Robert Cunninghame Graham fue uno más de los muchos extranjeros que se afincaron en nuestro país, adoptaron las costumbres argentinas y, al igual que Guillermo Enrique Hudson, Walter Owen, Andrew Graham-Yooll y tantos otros, escribieron novelas, cuentos y artículos que incrementaron nuestro acervo cultural y, curiosamente, afianzaron la identidad nacional. Robert Bontine Cunninghame Graham era descendiente de una tradicional familia escocesa que había prestado servicios a la corona en distintas partes del imperio, especialmente en el Caribe, donde su bisabuelo, en calidad de gobernador, participó en la represión de una revuelta de esclavos (su bisnieto sería un ferviente antiesclavista).
El abuelo de Robert se dedicó a la política, cultivó las letras y llegó a ser rector de la Universidad de Glasgow entre 1785 y 1787. Aunque era un genio en la mecánica, fue un ludópata insaciable que debió abandonar Inglaterra para evitar ser apresado por sus
cuantiosas deudas de juego. El padre de Robert, William, se casó con la hija de un almirante inglés y una dama de ascendencia española. Su madre, Anne-Elizabeth Elphinstone-Fleming, hablaba castellano por haber pasado su infancia en Venezuela, lo que explicaba por qué Robert era tan hábil en el manejo del idioma, casi bilingüe. Lamentablemente, durante su permanencia en el ejército, su padre sufrió un traumatismo craneano que dejó secuelas neuropsiquiátricos. Su parte de defunción fue más que elocuente. Causa de muerte: insania. Esta incapacidad para manejar sus negocios dejó a la familia en una frágil situación económica.
Robert nació un 24 de mayo de 1852 en Londres, donde completó su educación. Viajó a la Argentina con solo 18 años. ¿Por qué había elegido este destino? Probablemente por su dominio del español y por la necesidad de conseguir fondos para honrar las deudas paternas. Argentina era entonces un país de promesas, pero en 1870, con el fin de la guerra de la Triple Alianza, distintas partes del país sufrieron epidemias de cólera, aún no había comenzado la fiebre amarilla que diezmaría a la población porteña y se vivía la primera guerra encabezada por Ricardo López Jordán en la Mesopotamia. Don Roberto (así lo conocieron en estas tierras) primero vivió en Gualeguaychú, a pesar del clima bélico que acosaba a la provincia después de la muerte de Urquiza.
En las cuchillas orientales fue donde Graham aprendió las costumbres de los gauchos, a usar el lazo, a pialar, a domar … Conoció el frío de los amaneceres atenuados por mates amargos, la impiedad del sol defendidos por un chambergos de ala ancha y la inclemencia de las lluvias de atemperadas por un poncho … Vivió la monotonía de los arreos y, sobre todo, aprendió a apreciar la fortaleza y nobleza del caballo criollo. Fue tal su amor por la raza que se llevó varios ejemplares a Inglaterra. Si bien la idea de establecerse en Argentina era ayudar a las finanzas familiares, poco pudo asistir a sus padres y volvió a Londres tan pobre como había llegado a Argentina, pero enriquecido por esta experiencia gauchesca que volcaría en cuentos y novelas.
De vuelta en Inglaterra, conoció a su futura esposa, Gabriela Chideock de la Balmondière, de origen franco-chilena, según ella, aunque su verdadero nombre era Caroline Stansfield Horsfall y era hija de un médico de Yorkshire. Al igual que su marido, cultivó las letras, especialmente la poesía . Fue en 1885 cuando Graham comenzó su actividad política como candidato liberal de
North West Lanarkshire. En esa primera oportunidad perdió por escaso margen, pero un año más tarde accedió a una banca en la Cámara de los Comunes. Aunque había ganado su escaño como liberal, sus inclinaciones políticas lo llevaron a ser el primer miembro en exponer ideas socialistas en el Parlamento británico. Era antiimperialista, antirracista, estaba en contra del trabajo infantil y llegó a promover la abolición de la Cámara de Lores. Considerando su origen y su formación, resultaba asombroso que hubiese adoptado estas ideas igualitarias. ¿Acaso algo tenían que ver sus años de trabajador rural en tierras gauchas?
