George Bernard Shaw: el maestro de las controversias

Bernard Shaw fue escritor, dramaturgo y político, pero, sobre todo, un amante de la polémica. “El hombre razonable se adapta al mundo”, afirmaba Shaw, “pero el irracional intenta adaptar el mundo a su medida. Por eso, el progreso depende de hombres irrazonables”. Shaw ganó el Nobel de Literatura, pero rechazó el dinero porque declaró no necesitarlo. También obtuvo un Oscar por su obra “Pygmalion”, aunque despreciaba Hollywood y todo lo relacionado con el mundo del espectáculo.

Rechazó la Orden del Mérito del Imperio  británico y criticó a Inglaterra durante la Primera Guerra, pero poco tiempo después alababa la gestión de Mussolini, de Stalin y  ¡Hitler! “Al menos ellos están tratando de hacer algo…”, pero no precisó qué cosa … A pesar de ser el más notable dramaturgo inglés desde Shakespeare, Shaw intentó imponer el “alfabeto shaviano”(una escritura ideada por Ronald Read) porque creía que redactar inglés con el alfabeto latino era una “pérdida de tiempo”. También se negaba a seguir las normas ortográficas y de puntuación clásica.

A pesar de estar casado con Charlotte Payne-Townshend, una rica heredera angloirlandesa, se sospecha que nunca consumaron el matrimonio. La sexualidad de Shaw ha sido motivo de especulaciones. Desde pequeño, Shaw sospechó que su padre, George Carl Shaw, un alcohólico inútil, no era su progenitor. Su madre mantenía una relación con un conocido músico irlandés llamado George John Lee, con quien el joven Bernard vivió durante un tiempo. De hecho, algunos de sus primeros artículos fueron publicados bajo el seudónimo “Lee”.

A pesar de verse obligado a usar barba para ocultar sus marcas de viruela, se oponía tenazmente a la vacunación. Era vegano, rechazaba a la vivisección y al uso de animales para experimentación, por esta razón era muy crítico de los médicos, tal como expuso en “El dilema del doctor”. Sin embargo, tenía varios amigos médicos a quienes consultaba periódicamente. Shaw fue, esencialmente, un autodidacta que no se sentía cómodo en los colegios, y lo más parecido que tuvo a una educación formal fue acudir a las reuniones quincenales de la British Economic Asssociation, tiempo en el que leyó Das Kapital de Marx.

Por años permaneció a la Sociedad Fabiana, un movimiento socialista que pretendía imponer sus ideas gradualmente infiltrando a los partidos existentes. Con los años, también se fue alejando del colectivismo fabiano. Era demasiado individualista. Entre sus ideas controvertidas estaba la propuesta de construir una sociedad mejor no solo mediante la educación, sino a través de la eugenesia (como sostuvo en “Hombre y superhombre”). “Hay mucha gente en el mundo que debería ser liquidada”, dijo en 1938, en tono de broma que resultó de muy mal gusto después de conocidas las aberraciones cometidas por los nazis.

También fue autodidacta en su formación musical, y por un tiempo se desempeñó como crítico de arte. Muchos de sus artículos fueron rescatados como obras maestras del género, especialmente aquellos que versaban sobre las óperas de Wagner. Su obra literaria no solo comprende las casi 70 obras publicadas, sino dos volúmenes de 1200 páginas de cartas con distintos personajes de la época. En estas cartas, se destaca su espíritu confrontativo, al borde de lo panfletario y su humor sarcástico. Su obras teatrales no siempre fueron bien recibidas, por sus expresiones petulantes que contrastaban con la vida de burgués acomodado que llevaba y no coincidía con sus quejas contra la rígida estructura social inglesa. “El dinero no es nada, pero mucho dinero es otra cosa”, decía en tono burlón.

En el campo de la religión, sus ideas cambiaron con los años. De joven fue un ateo que se oponía a la idea de un Jehová vengativo. Más tarde, adhirió al misticismo de Gary Sloan. En 1913, se declaró no sectario y consideraba que Jesús no debía quedar limitado a una religión. Años más tarde, se preguntaba: “¿Por qué no darle una oportunidad al cristianismo? El cristianismo podría ser bueno si alguien intentara practicarlo”. En su testamento, declaró que sus convicciones religiosas y opiniones científicas podían definirse como las de “un creyente en una revolución creativa”. Sin embargo, aclaró que ningún monumento dedicado a su memoria debía “tener forma de cruz o cualquier instrumento de tortura”.

A Shaw le  gustaba vivir en su casa de campo que bautizó “Shaw’s Corner”. Allí escribió sus últimas obras donde no temió exponer sus ideas controvertidas a punto de ser impopular. Sostenía que “el progreso era imposible sin cambio, y aquellos que no pueden cambiar su mente, no pueden cambiar nada”. 

Bernard Shaw revolucionó el arte escénico inglés, como antes lo había hecho Shakespeare, aunque no siempre fue exitoso. Muchas de sus comedias solo estuvieron pocos días en cartel. Se cuenta que una vez invitó al estreno de una de sus obras a Winston Churchill. Le regaló dos entradas con una esquela que decía: “Acá le envió dos entradas por si quiere invitar a un amigo… si es que tiene uno”. Churchill, quien también ganó un Nobel de Literatura, contestó: “No podré asistir al estreno, iré al día siguiente… si es que su obra persiste en cartelera”.

Un hombre como Shaw generaba odios y simpatías, especialmente en el mensaje político y  en la descripción de una burguesía decadente de un imperio que se hacía añicos sin una clara conducción de su dirigencia. “La democracia es el proceso que garantiza que seamos gobernados mejor de lo que merecemos”, opinaba. Durante la Segunda Guerra, debió vivir en Londres para la mejor atención médica de su esposa, muerta en 1943. Este fue un gran golpe para Shaw, quien se lamentó más allá de lo imaginado por un matrimonio que parecía un arreglo económico sin amor. Shaw, que siempre  había demostrado una fortaleza estoica ante la adversidad, se permitió mostrar su lado sentimental.

Su última obra, un tratado político (“Everybody’s Political What’s What”) fue un éxito de ventas, aunque la obra era  divagante y repetitiva. Al final de sus días, rescató textos que había escrito a los veinte años, incluida una obra de teatro en la que Shaw y Shakespeare discutían sobre quién fue el mejor escritor de habla inglesa.

Murió el 2 de noviembre de 1950, respetando lo que él llamaba la “regla de oro”, es decir: “que no hay regla de oro”. 

Su cuerpo fue cremado y sus cenizas dispersadas al viento junto a las de su esposa.

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Nota publicada en mdzol.com

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