Discursos que matan

El nombre de William Henry Harrison (1773-1844) es poco conocido fuera de los Estados Unidos, a pesar de haber sido el presidente más añoso en asumir la primera magistratura, con 68 años, y el de mandato más breve, apenas un mes.

Harrison fue un “niño de la Revolución”, hijo de colonos que habían peleado contra los británicos y abrazado la Declaración de Independencia con entusiasmo. Formado en los clásicos y frustrado estudiante de medicina, a los 18 años se incorporó a las milicias, donde hizo carrera. Como general, enfrentó a las fuerzas de Tecumseh, el temible cacique shawnee  al frente de la confederación india que enfrentó al ejército norteamericano. Harrison logró  vencerlo en la batalla de Tippecanoe, que le ganaría el apodo con el que sería conocido y daría lugar a una canción que fue la primera en ser usada como jingle de una campaña electoral.

Después de las contiendas que lograron la independencia de Estados Unidos, Harrison hizo carrera como congresista y diplomático. Fue el representante ante el gobierno de Simón Bolívar con quien entró en abierta controversia. El Libertador, hostigado por Harrison y lo que consideraba una prepotente intromisión de los norteamericanos en los asuntos de su nación, escribió: “Parece que los EE.UU. han sido destinados por la Providencia para atormentar a América en nombre de la libertad”.

La popularidad de Harrison como general lo convirtió en líder del partido whig, contraponiéndose a los demócratas sucesores de Andrew Jackson.

Gracias a su prestigio (y la canción pegadiza que lo glorificaba a él y a su vicepresidente, John Tyler), ganó las elecciones. Un helado 4 de marzo, se dirigió al pueblo norteamericano sin su capote para mostrarles que, a pesar de su edad, podía desafiar a las inclemencias del tiempo. Este resultó ser un error fatal.

Durante el acto de asunción en los jardines de la Casa Blanca, hizo una larguísima alocución que se prolongó durante dos horas, “ofreciendo un resumen de sus principios”. En ese tiempo citó a filósofos, políticos y cónsules romanos con tal profusión que a su seguidor Daniel Webster (un notable jurisconsulto) le resultó imposible tomar nota de este “resumen”. Al resumir el texto, Webster aclaró que por lo menos el presidente electo había  “matado a 17 procónsules romanos” a fin de explicar su plan de acción, que finalmente no pasó de esa prosa cultivada que ni sus seguidores más entusiastas pudieron seguir …

El enfriamiento evolucionó a una neumonía, y la presidencia de Harrison se redujo a escasos 32 días que transcurrieron mientras él agonizaba.

Quizás este relato sirva de ejemplo a presidentes que extienden sus alocuciones más allá de lo estrictamente necesario, alardeando de su incontinencia verbal con intervenciones controvertidas que en nada ayudan a la marcha de los asuntos de gobierno y solo sirven para alimentar su desmesura y sembrar controversias, muchas veces estériles, y exponiéndose a los rigores del debate público sin la debida cautela, como William Harrison desafío al viento helado de Washington sin su capote.

Y así le fue.

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