Hanns Hörbiger nació en Austria, el 29 de noviembre de 1860, y murió el 11 de octubre de 1931. Algunos lo conocen por la válvula que lleva su nombre y que revolucionó la industria del acero; otros, como uno de los constructores del subterráneo de Budapest; pero muchos más lo recuerdan por su teoría sobre la cosmogonía del mundo helado (Welteislehre), una narración pseudocientífica que pretendía explicar el origen del universo. En un sueño, Hörbiger se vio flotando en el espacio mientras contemplaba el movimiento de un péndulo hasta que este se desintegró. Obsesionado por esta lucha térmica espacial, elaboró una teoría holística que incluía severas críticas a sus predecesores en el campo de la física por no haber percibido el conflicto entre el hielo y las estrellas.
“Newton estaba equivocado”, afirmaba Hörbiger, “la fuerza gravitacional del sol desaparece después de tres veces la distancia de Neptuno”.
Para Hörbiger la formación del universo, sus soles y planetas se debía a la colisión del hielo cósmico con una superestrella en la constelación de Columba. Ese hielo primigenio se derritió y dio lugar a la vía láctea y a todo lo que se encontraba en su interior, incluyendo, obviamente, nuestro planeta y su satélite natural. Para Hörbiger, la luna estaba hecha de hielo y su espectacular brillo se debía al reflejo de la luz sobre la superficie helada.
La teoría del Welteislehre se difundió rápidamente gracias a las conferencias que Hörbiger dictó junto a Philipp Fauth (1867-1941)*, un astrónomo amateur con quien escribió un libro sobre el tema en 1913. Muchos seguidores se fanatizaron con este relato “científico” que permitía explicar de forma muy simple, esquemática y arbitraria desde el Génesis del universo hasta el Armagedón.
Según Hörbiger, cada tanto un cuerpo celeste era capturado por la fuerza gravitacional de una estrella en órbitas espiraladas que, eventualmente, terminaban en una colisión entre los planetas y los soles, lo que coincidía con las predicciones bíblicas del Apocalipsis y el destino final de nuestro planeta.
Esta teoría gélida rápidamente capturó la imaginación del gran público. No era necesaria mucha formación técnica ni científica para su comprensión. Ni era necesario conocer sutilezas matemáticas o teorías intrincadas. Todo se reducía a una lucha térmica, entre el hielo y el calor, y así se explicaban, además de los fenómenos astrológicos, otros misterios como el diluvio universal, la extinción de los dinosaurios, la desaparición de las grandes civilizaciones que nos precedieron y los cambios climáticos. Todo o casi todo podía abarcar la cosmogonía del hielo, hasta afirmar que los embriones de los arios habían llegado del espacio exterior en forma de protoplasma.
Curiosamente, esta teoría helada radicalizó a la sociedad y promovió la aparición de fanáticos de la Welteislehre. Uno de ellos, un conocido empresario, llegó al extremo de tomar únicamente empleados que adhiriesen a tal doctrina. Entre los seguidores de la cosmogonía se encontraba Houston Stewart Chamberlain (1855- 1927), un escritor de origen inglés, pero con una devoción germanófila lindante con el fanatismo. Hijo de un conocido almirante británico y de madre alemana, Houston estaba destinado a servir en la Marina de su majestad, tal como era el deseo de su padre, pero su mala salud le impidió cumplir el mandato paterno y debió dejar la escuela naval. Sin la presión familiar, se dedicó a estudiar ciencias biológicas. Su tutor alemán lo familiarizó con la cultura germana de la que se convirtió en un devoto admirador. Chamberlain continuó sus estudios en Ginebra, donde conoció al doctor Carl Vogt (1817-1895), uno de los primeros científicos que apoyaron las teorías evolutivas de Darwin (1809-1882). Vogt, a diferencia de Darwin, era un firme creyente de la teoría poligenista; para él cada raza había evolucionado de distintos simios y esta razón lo empujó a adherir con vehemencia al eugenismo de sir Francis Galton (1822-1911), el primo de Darwin, quien sostenía que cada raza tenía un origen diferente. Para preservarlas y mejorarlas era menester cruzar los ejemplares más destacados de cada especie, como a las razas caninas, bovinas y equinas.
