Marcados por la pelota

     Esas “marcas” pueden ser de varios tipos: algunas son derivadas de destrezas, virtudes o logros, mientras que otras refieren a todo lo contrario: fallas o errores imborrables; otras son producidas por características físicas o técnicas, otras por hechos inolvidables ocurridos tanto dentro como fuera de los campos de juego. Y claro, hay futbolistas que reúnen más de una marca indeleble.

     Mezclando un poco de todo y sin un ordenamiento riguroso, aquí hay muchas de ellas…

    Se impone comenzar con Diego Maradona. Cada uno tendrá sus propios recuerdos de él, pero es innegable que tiene muchas marcas inolvidables para todos: el gol con la mano a los ingleses en el Mundial 86, el inigualable segundo gol contra los ingleses en ese mismo partido, sus insultos al público italiano que abucheaba el himno argentino en el Mundial 90, su “me cortaron las piernas” en el Mundial 94, su gol a River dejando en el piso al Pato Fillol en 1981, el pase a Caniggia para el gol a Brasil en el Mundial 90, su tobillo hinchado como un melón en ese mismo Mundial, en fin… Sin salir del mundo del fútbol (fuera del mundo del fútbol hay un montón de marcas más), el Diego ha dejado recuerdos de todo tipo en los futboleros argentinos. Y en los no futboleros también.

    Pero vayamos al resto.

   Uno nombra a José Luis Chilavert y piensa en el golazo de atrás de media cancha a River, en su permanente tendencia a encender polémicas y en su muletilla permanente: “yo he ganado todo, tú no has ganado nada”. Y si se piensa en el Mono Burgos, viene a la mente justamente ese gol que le hizo Chilavert.

   El Chango Cárdenas es sinónimo del golazo al Celtic en el estadio Centenario en la final intercontinental de 1967; al pensar en Enzo Francescoli, ídolo de River, llega enseguida a la memoria el gol de chilena al seleccionado de Polonia en aquel 5 a 4 en el verano de 1986.

    Antonio Roma fue un gran arquero que jugó dos Mundiales, pero todos lo recuerdan por el penal que le atajó a Delem en 1962 y significó un campeonato para Boca. Del otro lado, Delem, elegante jugador de River, quedó estigmatizado por haber errado ese penal. Y el árbitro de ese partido, Carlos Nai Foino, queda en la memoria por su célebre frase “penal bien pateado es gol” ante los reclamos de los jugadores de River por el adelantamiento de Roma.

   Severino Varela es recordado porque usaba boina, Mussimesi es recordado como “el arquero cantor”, Victorio Casa porque era manco. El Mono Navarro Montoya era un muy buen arquero pero se lo identifica con su buzo estampado con un dibujo de su caricatura manejando un camión, y el Indio Gómez, un excelente jugador de Quilmes, es recordado por ser el primero en usar botines blancos en 1975.

   Javier Castrilli es recordadopor ser el sheriff implacable al aplicar el reglamento y no tener miramientos en expulsar jugadores, Francisco Lamolina por el “siga, siga”, Aníbal Hay porque es igual a Homero Adams, Horacio Elizondo porque dirigió tanto el partido inaugural como la final del Mundial 2006, en la que expulsó a Zinedine Zidane.

     Rojitas, un extraordinario jugador, es recordado inmediatamente por haberle sacado la gorra al gran Amadeo Carrizo en el Monumental, y el mismo Carrizo, arquero que hizo historia, carga con el estigma de los seis goles que le hizo Checoslovaquia en el Mundial 58; es injusto, pero es así.

    Capote De la Mata es sinónimo del gol a River en el que gambeteó a todos en 1939, Cesáreo Onzari marcadopor ser el autor del primer gol olímpico en 1924, Ernesto Grillo por su gol a los ingleses en 1953, Alfredo Di Stefano porque jugaba de todo, corría por toda la cancha y no se cansaba nunca.

