Plinio, el cronista romano, había sintetizado su trabajo como autor en una consigna: “Nulla dies sine linea”, ni un día sin escribir una línea, un dibujo, una creación, una forma de expresar el Carpe Diem (aprovecha el día), la consigna del poeta Horacio, expresada en su Odas y popularizado por esa exquisita película “La sociedad de los poetas muertos” (film de 1989 con la actuación de Robin Williams).
Paul Klee, el pintor suizo, hizo suya esa consigna, a pesar de la enfermedad que lo postró en los últimos cinco años de su vida. Su obra adquiere una dimensión heroica no solo por superar la minusvalía de su enfermedad, la esclerodermia, sino por luchar contra la intransigencia política de un régimen totalitario que cercenaba la libertad de expresión.
El nazismo y su declaración de Entarte Kunds (Arte degenerado) es una lección que nadie debería olvidar. Cuando un gobierno prohíbe una forma de expresión, se está anunciando el fin de nuestros derechos. El gobierno podrá criticar, podrá hacer comentarios y hasta expresar su desacuerdo, pero jamás prohibirlo.
Paul Klee nació el 18 de diciembre de 1879 en un suburbio de Berna, Suiza, pero completó su formación como artista en Múnich, donde se casó con Lily Stumpf y tuvo a su único hijo, Felix.
Desde 1920 ejerció la docencia en la Bauhaus, una escuela de arquitectura y diseño fundada por Walter Gropius, que pretendía “establecer una cofradía de artesanos, libres de arrogancia que divide a las clases sociales… debemos regresar al trabajo manual”. Tal era el dogma de esta escuela, que contó con artistas como Klee y Kandinsky.
En 1930, Klee fue designado profesor de la Academia de Arte de Dusseldorf, donde era muy apreciado entre sus alumnos por frases como: “Un dibujo es simplemente una línea que sale a dar un paseo”.
Sin embargo, tres años más tarde los nazis tomaron el poder y el arte de Paul Klee fue catalogado como “degenerado” y el artista despedido de su puesto. Ante el ambiente hostil, decidió volver a Berna, pero poco después de su llegada experimentó un cuadro de bronquitis que se complicó con una neumonía. Al mismo tiempo notó un cambio que le otorgaba el aspecto de lucir una máscara una amimia que le restaba expresividad. El profesor Nägeli, un dermatólogo de la Universidad de Berna, le diagnosticó una esclerodermia, pero su esposa decidió no transmitírselo al pintor, porque era el anuncio de una lenta agonía: una afección autoinmune que ataca la piel, las mucosas, el tracto intestinal y las vías respiratorias.
Aunque desconocía el diagnóstico, Klee hizo una serie cuadros donde va mostrando su deterioro, aunque su obra de avanzada no siempre era comprendida por sus coetáneos.
Así se suceden obras como “El ojo”, “Máscara-dolor”, “Alto espíritu”, mientras la guerra se desataba en el resto se Europa y Suiza se convertía en una isla de paz en un mar de conflictos.
En 1940, se retrató como un artista meditativo, marcado por su enfermedad, pero aún desafiante. Su arte se puso más rígido, los colores pasaron a estar divididos por gruesas líneas negras, una reducción a lo esencial. “El arte es lo que hace que la vida merezca la pena”.
Su última obra, “Flor sobre las rocas”, muestra su pasión por la botánica que implicaba el entendimiento de que todas las cosas brotan, florecen, crecen y decaen. Todo tiene un final y él se estaba preparando para el suyo que llegó el 29 de junio de 1940. Murió en brazos de su esposa, ante la muda expresión de su gato Bimbo. Entonces, el crítico George Schmidt describió a Klee como el ser “más gentil, más cauto, delicado y tierno de los artistas de nuestra época”.
En los últimos años de vida, su productividad fue enorme. Hecha la excepción del año 1936, cuando sufrió ese proceso neumónico, Klee literalmente creó más de un cuadro por día, como en el año 39 en el que realizó 1.253 pinturas y dibujos siguiendo la consigna romana “Nulla dies sine linea”.
Se estima que a lo largo de su vida dejó 10.000 obras, de las cuales el 20% produjo en los últimos cinco años. También se estima que dejó escritas 3000 páginas de su diario donde consigna sus pensamientos sobre la actividad creativa.
“Aquí y ahora no me pueden entender”, afirmaba, consciente de que “el arte no reproduce lo visible, sino que hace visible lo invisible”. Estas obras son la visualización de su enfermedad.
Para Paul Klee, la medida de la grandeza de un hombre radicaba en su capacidad de despertar el interés de los demás, y aún 80 años después de su muerte, sus obras aún movilizan a quienes las contemplan.