En 1887, en plena época victoriana, participó en una marcha contra el desempleo en Trafalgar Square. Este acontecimiento, conocido como The Bloody Sunday, terminó en desmanes con setenta personas lesionadas y 400 arrestadas entre lo que se contaba el mismo Cunninghame Graham, quien pasó seis semanas detenido en la penitenciaría de Pentonville. Hasta 1892 ocupó su banca en el Parlamento, momento en que fue expulsado al sostener que “el fracaso en la civilización para humanizar, la imposibilidad del comercialismo para procurar la subsistencia de millones, la decepción de la religión para brindar consuelo, la malograda intervención del Parlamento para intervenir en estos temas sumado a la falla del esfuerzo individual para ayudar, se ha convertido en el fracaso de toda la organización social”.
Después de su remoción del Parlamento por cuestionar las políticas del imperio, se convirtió en uno de los fundadores del partido Socialista Escocés, precursor del Partido Nacionalista Escocés que el mismo Graham impulsó. A pesar de su intensa actividad, nunca dejó de llevar una vida de aventurero que relataba minuciosamente en sus libros. Viajó por Marruecos disfrazado de jefe árabe, buscó minas de oro en España, conoció al célebre Buffalo Bill en Texas, y hasta enseñó esgrima en México. En 1889, participó del Segundo Congreso Internacional marxista de París junto a William Morris y Eleanor Marx. En Calais, pronunció un discurso tan disruptivo que fue apresado y expulsado de Francia.
Su derrota como representante del Partido Laborista escocés en 1892 fue el fin de su carrera política, pero no la culminación de la lucha por sus convicciones, que incluían la autonomía escocesa. Durante la Primera Guerra Mundial, se estableció en Uruguay donde se dedicó a la compra de caballos para el ejército británico. Estando allí escribió “Bopicuá”, donde se lamentaba del destino que le esperaba esos animales en el frente de batalla. Aún existe una reserva ecológica con ese nombre a orillas del Rio Negro .
Graham cultivó la amistad de varios literatos como Guillermo Enrique Hudson, Bernard Shaw (a quien lo unía también una afinidad política), Oscar Wild, Joseph Conrad (a quien ayudó en sus comienzos) y G.K. Chesterton, quien lo proclamó “El príncipe de los
escritores de prefacios”.
El pintor George Washington Lambert lo retrató montando su caballo criollo llamado “Pinto”, obra que estuvo en la Casa Rosada gracias a la amistad que lo unió con el presidente Agustín Pedro Justo (ahora ese cuadro está en el Museo de Bellas Artes de
Buenos Aires, además de retrato por John Lavery). A los 80 años, decidió regresar a la Argentina a visitar la estancia donde había vivido su colega literato y ornitólogo Guillermo Hudson, lugar que evocaba en su libro “Allá lejos y hace tiempo”. No bien llegado una vez más a Argentina, Don Roberto le pidió a su amigo Emilio Solanet ver a los caballos criollos que habían realizado la extraordinaria hazaña de unir Buenos Aires con Nueva York. No llegó a conocer a Gato y Mancha porque murió de una neumonía mientras se hospedaba en el Plaza Hotel. Sin embargo, estos mismos criollos acompañaron a la carroza fúnebre que llevó sus restos hasta el puerto de Buenos Aires, en una procesión precedida por el presidente Justo. Los restos de Don Roberto fueron
transportados a Escocia e inhumado junto a su esposa cerca del Lago de Menteith, en Stirlingshire.
Aimé Félix Tschiffely, el suizo que condujo a Gato y Mancha a New York fue, junto a su esposa Violet, custodio de la obra literaria de Cunninghame Graham, un homenaje al apoyo que generosamente este gaucho escocés le había otorgado para editar el relato de
su extraordinario raid por tierras americanas. Cuando se cumplió un aniversario de la muerte de Enrique Hudson, aquel que describiera esta tierra púrpura de allá lejos y hace tiempo, Graham en la introducción a la obra de su amigo con quién compartió la pasión por las pampas y la admiración por los centauros que la habitaban, lo imaginaba a Hudson como habitante de una mística ciudad del espíritu, donde “todo debe ser como fue en la Tierra, pero sublimado, porque el cielo no puede dejar de ser una prolongación de las mismas escenas que hemos amado en la vida”.
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