Hay cientos de películas que generan reacciones en el espectador que van incluso más allá de la incomodidad; en este sentido, las variantes del desquicio pueden ser de todo tipo: intelectuales, filosóficas, sentimentales y hasta físicas.
En este pequeño repaso se señalarán algunas…
Aviso importante: puede haber spoilers (después de todo, estas líneas no son una crítica cinematográfica sino un artículo sobre cine, que es algo bien diferente).
Mártires (Martyrs) (Pascal Laugier, 2008) tiene un comienzo angustiante y nos lleva rápidamente a la casa de una familia aparentemente normal. Pero la casa tiene sus secretos y resulta ser una fachada de un grupo de personas que buscan descubrir qué “imágenes” o “visiones” tiene alguien en la instancia del máximo sufrimiento físico imaginable. El nivel de tortura y perversidad a que se somete a mujeres adolescentes para comprobarlo es espantoso. Mártir significa “testigo” etimológicamente, y el título es más que apropiado en todo sentido.
Al lado de esta película, Hostel (Eli Roth, 2005) parece algo menor. Pero si uno evalúa su argumento, no lo es: gente de distintos lugares del mundo que paga altas sumas de dinero para tener a su merced a un joven atado a una silla y elegir cómo y de qué manera mutilarlo hasta morir. Acá no hay sofisticadas justificaciones filosóficas, sólo depravación humana de la peor calaña. Esta película ha tenido tanto éxito que ha tenido dos secuelas, lo que ya es todo un indicio de… bueh, ya es todo un indicio, punto.
Titane (Julia Ducournau, 2021). El desquicio acá dispara para todos lados, hay para que tengan todos. Una mujer (Alexia) que trabaja como showgirl y que tiene una placa de titanio en la cabeza por un accidente automovilístico en su infancia se transforma en una asesina serial y tiene una fijación sexual con un auto, de quien queda embarazada (sí, sí, queda embarazada del auto). Como teme ser arrestada, se faja el cuerpo y se corta el pelo fingiendo ser un varón y se hace pasar por el hijo perdido de un jefe de bomberos frustrado y deprimido que se inyecta esteroides todo el tiempo. El embarazo continúa, y Alexia da a luz (sí, sí, da a luz) a un… Bueh, no más spoilers, señor juez. !Ah! Esta película ganó el Festival de Cannes en 2021 (sí, sí, ganó el Festival de Cannes).
La langosta (The Lobster) (Yorgos Lanthimos, 2015). En un futuro distópico las personas que no tienen pareja son llevadas a un hotel, donde están obligadas a encontrar una pareja en un plazo de cuarenta y cinco días. De no conseguirlo, son convertidas en animales y enviadas al bosque. Lo bueno es que pueden elegir en qué animal convertirse, eso sí. Durante la estadía en el hotel la masturbación está prohibida y los huéspedes asisten a bailes y son alentados y estimulados a conseguir pareja (y aparearse, claro). El hermano del prtagonista ya fue convertido en perro, el protagonista prefiere ser una langosta, pero se escapa y se va al bosque, donde se une a un grupo de foragidos que está en contra de formar pareja. Hay más datos, pero con esto ya sobra para poner esta película en este selecto grupo. ¡Ah! Ganó el Gran Premio del Jurado en Cannes en 2015.
Colmillo (Kynodontas, Dogtooth) (Yorgos Lanthimos, 2009). Esta otra película de Lanthimos ya fue citada anteriormente (ver “Películas incómodas”), así que como excepción se incorpora a esta reseña. Una familia mantiene a sus tres hijos adolescentes (dos mujeres y un varón) en su casa durante toda su vida, sin salir jamás a ningún lado, para preservarlos del espantoso mundo “de allá afuera”. Tremendos pavotes (los hijos), los padres les dicen que estarán en condiciones de salir al mundo cuando se les caigan los dientes caninos (de ahí “dogtooth”). Parece desopilante pero la película es siniestra. Se la admira o se la rechaza visceralmente, eso sí.
X (Ti West, 2022). Un grupo de actores, con camarógrafo, productor y director, alquilan una cabaña en una vieja granja para filmar una película pornográfica. Los dueños de la granja son una pareja de ancianos que tienen su propia historia (la precuela, “Pearl”) y, como uno puede imaginarse, todo termina de la peor manera. Exponente del género slasher, desde el sexo decrépito hasta el apetito de los caimanes tiene su lugar en la historia.
