropas reducidas y algunos de sus oficiales heridos –como el mismo Aldao–, aún tenía un poderoso ejército entre manos.
El 23 de junio, Paz comenzó a marchar hacia la ciudad con la intención de recuperarla. La columna avanzaba por un terreno escarpado, con la caballería de Lamadrid protegiendo sus flancos.
Desde una distancia prudencial, Quiroga decidió atacarlos antes de que los unitarios pudieran organizarse en orden de batalla. Desde las alturas de La Tablada, sus cañones hostigaron al ejército de Paz, mientras la infantería federal apostada en Córdoba avanzaba hasta las orillas del río Primero. El ejército unitario empezó a desbandarse: Quiroga había logrado sorprender a Paz.
Otro, con menos temple, se habría dado por vencido. Pero El Manco se percató que Quiroga no estaba aprovechando la oportunidad. Entonces, sin dudarlo, lanzó un contraataque con su caballería, seguido por la infantería que avanzó con bayoneta calada.
Quiroga, sin fuerzas para responder, debió emprender la retirada, dejando mil muertos en el campo y más de quinientos prisioneros. Con apenas 2000 hombres, comenzó el penoso camino a Cuyo, mientras Aldao se recuperaba de sus heridas.
Tres meses más tarde, el fraile Aldao emprendía la reconquista de Mendoza, que culminaría con la batalla del Pilar.
Borges, en su poema conjetural, lo resume con crudeza: “Zumban las balas en la tarde triste… vencen los bárbaros, los gauchos vencen”. Aquellos gauchos eran conducidos por Aldao.
Pocos se salvaron de la furia del fraile al ver a su hermano muerto a traición. Sarmiento escapó con lo justo, dejando inscripta su indignación en esa frase atribuida a Volney (aunque Paul Groussac más tarde diría que pertenecían a Fortoul): “las ideas no se matan”.
El cuerpo de Francisco Laprida jamás fue hallado, pero todos sospechan de una muerte espantosa …
Retirado Quiroga del campo, Paz retomó fácilmente la ciudad de Córdoba. Como desentendiéndose del asunto, dejó al coronel Deheza a cargo de los vencidos.
En un ataque de furia, Deheza ordenó fusilar a esos gauchos cansados, que solo esperaban la bendición de una muerte rápida después de días de batallar. Solo las quejas de los oficiales lo hicieron reconsiderar su orden.
“Está bien” –dijo el coronel–, me quitan a los prisioneros”.
Uno de cada cinco prisioneros fue ejecutado en forma sumaria.
Con los muertos de La Tablada y las víctimas del Pilar se iniciaba el círculo dantesco de nuestras guerras civiles, cimentadas en estás crueldades retaliatorias que intentaban, con su vano horror, encontrar nuestro destino americano hecho de sangre, polvo y espanto.
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