El concilio cadavérico y otras curiosidades papales

Hubo Papas para todos los gustos.

Los hubo santos, devotos y sabios…. Y también hubo de los otros.

Hubo Papas que duraron decenios pero once de ellos duraron menos de un mes.

Hubo 35 Papas que fueron martirizados y una treintena de pontífices con hijos (hasta el siglo IV los sacerdotes podían casarse pero en el Concilio de Trento se estableció que debían ser célibes).

Hubo diez Papas que murieron asesinados (algunos autores elevan a 25 este número ) y otros, como Pio IX quien duró más de 31 años en el trono de San Pedro.

Algunos se declararon incompetentes, como Celestino V, y otros ejercieron su mandato como energía (a veces con demasiada energía) .

Hubo Papás que eligieron llamarse Pedro, Pablo, Alejandro, Juan …pero uno solo se llamó Formoso porque las desgracias que sufrió desalentaron a sus sucesores a usar el mismo nombre ¿cómo una cábala para evitar la misma suerte?

¿Qué había hecho Formoso para merecer que su cadáver fuese exhumado, juzgado, condenado y arrojado al Tíber, mientras el Papa Borgia, Alejandro VI, padre de unos siete hijos ilegítimos o Juan XII llamado el Calígula cristiano (por razones que el astuto lector podrá adivinar), descansan imperturbados en sus sepulcros?

A partir del siglo IX, el obispado de Roma era el puesto más codiciado en la antigua capital del imperio y, por lo tanto, el más peligroso, porque los adversarios no dudaban en eliminar a sus opositores por medios non sanctos.

Lo cierto es que, a pesar de su poder, Roma y el papado atravesaban momentos difíciles debido a la amenaza de los sarracenos. Para hacer frente a esta situaciones, el Papa Eugenio II debió realizar un juramento de fidelidad al emperador del Sacro Imperio Romano, Ludovico Pío, en un documento donde acordaba que ningún pontífice podía ser elegido sin su aprobación. Estas medidas, que todos aceptaron a regañadientes, tampoco tuvieron los efectos deseados, porque en el año 840 los sarracenos saquearon Roma.

Una vez más surgía el eterno enfrentamiento entre el poder terrenal y el poder de la Iglesia. Y el ascenso de Formoso al trono de San Pedro, en 891, no fue ajeno a esta lucha de poderes.

Lamberto de Spoleto, el rey de Italia, estaba enfrentado a la nobleza romana, de la que Formoso era parte. El conflicto se tornó crítico al punto de que el pontífice pidió ayuda a Ataúlfo, el rey franco, a quien conocía por haber sido representante de la Santa Sede en París (gesta que no careció de problemas, ya que Formoso fue excomulgado por esas complejas normas que rigen las herejías). Ataúlfo accedió al pedido de Formoso y el Papa, en compensación a sus servicios, lo nombró Emperador del Sacro Imperio Romano.

Sin embargo, en Roma la discordia era la regla.

El sucesor de Formoso, Bonifacio VI, ascendió al papado con la ayuda de Lamberto, quien exigió condenar a Formoso por las desinteligencias que habían mantenido. Pero Bonifacio murió, y lo sucedió Esteban VI, quien accedió al pedido de Lamberto y, a los nueves meses de fallecido Formoso, exhumó sus restos y los juzgó, no por haber apoyado a Ataúlfo, sino porque Formoso había abandonado el obispado de Oporto cuando asumió como Papa. Es decir, cualquier excusa era buena para escarmentar a un enemigo político.

Ya que estaba por hacer una locura que pasó a la historia, Esteban no escatimó esfuerzos. Vistió al cadáver con los atuendos del pontífice, lo sentó en el trono de San Pedro y convocó a un concilio que pasó a llamarse cadavérico. Se leyeron las acusaciones y, como el reo no contestó, fue condenado. Se le cortaron los tres dedos con lo que daba la bendición y el cuerpo fue arrastrado por las calles de Roma hasta ser arrojado al Tíber.

Pero las luchas intestinas continuaron. Un terremoto en Letrán fue interpretado –según las conveniencias– como un signo divino de que el concilio cadavérico había enfurecido al Todopoderoso y manos ¿anónimas? se encargaron de estrangular a Esteban y consagrar a Teodoro II como su sucesor.

En diciembre del año 897, por orden de Teodoro, comenzó la rehabilitación de Formoso. Poco duró Teodoro en el trono de San Pedro, ya que al mes fue envenenado por los partidarios de Lamberto.

Juan IX, su sucesor, convocó a otro concilio, donde se declaró que toda acusación a una persona muerta estaba prohibida. De todas maneras, a su muerte en el año 900 el nuevo Papa Sergio III –quien había sido excomulgado por Juan IX (y se sospecha que había participado en el asesinato de sus predecesores Cristóbal y León V)–, convocó a otro concilio que anuló los dictámenes de Juan IX, Formoso fue, una vez más, condenado y su cadáver, que había sido rescató fue arrojado al Tíber, una vez más.

Como todo esto era una locura, manos anónimas recuperó su cuerpo y se lo mantuvo escondido hasta la muerte de Sergio III, quien durante su papado tuvo un hijo con una noble romana. El fruto de esta relación con los años se convirtió, a su vez, en Sumo Pontífice bajo el nombre de Juan XI (No en vano se conoce a este periodo como pornocracia) .

Sin embargo, no fue el único Papa cuyo hijo también se sentó en el trono de San Pedro, Anastasio l fue sucedido por su hijo Inocencio l y Felix lll fue el tatarabuelo de Gregorio l.

Lo dicho, hay Papas para todos los gustos.

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Nota publicada en C5N

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