Z00 (Peter Greenaway, 1985). “A zette and two naughts”, –una zeta y dos “nadas”– es el título original, y además buena parte de la acción se desarrolla en un zoológico (ZOO), por lo cual el juego de palabras anticipa lo que es el filme. Dos hermanos gemelos zoólogos tienen un accidente de auto por esquivar a un cisne (sí, sí, por esquivar a un cisne), en el que mueren sus esposas; la mujer que conducía sobrevive y debe ser amputada en una pierna. Eso lleva a los hermanos a destapar sus dos obsesiones: la simetría (no se bancan que la mujer quede con una sola pierna, llegan a hacerse un traje solo para los dos, entre otras cosas) y la muerte. Empiezan a filmar en cámara rápida la descomposición de los cadáveres de los animales (primero un langostino, después una ratita, después un perro, y después, y después… bueh, imaginen hasta dónde llegan. Lo de tantas veces: una genialidad o una basura, según los gustos de cada uno.
Pink flamingos (John Waters, 1972). Divine es una drag queen que vive en una casa rodante con su pareja, su hijo delincuente y su madre. Es considerada “la persona más inmunda del mundo” y ese título es envidiado por una pareja que vive de negocios bastante particulares: venden heroína en colegios y secuestran mujeres a las que violan para luego vender sus hijos a lesbianas (negocios a mediano plazo, digamos). Argumento consistente si los hay, el punto culminante del asco es la última escena del fin, en el que Divine levanta del suelo un excremento de perro y… sí, hace eso que imaginan. Escatología pura y dura.
Cold fish (Tsumetai Nettaigyo) (Sion Sono, 2010). Yukio, el dueño de una tienda de peces, le da trabajo a la díscola hija adolescente de un matrimonio no muy vivaz. Yukio es un monstruo que invade las vidas de la joven familia: seduce y somete a la insatisfecha mujer, casi esclaviza al débil esposo y lo hace partícipe de sus crímenes, que no terminan con la muerte ya que a Yukio le gusta disecar puntillosamente a sus víctimas, de las que luego colecciona sus huesos.
También los enanos empezaron pequeños (Even Dwarfs Started Small) (Werner Herzog, 1970). Hasta el gran Herzog tiene lo suyo: filmada en blanco y negro en Lanzarote (isla volcánica de Canarias), ambientada en algo así como un correccional o reformatorio, un grupo de enanos reclusos inicia una cruenta rebelión. El director del establecimiento toma a uno de los líderes enanos como rehén y eso no hace sino empeorar las cosas. Los enanos son verdaderos vándalos que cometen todo tipo de locuras y van generando una espiral de crueldad y violencia contra lo que se les cruce delante, animales incluidos. Hay escenas explícitas chocantes; bah, casi todo es chocante.
El ciempiés humano (The Human Centipede) (Tom Six, 2009) y su secuela, El ciempiés humano 2 (Tom Six, 2011). Un científico secuestra personas en la autopista para llevarlas a una clínica clandestina que tiene en el campo. Allí realiza su experimento, que es… bueno, ahí va: armar un ciempiés humano. Para eso su idea es conectar los tubos digestivos de las personas por sus extremos, suturando el extremo superior (oral) del tracto digestivo de una de las víctimas con el orificio final (anal) del tracto digestivo de otra, convenientemente agrandado para facilitar el tránsito. Cuando las víctimas elegidas despiertan de su letargo se encuentran como en cuatro patas (para eso también les han cortado los tendones de las rodillas) uno atrás del otro, unidos de la manera descripta. Para ver si funciona, el tipo le da de comer por la boca a la víctima que está en la posición delantera y espera que los desechos salgan por el extremo trasero de la persona de atrás. Y parece que sí funciona (y la película ni hablar), ya que en la primera película lo experimenta con tres personas pero en la secuela, un tipo medio loco y pervertido decide probarlo con decenas de víctimas, es decir, un gusano bien largo.
Lars and the real girl (Craug Gillespie, 2007). Al lado de la anterior, esta película es un bomboncito de dulce de leche. En un pequeño pueblo, un joven matrimonio está preocupado porque el hermano menor del esposo (un buen chico pero muy tímido y retraído) está solo, sin amigos y sin mujer. Le presentan chicas, amigas, pero… nada. El muchacho (Lars) es tan bueno que no quiere amargarlos, así que un día dice que ha conseguido novia y llega de visita a cenar con su chica: una muñeca inflable (sí, sí, una muñeca inflable –vestida, eh–). Pero él va en serio y sus sentimientos son genuinos. La atiende, la mima, la llama por su nombre. Nadie sabe cómo manejar la situación. Poco a poco, todo el pueblo (que siempre ha querido mucho al bueno de Lars) también se empieza a tomar en serio el romance, y la muñeca inflable pasa a ser una figura querida en la comunidad. La película es tan desopilante como seria; a su manera, es profunda.
