“Cooking Captain Cook” (Cocinando al capitán Cook)

Fue más allá que todos sus predecesores, explorando mares, islas y continentes. Su máxima era ir no solo más lejos de lo que cualquier hombre hubiese llegado antes, “sino tan lejos como creyera que un hombre puede llegar”. Esa era la ambición de un joven oriundo de una humilde familia de Yorkshire que solo pudo recibir una educación limitada, y que a los 13 años debió abandonar los estudios para trabajar en la granja familiar. Como los recursos escaseaban, se desempeñó como aprendiz de tabernero, pero el pequeño James tenía una fascinación por la navegación y se embarcó como grumete de un barco carbonero. En menos de cinco años, ya era oficial de una nave mercante. Las traicioneras aguas del Mar del Norte y el Báltico dejaron de ser un reto para James Cook, quien se postuló como voluntario a la Royal Navy. El mundo ya no tenía límites para él.

Durante la guerra de los siete años, que infectó al Atlántico de corsarios y filibusteros, Cook demostró ser hábil cartógrafo. Recorrió las costas de Terranova, trabajó sus mapas y gracias a las detalladas cartas del río San Lorenzo permitió a los británicos conquistar tierras canadienses.

Su habilidad llamó la atención no solo de la Royal Navy sino de la Royal Geographical Society; era el hombre indicado para explorar los límites del imperio. La tarea asignada en la primera expedición era hallar la Terra Australis, que un siglo antes habían descrito los holandeses Willem Janszoon y Andreas Tasman, además del español Luis Váez de Torres.

Era un nuevo mundo que estaba esperando ser descubierto, descrito y conquistado. Un nuevo continente exótico, exuberante, casi increíble que convirtió a Cook en el héroe de una comunidad científica extasiada por tantas novedades. A bordo del HMS Endeavour trazó los límites de Australia y Tasmania, lugares que el imperio destinó como prisión para liberar Inglaterra de delincuentes e indeseables.

En su segundo viaje a cargo del HMS Resolution y el Adventure, el capitán y su tripulación circunnavegaron al mundo desde el círculo antártico hasta el Ecuador, desde Nueva Zelanda hasta Tahiti. Midió al planeta, le dio forma a los continentes y describió sus maravillas. Cook se había convertido en un referente, en una persona muy valiosa y popular para arriesgar su vida en mares ignotos. Le ofrecieron un puesto honorario en Greenwich, pero Cook extrañaba al mar y una vez más se embarcó rumbo a lo desconocido. No sabía que sería la última vez.

Atrás habían quedado las tierras australianas y viajó al norte hacia las islas Hawái, a las que llamó Sándwich, en honor a John Montagu, conocido como Lord Sandwich, el almirante mayor de la Marina británica que dispersó su nombre por archipiélagos, islas y bahías y también dio su título nobiliario al emparedado.

Cuando el 17 de enero 1778, James Cook atracó al HMS Resolution, en la bahía de Kealakekua, miles de nativos salieron a saludarlo identificando al capitán con el dios Lono, deidad de la tierra. El recibimiento fue apoteótico y los británicos gozaron de la hospitalidad de los locales y especialmente de los favores de las nativas, que hicieron inolvidable la permanencia en esas islas que parecían el Paraíso Perdido.

Las naves inglesas partieron el 4 de febrero, pero un huracán destrozó el mástil del HMS Resolution y decidieron volver a Hawái a repararlo además de gozar, una vez más, de los placeres que tan generosamente les habían brindado… pero esta vez todo fue distinto. ¿Por qué volvía el dios Lono y sus seguidores? Se había aprovechado de su generosidad, sus hombres habían abusado de sus mujeres. ¿Por qué volvían?

La hostilidad fue manifiesta desde el comienzo, cosa que desconcertó a los miembros de la nave.

El 14 de febrero de 1779, en la misma bahía de Kealakekua, unos hawaianos robaron un bote británico. Siguiendo con la costumbre que habían adoptado en distintas circunstancias, cada vez que los nativos sustraían alguna propiedad de los ingleses, estos tomaban rehenes hasta que los objetos robados le fueran restituidos a la brevedad. Esta vez, el mismo Cook trató de tomar como rehén al rey Kalaniopu’u, pero la playa estaba llena de nativos que impidieron el secuestro. Para amilanarlos, los ingleses dispararon sus pistolas, pero en lugar de amedrentarlos, los puso más violentos. Uno de los aborígenes acuchilló al capitán Cook ocasionándole la muerte junto a cuatro miembros de su tripulación.

Los cadáveres de los enemigos solían ser repartidos entre los jefes locales en un rito antropofágico que pretendía incorporar el espíritu guerrero de los vencidos.

Los ingleses trataron de recuperar el cuerpo de su capitán y después de negociar con los nativos, estos se avinieron a entregar los restos mortales de Cook, reconocido por su mano que lucía una gran cicatriz. “Los huesos habían sido despojados de carne y se veía que habían sido cocinados y salados…”

Años más tarde, la reina hawaiana Lydia Kamakaeha (1838-1917) en una visita a Inglaterra durante un té organizado en su honor por unas damas británicas, comentó, entre scons y emparedados de pepinos, que por sus venas corría sangre inglesa. Las aristócratas damas carraspearon e intercambiaron miradas cómplices. Una de ellas se atrevió a murmurar: “debe haber sido un marinero…”, a lo que la reina rápidamente contestó: “Oh no, entiéndase bien, uno de mis ancestros se comió al capitán Cook”.

Los restos rescatados del explorador descansan en Westminster Abbey.

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