En realidad, debería llamarse de “intemperancia alcohólica”, es decir, de aquellos que caen en el exceso que produce daño porque, nos guste o no, las bebidas alcohólicas son tan antiguas como el hombre y son parte de nuestra cultura. No hay Escocia sin whisky, ni Francia sin vino, ni Alemania sin cerveza o Rusia sin vodka.
Esta pintura de Diego Velázquez, de 1629, es conocida como “Los Borrachos”, aunque el pintor español la llamó “El triunfo de Baco”, personaje central de la pintura, de piel muy pálida que contrasta con los demás personajes –sátiros y personajes ebrios que rodean y festejan a su dios–. De allí que la lucha contra este flagelo resulta tan complicada, incluso más que la lucha contra el tabaquismo y las drogas adictivas (especialmente con opioides que han ocasionado un verdadero drama en Estados Unidos, tanto o más grave que la heroína y el opio). Esto se debe, en gran parte, a que el alcohol tiene una tolerancia social; además, el conocimiento vinos y bebidas espirituosas incluso se asocia con cierto glamour.
Hay religiones que prohíben la ingesta de alcohol, hay países que gravan con impuestos importantes su venta y ocultan los lugares de expendio, e incluso, hubo una ley en Estados Unidos que penó su venta y consumo: la llamada Ley Seca.
Esta ley duró 13 años, comenzó el 17 de enero de 1920 y concluyó el 6 de diciembre de 1933, y fue un terrible fracaso: nunca antes se vieron tantos casos de encefalitis alcohólica y cirrosis.
En el siglo XIX, en Estados Unidos había un movimiento de templanza encabezado por líderes religiosos de origen protestante. Tuvieron cierta importancia política y lograron imponer la XVIII enmienda que prohibía la venta, producción y transporte de bebidas alcohólicas. Curiosamente, 36 de 48 estados lo aceptaron y de esta forma se pudo aplicar a toda la nación.
“El demonio de la bebida hace testamento”, declaró el senador Andrew Volstead, un entusiasta promotor de la abstinencia.
Curiosamente, esta ley no impedía la venta del vino de Jerez (que consideraban un remedio) y tampoco fue prohibido el jugo de uvas, pero sus productores debían incluir una advertencia al usuario: estaba prohibida su fermentación para convertirlo en vino. ¡Ah! Con las iglesias católicas debieron hacer una excepción para poder consagrarlo durante las misas.
De un día para el otro, todo compuesto con etanol (e incluso hicieron bebidas espirituosas con metanol que dejó ciegas a varias personas) pasó a valer una fortuna. Como la demanda no bajó (al contrario, con el tiempo aumentó), proliferaron los bares clandestinos (llamados speakeasy) y un mercado negro inmenso manejado por las mafias. Era tanto el dinero en juego que el robo y los asesinatos ligados a este negocio prohibido aumentaron en forma exponencial a lo largo de la década del 20. En 1920 había 4.000 reclusos en todas las cárceles de Estados Unidos, hacia 1932 eran casi 27.000.
Resulta muy curioso ver fotos de las marchas populares por las calles de las grandes ciudades de EEUU pidiendo la libre venta de alcohol, con carteles como “¡Queremos cerveza!”.
A su vez, la policía multiplicaba sus esfuerzos para apresar a todos aquellos ligados al negocio de venta de alcohol, que muchos conocían muy bien porque ellos mismos eran sus clientes. Hecha la excepción de “Los intocables” de Eliot Ness…
En un momento, la situación era tan disparatada, los resultados discutibles y la orquestación tan hipócrita (las autoridades celebraran las capturas de contrabandistas y mafiosos con un buen whisky), que, ante la alarmante situación económica de Estados Unidos, el presidente Roosevelt eliminó la XVIII enmienda (este fue el único caso en el cual se eliminó completamente una enmienda) y usó a la industria de alcohol como fuente de trabajo para los desempleados de la Gran Depresión.
Como decíamos al principio, las bebidas espirituosas son tan antiguas como la civilización, pero beber en exceso, como toda cosa que se ingieran en exceso (como el agua y la sal, para nombrar algunas) a la larga traerá problemas y substancias como el alcohol crean dependencias físicas y psicológicas. El dipsómano no tiene control sobre los límites del consumo, y esa intemperancia aumenta a medida que se desarrolla tolerancia al alcohol. Hay una predisposición genética a caer en el alcoholismo, pero no en todos los casos se ven patrones hereditarios. Se sospecha que el gen ALDH2 (Aldehído Deshidrogenasa 2) afecta la metabolización del alcohol y modula el consumo del mismo. Análisis estadísticos demuestran que la tendencia al alcoholismo se da entre el 25 al 50% de los descendientes.
Las defunciones por accidentes relacionados con la ingesta de alcohol ocasionan 100.000 muertes al año. En México, es el responsable del 70% de las muertes por accidente de tránsito y la principal causa de fallecimiento entre los 15 a los 30 años. En Argentina se estima que ocasiona el 50% de los accidentes . Cada año se mueren en el mundo 3.500.000 de personas por problemas relacionados con el alcohol, que es responsable de 200 enfermedades y trastornos.
El punto más importante para recordar este día es que el comienzo de la recuperación empieza con el reconocimiento del problema. Muchas personas han creado una dependencia psicológica, necesitan su copa de vino o whisky para ver la vida distinta, para tolerar su existencia. El alcohol le da otro color a sus vivencias y entonces lo reconoce como una “ayudita” para sobrellevar su trabajo, su relación familiar y tolerancia social. El problema está en que creen que son ellos quienes dominan la situación y no se percatan de su dependencia hasta que ya es tarde. Y no podemos soslayar el problema social que acarrea el alcohol, desde ausentismo pasando por accidentes hasta violencia de genero.
El alcohol es un disolvente fantástico, ya que disuelve familias, matrimonios, amistades, empleos, cuentas bancarias, neuronas e hígados… pero jamás de los jamases el alcohol podrá disolver los problemas que genera su adicción en las personas que siguen buscando en el fondo de un copa respuestas en el lugar equivocado.