Contra viento y marea (Breaking the Waves) (Lars von Trier, 1996). La historia se desarrolla en un pueblo puritano y religioso. Luego de un accidente, un hombre (Jan) queda cuadripléjico. Su mujer (Bess), religiosa y devota en extremo, lo cuida amorosamente, pero Jan (imposibilitado de volver a tener sexo) le pide a Bess que tenga sexo con otros hombres y que le cuente los detalles de esos encuentros, para de esa manera recrear la situación como si fuesen ellos dos los amantes. Bess no quiere saber nada pero Jan la convence diciéndole que es lo que Dios querría, ese tipo de zaraza. Y resulta que Bess se destaca en las artes del sexo y Jan hasta parece empezar a tener una mejoría de salud después de tantos interesantes relatos sexuales de Bess. Bess llega a prostituirse, dice (y se lo cree) que lo hace en nombre de Dios y por amor a Jan, pero ya es mal vista en el pueblo. Esta película ganó el Gran Premio del Jurado Festival de Cannes de 1996.
Climax (Gaspar Noé, 2018). Un grupo de unos veinte bailarines se reúnen para ensayar en un vejo edificio semiabandonado en el medio de un bosque. La noche del ensayo final deciden celebrar una fiesta, pero algún pícaro del grupo le puso LSD al ponche del que todos toman. Todos se vuelven locos, hacen cualquier cosa, se agreden, se ponen en peligro, toda la noche es una orgía de locura, sexo, violencia y éxtasis psicodélico colectivo desenfrenado. La historia termina a la mañana siguiente, con lo que queda, que son más bien deshechos.
Boxing Helena (Jennifer Lynch, 1993). Un cirujano exitoso descompensado mentalmente tras la muerte de su madre (ayayay, estos tipos que no cortan el cordón) se obsesiona con una mujer que había sido su pareja años atrás. Siendo ahora rechazado por ésta, el tipo decide apropiársela a su manera: la secuestra, se la lleva a su casa y la va mutilando de a poco: que una pierna, que la otra, que un brazo, que el otro… Como para que entre en una caja; de ahí el “boxing” del título, ¿vio? Y bueno, la pone ahí, arriba de la chimenea, para no dejar de verla nunca. La película está escrita y dirigida por la hija de David Lynch, un director sobre el que sabemos, entre entre otras cosas, que hay libros escritos para explicar algunas de sus películas. Hija ‘e tigre… Bah, no, porque esta película se entiende fácil.
El extraño caso de los Johnson (The strange thing about The Johnsons) (Ari Aster, 2011). Este es un cortometraje de 28 minutos. ¿Qué hace acá? Bueno, cómo explicarlo. ¿Incesto? Bueno, sí. Hay miles de casos, lo sabemos todos, lamentablemente. Los abusos sexuales de padres a hijos no son novedad. Lo que no es tan fecuente es que el cine muestre la situación inversa, y justo el día en el que casa el hijo, ¿no? Terrible es poco.
Visitor Q (Takeshi Miike, 2001). Siguen los problemas de familia: la primera escena muestra a un hombre maduro teniendo sexo con una jovencita en un albergue transitorio. “Adiós, hija”, “adiós, papá, que tengas un buen día”, se saludan al despedirse, mientras el padre le paga por sus servicios sexuales. En casa las cosas no están mucho mejor: la madre es drogadicta, el hijo la golpea y a la vez es abusado en su escula. Todo color de rosas, con crímenes, escenas de necrofilia y sexo escatológico en el medio. ¡Ah!, y un visitante misterioso (“Q”) surreal, tan cruel como componedor. El laberinto de depravación nunca decae, la película genera una mezcla de horror y asco.