Entre otros muchos temas, el Dr. Vogt le inculcó al joven Chamberlain una afinidad por esta pseudociencia que terminó teniendo funestas consecuencias para la humanidad.
Devoto admirador del romanticismo alemán, Chamberlain frecuentó a figuras destacadas de la cultura, como Friedrich Nietzsche (1844-1900) y Richard Wagner (1813-1883), del que sería yerno al casarse con Eva von Bülow-Wagner (1867-1942) (nieta de Lizt, hija del conductor von Bülow e hijastra de Wagner). La Primera Guerra Mundial le planteó a Chamberlain un dilema de lealtad que terminó resolviendo con la adopción de la nacionalidad alemana.
A pesar de su formación científica, Chamberlain adhirió a la teoría de la cosmogonía del hielo, que guardaba similitud con los mitos de las culturas nórdicas sobre el origen del universo. En la lucha entre el hielo y el fuego, muchos individuos como Chamberlain quisieron ver la resistencia de la raza nórdica al acoso de otras razas, especialmente la semítica.
Entre los seguidores de Chamberlain que abrevaban en sus teorías pangermánicas había un joven político, pintor frustrado y diletante alborotador que había ascendido a cabo durante la Primera Guerra, su nombre era Adolf Hitler (1889-1945). Entre estos fanáticos germanófilos se estableció una fluida relación epistolar. En una de estas misivas, Chamberlain lo felicitaba a Hitler porque Alemania, “en su momento de mayor necesidad”, había hallado en él a un hombre con sobradas pruebas de vitalidad para conducir la nación.
La cosmogonía del hielo también entusiasmó a otras autoridades del Partido Nacionalsocialista, como Heinrich Himmler (1900-1945), Joseph Goebbels (1897-1945), Hermann Göring (1893-1946) y Baldur von Schirach (1907-1974). El mismo Hitler propuso la construcción de un observatorio en Linz, su ciudad natal, para estudiar las teorías de Hörbiger. La cosmogonía helada estaba hecha a medida del espíritu Völkisch, al igual que la épica de los dioses nórdicos. El nazismo tomó elementos antropológicos, científicos, astronómicos y astrológicos, además de teorías esotéricas para elaborar una cosmovisión del mundo de simple comprensión para los estratos más bajos e impresionables de la sociedad, uno de las razones de su éxito populista.
La teoría de Hörbiger se elevó como la propuesta simple y elegante de la etnia germana a las retorcidas hipótesis judías, emitidas por “mentes perversas” como la de Albert Einstein (1879- 1955), Sigmund Freud (1856-1939) o Theodor W. Adorno (1903-1969). Los fundamentalistas siempre necesitan de teorías de fácil comprensión porque ambas condiciones se retroalimentan. El esoterismo agrega un aire de misteriosa confabulación a la ignorancia.
En el caso del nazismo, los ideólogos del movimiento recurrieron a una “cientificación” (valga el neologismo) de su discurso que estaba viciado por falacias: quisieron “estandarizar” excluyendo las desviaciones de lo normal. Movieron el pico de la campana de Gauss para comprender a “los arios” y cortaron sus extremos para excluir a los negros, gitanos, judíos y demás etnias “inferiores”. Estandarizaron, simplificaron y perdieron el sentido de la biodiversidad del mundo real. Mezclaron mitología, ciencia y pseudociencia en un intento vano de construir una cosmovisión abarcativa, aunque este coctel resultó ser tóxico para todos los que abrevaron en él, especialmente para sus creadores.
Sin embargo, esta perspectiva holística ejerció y ejerce una malsana atracción sobre sus coetáneos y las generaciones venideras. El nazismo y todo lo relacionado con su doctrina continúa dando que hablar, porque sus seguidores no entienden los límites entre la fantasía y lo real, la ciencia y el mito, incorporados en una estructura rígida y verticalista que los ampara y otorga un grupo de pertenencia, un asilo tribal cuyas falacias siguen ejerciendo una fascinación perniciosa.
(*) Aunque Fauth nunca estudió en la universidad, Himmler le otorgó el título de profesor. Uno de los cráteres lunares lleva su nombre.
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Texto extraído del libro
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