Béla Bartók o  “la bella alteridad de la mente autista”

“El orden natural de las cosas nos enseña que la praxis precede a la teoría”

Béla Bartók

En mayo de 2009, Francesca Happé y Uta Frith publicaron un artículo llamado “The beautiful otherness of the autistic mind”, donde destacan el talento notable de algunas personas con trastornos del espectro autista en la música, el arte, las matemáticas y las ciencias.

A raíz de este artículo surgió la revisión biográfica de científicos y artistas con cierta excentricidad, bajo la perspectiva de una forma moderada de autismo o síndrome de Asperger. ¿Newton tenía un trastorno del espectro autista? ¿Einstein padecía de Asperger? La lista parece infinita pasando por Elon Musk, Tim Burton, Bill Gates, Temple Grandin, Alan Turing, Greta Thumberg, entre otros.

Intentar rescatar diagnósticos en base a documentos históricos puede llevar a controversias y opiniones dispares, y siempre ha de ser tomando como un ejercicio teórico. Los vínculos entre habilidades matemáticas y científicas con el autismo está bien documentado por trabajos como los de Simon Baron-Cohen. Algunos autores, como las ya citadas, y Michael Fitzgerald, se han enfocado en la creatividad artística de las personas con autismo. Una de las figuras que ha concitado más coincidencias en este aspecto es la del músico húngaro Béla Viktor János Bartók (1881-1945), un hombre de aspecto peculiar con sus ojos castaños de mirada penetrante, de cabellos blancos, rostro bronceado y de aspecto juvenil.

Bartok fue un niño prodigio; a los 4 años ya tocaba el piano y a los 11 dio su primer concierto.  

A pesar de que su música parece obra de un bárbaro montañés, Bartók era un hombre de aspecto delicado, elegante y de una parquedad intimidante, pero cuando ejecutaba al piano sus piezas se convertía en “una pantera”, o, al menos así, lo veían sus alumnos, a los que señalaba con minuciosidad la ejecución precisa de sus piezas y el fraseo de sus interpretaciones.

Sus biógrafos lo describen taciturno e introspectivo; sus escritos son fácticos y meticulosos. Era un hombre de conversación limitada, pero de espíritu combativo con ideas muy concretas. Era una persona intimidante, pocos se sentían cómodos a su lado ya que, según sus conocidos, tenía “una voluntad lindante con el fanatismo y una severidad sin misericordia”. A pesar de ser tímido, reservado y socialmente amable, su silencio lo hacía parecer altivo. Los que bien lo conocían coincidían en decir que lo único que lo sacaba de su mutismo era la música.

Excepto cuando ejecutaba el piano, sus movimientos eran limitados, casi torpes. Era lacónico y la entonación de su voz gris y casi monocorde, aunque con una clara dicción. Siempre hablaba de temas concretos y no se prendía en conversiones vanas. Aunque era amable, no perdía tiempo en cortesías indispensables ni comentarios superfluos, iba siempre al punto sin circunloquios.

Esta meticulosidad fue fundamental para dedicarse a la investigación de la música folclórica junto a Zoltán Kodály. La música étnica de Hungría fue fuente de inspiración para muchas de sus obras, que son una síntesis de música clásica, moderna y piezas autóctonas.

Hasta las investigaciones de Bartok, se creía que la música folclórica húngara se había fundado sobre melodías y ritmos gitanos  (zíngaros ) –como la célebre Rapsodia húngara n.º 2 de Liszt–, pero sus estudios y análisis demostraron que  estaban basadas en escalas pentatónicas (sucesión de cinco sonidos dentro de una octava) y  eran similares a la música de tradición asiática, como las de Anatolia y Siberia.

“La música es el reflejo de la cultura de un pueblo”, decía Bartók.

No solo escribía sobre el origen étnico de la música, también desarrolló toda una teoría sobre la proporción áurea y la armonía, que utilizó en sus composiciones, especialmente en la última etapa de su vida .

Un crítico musical que lo conoció durante su visita a Londres comentaba el contraste entre su aspecto frágil, casi de niño, tímido y reservado con su música de poderoso ritmo. En su artículo lo describía  como “gentil, altivo, pero no agresivo, y preciso sin ser pedante”.

Bartók no combatió durante la Primera Guerra y pudo dedicarse a la docencia y creación musical. A medida que crecía la influencia de Hitler sobre el gobierno de Miklós Horthy, fue planteando su disidencia. No permitía que su música se ejecutara en conciertos donde se exhibiese la swastika y se alejó de su editor cuando este se afilió al partido nazi. Su música fue catalogada como “música degenerada” durante el Tercer Reich.

Tras el fallecimiento de su madre en 1940, viajó a los Estados Unidos junto a su segunda esposa, Ditta Pásztory-Bartók, y por años dieron conciertos a dos pianos.

Rechazó ser profesor de la Curtis Institute of Music, pero aceptó el título de doctor honoris causa de la Universidad de Columbia.

La música de Bartók no fue bien acogida por el público norteamericano, aunque su influencia sobre compositores estadounidenses como Aaron Copland y Leonard Bernstein sea innegable.

En 1943 se manifestaron los primeros signos de la enfermedad que lo llevaría a la tumba. Tras la liberación de Hungría, las autoridades le ofrecieron ser diputado, cargo que aceptó aunque, en su fuero más íntimo, sabía que no habría de asumirlo. Murió en septiembre de 1945 en Nueva York, pero en 1988 sus restos fueron repatriados a Budapest por sus hijos Béla y Peter.

Creo que el de Bartók es un excelente  ejemplo de neurodiversidad, al mostrar una variación de la singularidad por su atención al detalle, intereses específicos, procesamiento analítico de la información, persistencia y, a menudo, una memoria prodigiosa.

“El autismo no define a una persona, es una forma diferente de ser” y Béla Bartók era un ser diferente.

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