Crímenes del futuro (Crimes of the Future) (David Cronenberg, 2022). En un futuro distópico se han producido algunos cambios fisiológicos: la mayoría de los humanos ya no siente dolor físico, ha desarrollado la capacidad para alimentarse de plástico y aparecen síndromes extraños. Uno de ellos es un trastorno en el cual el organismo está permanentemente generando nuevos órganos dentro de su cuerpo; esto lo padece Saul Tenser, quien junto con su pareja ofrece un espectáculo en vivo en el que se le extirpan sus órganos sin dolor. La gente se excita viendo eso, “la cirugía en vivo es el nuevo sexo” es la frase corriente. Pero las continuas funciones dejan al hombre medio maltrecho, con dificultades respitratorias y digestivas; necesita dispositivos biomecánicos para sobrevivir. La trama se complejiza con la política burocrática de un estado totalitario que busca intervenir en el almacenamiento de los órganos, que van evolucionando en sus funciones. Todo este desvarío se da en medio de un ámbito apocalíptico, oscuro, suciuo, despiadado.
Noche de bodas (Ready or Not) (Matt Bettinelli Olpin, 2019). Se trata de una comedia negra. Una adineradísima familia celebra en su imponente mansión el casamiento de su hijo con una joven a quien no conocían y que proviene de otra esfera social. La familia ha hecho su fortuna con el comercio de los juegos de mesa y de salón, y una tradición familiar (ligada a una leyenda más bien oscura) dispone que la noche de bodas todos los miembos de la familia, incluida la joven recién casada, deben jugar un juego que se decide por azar, apelando a una extraña caja de madera de la cual saldrá la decisión sobre qué juego jugar. El juego que les toca resulta ser el peor posible para la pobre Grace, ya que se trata de una cacería. De ella, claro. Hay que matarla antes del amanecer, y como sea: con dagas, cimitarras, con arco y flecha, con ametralladoras, con tridentes, con lo que sea. Y todo es tan natural para todos… A la pobre Grace no la defiende nadie, y todo es tan loco que termina siendo hasta divertido, comedia al fin.
Holocausto caníbal (Cannibal Holocaust) (Ruggero Deodato, 1980). En esta película, que ya ha sido mencionada (ver “El cine pseudo-snuff”) se relata la desaparición de una expedición de cuatro jóvenes antropólogos norteamericanos que investigan las posibles costumbres caníbales de los indios de una región del Amazonas. Uno de sus profesores, también antropólogo, parte en su búsqueda y encuentra todas las filmaciones del grupo. El contenido de las mismas es, digamos, desmesurado, incalificable (por usar un eufemismo). Es una película que produce una reacción física en el espectador.
Incendios (Incendies) (Denis Villeneuve, 2010). La madre de dos hermanos mellizos canadienses (Jeanne y Simon) acaba de morir. El testamento de la madre menciona una necesidad para poder descansar en paz: encontrar a un tercer hermano cuya existencia los mellizos desconocían. Lo retorcido de la historia resulta ser la vida que ha vivido la pobre madre difunta (Nawal), mostrada en fklashbacks: Nawal era una árabe cristiana que, en Medio Oriente, se enamora de un refugiado a quien asesinan; queda embarazada, la obligan a dejar a su bebé, que es enviado a un orfanato… y se termina transformando en un yihadista islámico fanático. Muchos años después Nawal seguía dando vueltas por ahí, buscando a su hijo abandonado en medio de guerrillas constantes. Es encarcelada por los islámicos, es violada por su carcelero, en fin. Sufrimiento puro. Años después Nawal vuelve a Canadá y bueno, el nudo se termina desatando de la manera más dolorosa imaginable. Y para el espectador también. La película es un desquicio, sí, pero es una gran película. Fue nominada al Oscar por Mejor Película Extranjera en 2015 y hasta fue presentada en formato teatral en Buenos Aires.
Hay muchas más, por supuesto. Algunas ya mencionadas en artículos anteriores, como Raw (Julia Ducournau, 2016), del veganismo al canibalismo; A serbian film (Srdjan Spasojevic, 2010), un morboso mix de sexo y perversión humana. O El sacrificio de un ciervo sagrado (The Killing of the Sacred Deer) (Yorgos Lanthimos, 2017), una historia de dolor, culpa y venganza; Saló (Los 120 días de Sodoma) (Pier Paolo Pasolini, 1975), sobre la escandalosa novela del Marqués de Sade, disfrazada de una crítica al fascismo; Audition (Odishon) (Takashi Miike, 1999); Adentro (A’ l’interieur) (Alexandre Bustillo, 2007).
Al lado de todos estos filmes, aquellas clásicas películas perturbadoras como La naranja mecánica, Kids, Irreversible o Freaks…. naaaa. Pochoclo.