   Franco Niell, un jugador promedio, es recordado porque a pesar de medir apenas 1.63m era un gran cabeceador y salvó a Gimnasia del descenso en el último minuto en 2009 con un gol de cabeza.

     El Beto Alonso, un jugador fuera de serie, es recordado por haber hecho contra Independiente “el gol que Pelé no pudo hacer” y por sus goles con la pelota naranja en la Bombonera, gritando sus goles de frente a La Doce.

    Mario Boyé, el Atómico, es recordado por la potencia de su remate, José Percudani por el gol al Liverpool en la final intercontinental en 1984, Rubén Suñé por el gol de tiro libre en la final a River en 1976. Rafael Albretch por ser infalible para patear penales: casi no tomaba carrera, pateaba suave y nunca fallaba, y el Gringo Scotta porque pateaba como un caballo y porque hizo 60 goles en un torneo en 1975.

    Jota Jota López fue un gran jugador, pero quedó marcado por haber sido el DT con el que River se fue al descenso. Coco Basile, un DT reconocido y ganador de muchos campeonatos, es identificado por su voz ronca, su afición al whisky y su muletilla “no comment”. Y Marcelo Bielsa, un extraordinario entrenador, quedó marcado por haber quedado eliminado del Mundial 2002 en primera ronda con la selección argentina.

   Sergio Goycochea (El Goyco), quedó marcado por los penales atajados en el Mundial de Italia ’90, el Rata Rattin por su expulsión contra Inglaterra en el Mundial 66 y por haberse sentado sobre la alfombra roja real. El Burrito Ortega, un virtuoso jugador, quedó marcado por el cabezazo que le dio al arquero de holandés Edwin van der Sar en el Mundial 98.

   Daniel Passarella, un destacadísimo jugador, tiene marcas en sus distintas actuaciones en el mundo del fútbol: como jugador es el emblemático capitán del primer seleccionado argentino campeón mundial, en 1978; como entrenador, su marca es haberle ordenado a Fernando Redondo que se cortara el pelo (algo a lo que el jugador se negó), y como  presidente de River quedó signado por el impensado descenso de River en medio de sus desmanejos dirigenciales y discusiones con Julio Grondona, que, dicho sea de paso, también tiene en su haber una marca indeleble: el famoso “Todo pasa”.

     El Trinche Carlovich, es recordado como un jugador rosarino a quien casi nadie vio jugar pero todos dicen haberlo visto y que era tan bueno como Maradona y que puso en ridículo a los jugadores del seleccionado cuando los enfrentó en un amistoso. Pipa Benedetto, marcado por sacarle la lengua a Montiel luego de hacer su gol en la final de Madrid. Juan Sebastián Brujita Verón, marcado por ir caminando displicentemente a patear un corner contra Suecia cuando el tiempo se agotaba y Argentina quedaba eliminada en el Mundial 2002.

   El Gato Sessa por estamparle el botín en el pecho a Rodrigo Palacio y hacerse el zonzo, el Moncho Monzón por ser el primer expulsado en la final de un Mundial (Italia 90), Juan Román Riquelme por el festejo del “topo gigio” y el caño a Yepes.

   Antonio Alzamendi por el gol contra el Steaua Bucarest en la final intercontinental en 1986, Javier Mascherano por salvar con su trasero un gol inminente contra Holanda en el Mundial 2014 y por su arenga a Chiquito Romero en la definición por penales: “hoy te convertís en héroe”.  

    Blas Giunta es “huevo, huevo, huevo”; la Chancha Mazzoni “es” el gol que le arruinó el campeonato a Gimnasia en 1995, y Victorio Cocco y Víctor Marchetti, dos jugadores del montón, son recordados por haber sido extraordinarios cabeceadores.

