La belleza se caracteriza precisamente por su diferencia de la normal y por su condición excepcional. Lo que es hermoso en una representación artística del cuerpo humano no se ha quedado atascado en una única fórmula.
Michael Kimmelman, The Accidental Masterpiece
Habré tenido 15 años cuando vi su retrato por primera vez en el Hospital de Tavera en Toledo. Eran los tiempos de la castiza España del Caudillo, cuando “El violinista sobre el tejado” era prohibida para menores de 14 años y “La Novicia rebelde” era inconveniente para menores de edad, que solo podían ver esta película junto a sus progenitores para que estos les explicaran por qué una novicia dejaba los hábitos para casarse y seguir cantando. ¡Joder! ¡Adónde va a parar la juventud con estos ejemplos! Eran los tiempos en que uno escuchaba emocionado la historia de la abnegada resistencia de los nacionales sitiados en el Alcázar de Toledo, que hoy todos han olvidado. Y justamente estando en Toledo fue cuando conocí las desventuras de Magdalena Ventura, inmortalizada por José de Ribera, llamado Il Spagnoletto. Dos cosas me impactaron de esta pintura: La primera es que en país tan pudoroso como era entonces España (donde no se permitía a las jóvenes lucir bikinis en las playas mediterráneas) se mostrase un pecho femenino en forma tan elocuente. Probablemente, el contexto barbado quitaba toda inspiración erótica.
La segunda cosa que me llamó la atención fue el gesto contrito del atribulado cónyuge que, en un lejano segundo plano, y escondido en las penumbras, inspira una extraña mezcla de sorna y compasión.
Me enteré entonces de que este magnum naturae miraculum (gran milagro de la naturaleza) se llamaba Magdalena Ventura (“mala ventura”, nos es lícito acotar) y era oriunda de los Abruzos. Magdalena había llegado a este mundo como mujer con todo lo que ellas deben tener y todo lo que les debe faltar. Durante 37 años, cumplió a las mil maravillas con su rol femenino, y tuvo tres hijos. Fue entonces cuando su cuerpo comenzó a sufrir una serie de cambios impensados: se cubrió de vello y, sobre su rostro, se extendió una pilosidad que dio lugar a la barba y bigote con la que José de Ribera la inmortalizó a pedido del duque de Alcalá, a la sazón, virrey de Nápoles. El artista eligió representarla en sus más amplias contradicciones, luciendo barba y con un pecho desnudo, con marido y criatura en brazos. En esta obra, Ribera abunda en simbolismos: el huso que se apoya sobre el pedestal alude a la condición de mujer de doña Ventura. Sobre la piedra, se lee una larga explicación en latín sobre las desventuras de esta dama, comenzando con el consabido: In magnum naturae miraculum.
Puede verse, además, un caracol sobre el pedestal, no porque pasase casualmente frente a la dama barbuda, sino porque Rivera lo utiliza a guisa de metáfora sobre el supuesto hermafroditismo de doña Ventura.
Vale aclarar que la pobre Magdalena no era hermafrodita, de ninguna manera. Ella era una mujer sometida durante su edad adulta a un bombardeo hormonal probablemente por un tumor de la glándula suprarrenal que lleno su cuerpo de hormona masculina (testosterona ) sin malformación en su aparato reproductor.
Para agregar más incógnitas al asunto, al instalarse en Nápoles en 1631, Doña Ventura dio a luz a un cuarto vástago cuando contaba 52 años, edad de por si asombrosa, más aun considerando el desorden hormonal que padecía esta mujer. Estas peculiaridades fueron inmortalizadas por el arte de Ribera que plasmó los vellos de doña Ventura sin ánimos de destacar lo bello de esta mujer sino su singularidad. Il Spagnoletto hizo una magnífica labor artística con esta dama de barba, calva y bigote, y con su marido con aires resignados que, desde el lienzo, parece decirnos: “¡Mire usted lo que me ha tocado vivir!”.
Con los años han aparecido otras damas barbudas que exhibieron su pilosidad en circos y espectáculos, ilustraron posters y alimentaron el freak show como el caso de Julia Pastrana o Jennifer Miller y tantas otras que pasearon su particular distribución pilosa exaltando su lado femenino.
Hoy sería muy difícil esta exposición sin reclamos feministas y de autopercepción, solo una muestra que aquellos que Cicerón señalará hace 22 siglos: “Oh témpora, oh mores”… los cambios de percepción de cada sociedad que puede ver un acto de inmoralidad en una monja que cambia de hábitos por amor, pero exalta a los conquistadores que matan a millones de personas por discutibles perspectivas ideológicas.
El cuerpo humano y su belleza no se ha visto atascado en una única forma …y su mente tampoco.
El cuerpo humano y su belleza no se ha visto atascado en una única forma …y su mente tampoco.