En la mañana del 10 de enero del año 49 a.C., Cayo Julio César tomó una de las decisiones más trascendentes de su ya complicada existencia y cruzó un pequeño río que servía de frontera entre el territorio romano y las Galias. Lo hizo al frente de una sola de sus legiones, la XIII.
A sus leales soldados les había explicado que corrían el peligro de ser declarados traidores, ya que la ley prohibía que un gobernador provincial atravesase ese límite con sus legiones. Aun así decidieron seguir a su general que los había conducido hasta Britania.
En la oportunidad, Julio Cesar pronunció una de esas frases que quedan para la posteridad: “Alea iacta est”, que suele traducirse como “la suerte está echada”, aunque en su tiempo significaba “los dados están echados” (alea significa dados). La frase fue consignada en la obra de Suetonio, “Vidas de los doce césares”. Según este autor, César se inspiró en una obra de Menandro (342 a. C. -292 a. C.), el máximo exponente de la llamada nueva comedia griega.
En su “Vidas paralelas”, Plutarco afirma que César pronunció esa oración en griego, tal como figura en su versión original.
La frase pasó a la posteridad como sinónimo de resignación a lo que depara el destino, aunque César opinaba que en algún punto somos forjadores de nuestro destino y así lo mostró al tomar la decisión de enfrentar a sus adversarios.
Al cruzar el Rubicón, César desafiaba a su ex aliado Pompeyo y al Senado. Temía que si acudía sin protección, sus enemigos, los optimates (pertenecientes a las clases más acomodadas que estaban contra la repartición de tierras entre los excombatientes como proponía César y sus seguidores) lo acusaran de diversos cargos de corrupción y conspiración que podían conducirlo al exilio o a la muerte. Entre otras cosas, lo acusaban de invadir las Galias sin provocación para su gloria personal …
Sus victorias habían convertido a César en un líder popular y los miembros del Senado conducidos por Catón lo veían como una amenaza a la República.
La guerra civil desatada fue larga y cruenta, extendiéndose de España a Grecia y de las Galias hasta Egipto, donde conoció a la célebre Cleopatra, con quien tuvo un hijo.
Tras la derrota de Farsalia, Catón se suicidó y Pompeyo huyó a Egipto, donde fue asesinado. Su cabeza y su anillo fueron regalados a César, quien, según la leyenda, lloró al ver la testa de su contrincante pero que en el pasado supo ser su aliado y su yerno …. César volvió victorioso y fue nombrado dictador, gozando de un amplio poder y popularidad, especialmente entre sus ex legionarios, gracias a la generosa distribución de tierras.
Sin embargo, esta popularidad no fue obstáculo para que sus enemigos lo enfrentaran y conspiraran en su contra para preservar la República.“Es mejor morir que vivir esperando la muerte”, repetía una y otra vez Julio César y esta le llegó durante los idus de marzo del 44 a.C.
“No guardo rencor y no busco venganza”, había proclamado el César al asumir el poder. “Solo pido que se unan conmigo en la construcción de una nueva Roma, una Roma que ofrezca justicia, paz y la tierra para todos sus ciudadanos, no solo algunos privilegiados”.
Estos conceptos fueron pronunciados, palabras más palabras menos, por el Presidente de la nación. Estamos cruzando el Rubicón, y los dados han sido echados.
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Esta nota también fue publicada en Clarín