Johann Wolfgang von Goethe y el síndrome que lleva su nombre

Cuando las tinieblas anunciaban el final de su existencia, Johann von Goethe reclamó la luz que se escapaba. Sus últimas palabras, “Luz, más Luz”, no solo eran un canto a la vida, sino a la ciencia, ya que el poeta y literato también tenía vocación científica. La luz debía iluminar al espíritu humano para entender al hombre y la naturaleza que lo rodeaba.
Nada de lo humano le era ajeno, más al final de una vida que conoció la gloria y el fracaso, amores y desventuras. Sus libros más famosos eran de romances trágicos, de rechazos y relaciones tortuosas que, muy probablemente, reflejasen sus propias frustraciones, aunque  su caso no tuvo un final tan dramático como el de sus personajes.
Con el suicidio de Werther comenzó el Romanticismo como una exaltación de los sentimientos, amor a la patria y los sufrimientos por amores desencontrados.
La  influencia de esta novela fue tan notable que dio lugar a un síndrome con su nombre, creado por el sociólogo David Phillips, en 1974, donde describe la tendencia de algunos individuos de imitar conductas autodestructivas que se leen o ven el libros o películas.
“Aprendemos a enamorarnos por los libros”, decía Goethe. De una forma u otra, en la sana locura del enamoramiento buscamos estereotipos que sirven de guía en el laberinto de los afectos y pasiones: hay Romeos y Julietas, Quijotes y Dulcineas, Cyranos y Roxanes… y también hay muchos Werther que priorizan al enamoramiento sobre su propia vida.
 “El amor”, decía el autor, “no se domina, se cultiva”. Sabemos que no todas las plantas florecen y, cuando lo hacen, es inexorable que la flor marchite… Así es la vida, pero los humanos nos esforzamos en desconocer su inexorable final y las incertidumbres que nos rodean con una soberbia ignorancia. Conocer esta incertidumbre nos paralizaría.
Goethe pertenecía a una familia de posición acomodada, más no de la nobleza; el “von” lo agregaría años más tarde por sus servicios al duque Carlos Augusto de Sajonia-Weimar-Eisenach. Bajo su protección, tuvo oportunidades de codearse con la intelectualidad alemana y figuras como Beethoven, Friedrich von Schiller y Napoleón. Viajó por Italia y, a su regreso en 1788, fue nombrado director del Teatro Weimar hasta su retiro en 1813.
A lo largo de esos años profundizó sus estudios científicos, que lo llevaron a plantear una teoría distinta a la de Newton sobre los colores y a descubrir un huesecillo en la mandíbula. Por la descripción de este hueso tuvo una fuerte discusión con otros estudiosos, pues, como hombre adelantado a su época, sostenía que esta era la demostración de que los animales y humanos estaban emparentados, cosa que confirmaría Darwin casi cincuenta años más tarde.
Esta conjunción de literatura y ciencia –“La naturaleza y el arte parecen rehuirse, pero se encuentran antes de lo que se cree”–, lo llevó a plantear un concepto tan controvertido para la época como lo sigue siendo hoy día: la base bioquímica del amor, algo muy curioso, más cuando proviene del creador del Romanticismo. 
Su novela Afinidades electivas fue condenada por esta perspectiva biológica. Según la costumbres imperantes, esta tesis era inmoral. Para Goethe, la fidelidad y el desarrollo personal se mueven en el caos irresistible del deseo y, por lo tanto, no pueden verse limitadas al matrimonio (aunque, curiosamente, Goethe se casó con su criada a los 55 años  y permanecieron unidos hasta el final de sus días).
Sus textos más famosos, como Fausto (que le llevó 14 años de elaboración),Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister y, especialmente Las penas del joven Werther están basadas en relaciones afectivas vividas por el  autor.
Las penas del joven Werther  se inspiraron en la pasión de Goethe por Charlotte Buff, una bella muchacha comprometida con su íntimo amigo Kestner. El  suicidio del joven por amor se basa en el terrible final de otro amigo, Karl Jerusalem quien, curiosamente, lo hizo con la pistola que le había prestado Kestner, sin sospechar sus intenciones. Dos casos aislados relacionados circunstancialmente que ayudaron a crear tan magnífica novela.
Werther no solo consagró al autor por ser la prima gran novela romántica, sino que también la primera en promover el género epistolar. Además, creó una moda: los jóvenes vestían como Werther, con chaqueta azul y chaleco dorado, e inspiró a  una famosa ópera homónima de Jules Massenet.
Atribuyen a Werther haber generado una ola de suicidios cuyos protagonistas preferían poner fin a su existencia antes que contaminarse con las miserias del desamor. “Vivir sin esperanza es dejar de vivir”. 
El caso más conocido, que conmovió al mismo Goethe,  fue el de Christel von Lassberg, una joven de 17 años que se arrojó a las aguas heladas del río Ilm al no poder soportar el despecho de una reciente relación. Al recuperar su cadáver, entre sus ropas hallaron un ejemplar de Las penas del joven Werther
Enterado Goethe del fatal desenlace, decidió cavar una gruta en memoria de la joven, que aún se puede visitar.
Goethe murió el 22 de marzo de 1832, con la fama de ser el más grande de los literatos alemanes, cuya altura es difícil  de equiparar. Sus últimas palabras, después de haber sufrido un infarto masivo, reclamaban “más luz”, expresión que la posteridad ha tomado como una metáfora para continuar buscando el brillo del conocimiento, porque bien sabía que “la genialidad es 2% de talento y 98% de perseverancia”.

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