   El gran Mario Kempes es recordado arrollando holandeses a su paso en el segundo gol contra Holanda en el alargue del Mundial ’78 y volando para sacar con la mano (y cometiendo penal, claro) una pelota con destino de gol de Polonia (el penal fue atajado por Fillol, lo que agrandó aún más su marca).  

    Carlos Bianchi es recordado como jugador por haber sido un enorme goleador y por haberle hecho a Amadeo Carrizo el gol que rompió su record de minutos con la valla invicta; como entrenador, por tener “el celular de Dios” y haber ganado todo con Vélez y con Boca.

   Luis Artime (padre) es sinónimo de goles a todos, de todo tipo y en todos lados. José Sanfilippo fue otro enorme goleador y es recordado por su gol de taquito a Roma, pero su marca mayor es como un personaje polémico que acusó públicamente al Goyco: “usted se comió todos los amagues, pibe”.

   El Chino Garcé es recordado porque nadie entiende por qué Maradona (por entonces DT del seleccionado) lo llevó al Mundial 2010: “Traé alfajores”, decían los carteles de despedida. Wanchope Ábila por su silueta ancha, Pablo Pérez porque lo amonestan y lo expulsan siempre.

   La marca de Rubén Bruno, a quien casi nadie conoce, es que hizo el gol del 1-0 frente a Argentinos Juniors que le dio el campeonato a River en 1975, después de 18 años sin salir campeón, habiéndose jugado ese trascendente partido con un equipo formado por jugadores juveniles ya que había una huelga de los jugadores profesionales.

     Dos entrenadotes campeones del mundo: Carlos Bilardo es sinónimo de alfileres, bidón, discusiones, “gatorei”, pelota parada y triquiñuelas varias; César Menotti es cigarrillo, Huracán del ’73 y fútbol filosofado.

     Ramón Díaz  es recordado instantáneamente por sus apuestas y chicanas permanentes con Macri, por sus goles entrando desde el banco, por su distanciamiento con Maradona, por su “yo no me fui (a la B)” y por festejar, como entrenador de San Lorenzo, goles de su equipo en una noche negra en el Monumental.

     El Loco Gatti fue un arquero-jugador disruptivo desde sus comienzos, con varias marcas indelebles de todo tipo: fue el primero (y durante mucho tiempo el único) en usar bermudas y vincha, fue el primero en salir lejos del arco (algunos dicen que fue Amadeo, pero fue él) y es inolvidable su recuerdo descolgando una pelota en un centro con una mano, con pantalón largo y bajo una nevada impiadosa en Kiev, atajando para la selección en 1976 en un partido contra la URSS.

    El Torito Cavenaghi es la marca de la resurrección de River en su paso por el ascenso, a Matías Almeyda se lo recuerda por haber sido el entrenador que sacó campeón a ese equipo, y a Pity Martínez, un jugador normalito, por el tercer gol a Boca en la final de Madrid.  

  El enorme Ricardo Bochini, más allá de su extraordinaria calidad, lleva la marca inolvidable del gol a la Juventus en la final intercontinental y del gol a Talleres, jugando Independiente con 8 hombres, en esa inolvidable final en Córdoba en enero de 1978.

   Del Pato Abbondanzieri se recuerda que salió de la cancha contra Alemania en el Mundial 2006 por una lesión desconocida; del Chipi Barijho, que le robó una cadenita a un jugador del Barcelona saltando a cabecear; de Oscar Ahumada, esforzado jugador de River, que criticó el “silencio” de la hinchada de River en el Monumental (“cuando San Lorenzo nos hace el 2 a 1 el estadio se enmudeció”) contrastando con la de Boca en la Bombonera (“ganábamos 2 a 0 y la gente de Boca se nos venía encima”).

   Ricardo Caruso Lombardi tiene la marca de salvar a equipos del descenso, Osvaldo Zubeldía de haber creado el “antifútbol”, “jugar al offside”, ensuciar el juego y hacer tiempo, José Sampaoli son sus tatuajes, su discurso incomprensible y su conducta impresentable. Carlos Griguol lleva la marca del maestro y es recordado por sus golpazos en el pecho de sus jugadores antes de salir a la cancha.

     Aldo Pedro Poy es “la palomita de Poy”, marca registrada, la que le dio el triunfo frente a Newell’s en el Monumental en la semifinal del Torneo Nacional de 1971 y que se sigue conmemorando año tras año.   

    Ruggeri y Gareca quedaron marcados por haber pasado directamente y sin miramientos de River a Boca, siendo jugadores formados en Boca y por un conflicto de dinero con el club. Mauro Icardi por haberle birlado la mujer a su amigo Maxi López, lo cual incluso generó un neologismo: el verbo “icardiar”.

   Guillermo Farré es recordado por haber sido el autor del gol del empate de Belgrano en el Monumental en el partido definitorio por el descenso en 2011, mientras que Mariano Pavone quedó marcado por haber errado el penal que le hubiera dado el triunfo a River en ese mismo partido. Juan Krupoviesa por la tremenda patada al Rolfi Montenegro en 2006 y Ricardo Rojas por su gol con vaselina a Boca en La Bombonera en 2002.

     Rodrigo Palacio, un muy buen jugador, quedó marcado por el “era por abajo” en su definición fallida en el Mundial 2014; Jorge Burruchaga por su gol definitorio en la final del Mundial 86, Roberto Sensini por el penal que cometió contra Alemania en la final del Mundial 90, el Puma Morete por su gol del triunfo en el último minuto en el inolvidable 5-4 contra Boca en 1972, Carlos García Cambón por hacerle 4 goles a River en su debut en Boca en 1974.

    Marcos “Anguila” Gutiérrez por su romance con Graciela Borges, Rubén Darío “Plumero” Gómez por su pelo, el Chamaco Rodríguez por sus bigotes, Néstor Ortigoza porque era (casi) infalible en los penales y porque no se le entiende nada cuando habla, Papu Gómez por su brujería contra algunos compañeros de equipo del seleccionado.

   El Muñeco Gallardo es recordado, como jugador, por su arañazo al Pato Abbondanzieri en el tumulto de aquel áspero partido de Copa en 2004 y por hacerle el boicot (“la cama”, bah) siendo el capitán del equipo a Mostaza Merlo (que era el DT de River por entonces) en 2006 y, como entrenador, por haberle ganado varias finales a Boca, entre ellas la final de la Copa Libertadores en 2018. 

   Pipita Higuaín quedó marcado por los goles errados en partidos decisivos contra Alemania en la final del Mundial 2014, contra Chile en la final de la Copa América 2015 y por el penal que pateó a las nubes en la definición por penales de esa final. El Cholo Simeone, marcado por jugar “con el cuchillo entre los dientes” y por provocar y hacer expulsar a David Beckham en el Mundial 1998.

    Martín Palermo, un jugador con un aura especial que llegó más allá de los hinchas de Estudiantes o de Boca, acumula, casi como ningún otro, marcas indelebles asociadas a su mención: el gol de cabeza desde media cancha, el gol que hizo con sus ligamentos cruzados rotos, el penal “pateado con las dos piernas”, los tres penales errados en un mismo partido, los dos goles al Real Madrid en 5 minutos, un gol de media cancha, el gol “en cámara lenta” contra River a pocos minutos de volver de su grave lesión, el gol bajo una lluvia torrencial en el último minuto contra Perú, en fin… Posiblemente ningún jugador tenga tanta cantidad de marcas imborrables.

   Y finalmente, Lionel Messi: un jugador único, por supuesto, pero que hace que tantas cosas admirables parezcan normales. Su marca es el afecto que todos le tienen. Y ser el capitán del seleccionado nacional que volvió a instalarse como campeón del mundo y de América después de muchísimos años. Bueno, también tiene otra marca, igual de imborrable: su frase “andá p’allá, bobo…”

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