“Si hablas con Dios, estás rezando; si Dios te habla a ti, tienes esquizofrenia.”
(Thomas Szasz, doctor en psiquiatría y escritor)
Como hemos visto en la primera parte (ver “Mira con quién hablas…” – parte I), no son pocas las ocasiones en las que la comunicación entre la divinidad y los humanos ha incluido la presencia de un delegado. Ya en el Nuevo Testamento, en el episodio de la Anunciación (Lucas, 1), el arcángel Gabriel (un ángel que se ocupa de tareas especiales) pone en conocimiento de la Virgen María lo que Dios ha dispuesto para ella y lo que debe hacer.
El arcángel visita a María en Nazaret y enseguida va al grano:
–Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo.
María no entiende muy bien a qué se refiere el ángel, así que Gabriel la tranquiliza.
–No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin.
Sorprendida, María atina a preguntar cómo ocurriría todo eso, “ya que no conozco varón”.
Pero el ángel tenía todas las respuestas:
–El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá Santo será llamado Hijo de Dios. Y ahí tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad ha concebido también un hijo, y la que llamaban estéril está ya en el sexto mes, porque para Dios no hay nada imposible.
–He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra –contestó María.
Y así empezó todo.
En su periplo por el planeta, Jesús –dios y hombre en uno– tenía facultades excepcionales: podía subvertir todas las reglas físicas dispuestas por su padre y por él mismo (a eso lo llamaron “milagro”). La comunicación con los cadáveres era uno de los milagros más impactantes, y el episodio más saliente al respecto se vivió cuando le pidió al finado Lázaro que dejara el reposo eterno para volver al equipo de los vivos y sufrientes.
El episodio, resumidísimo (Juan, 11), relata que Lázaro había muerto en Betania, y cuando Jesús llegó allí le dijeron que ya llevaba cuatro días muerto. Marta, una de las hermanas del fallecido, recibe a Jesús:
“Señor, si tan solo hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. ¿Reproche? Mmm. Jesús ni se inmutó: “tu hermano resucitará”.
Pero este no es el diálogo a destacar, ya que se da entre dos humanos (bueno, entre Jesús “en su forma humana” con una humana, en realidad).
Jesús, afligido por la muerte de Lázaro, llora por él y es llevado ante el sepulcro, una cueva con una piedra que tapaba la entrada. Pide que corran la piedra, lo que hacen con alguna reticencia (“Señor, hace cuatro días que murió, debe haber un olor espantoso”), y Jesús primero habla con su Padre en el cielo: “Padre, gracias por haberme oído.Tú siempre me oyes, pero lo dije en voz alta por el bien de toda esta gente que está aquí, para que crean que tú me enviaste” (el diálogo tampoco está especialmente resaltado, ya que están hablando Dios hijo con Dios padre).
Entonces Jesús gritó: “¡Lázaro, sal de ahí!” Y el muerto se ve que lo escuchó, ya que salió de la tumba con las manos y los pies envueltos con vendas de entierro y la cabeza enrollada en un lienzo.
Otra variante de los diálogos entre dimensiones terrenas y celestiales se da en los encuentros de Jesús ya resucitado con los humanos, entre los que se destaca el episodio con el apóstol Tomás.
Cuando los apóstoles le cuentan a Tomás que Jesús ha resucitado, a este le cuesta creerlo (Juan, 20): “si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré.” Así que Jesús decide convencerlo, y días después se aparece ante todo el grupo como si nada y le dice a Tomás: “Tomás, aquí tienes mis manos, mete tus dedos, aquí tienes mis llagas”. Tomás quedó convencido y sólo atinó a contestar “Señor mío y Dios mío…”.
En los años 30 del siglo I, San Pablo, archiconocido personaje en ámbitos de fe, también tuvo su encuentro cercano con Dios. Pablo de Tarso (lejos aún de ser “san Pablo”, por supuesto) era un romano que perseguía a muerte a los cristianos. Viaja a Damasco para eso, para capturar cristianos, el tipo era un obsesivo. Pero en pleno viaje se ve envuelto por un enorme resplandor del cielo; cae de su monta, las nubes del cielo se abren y Pablo escucha claramente una estentórea voz: “¿por qué me persigues?” (Hechos de los Apóstoles, 9).
Y empezó el diálogo de presentación:
–¿Quién eres?
–Soy Jesús el Nazareno, a quien tú persigues.
–¿Qué haré, Señor? –Pablo ya mostraba otro respeto en su trato.
–Levántate, ve a Damasco, y allí se te dirá todo lo que tienes que hacer. O sea, instrucciones más que claras.
Pablo asegura haber visto a Jesús resucitado (Corintios I, 9: “¿No soy un apóstol? ¿No he visto a Jesús Señor nuestro?”). Y la visión debe haber sido fuerte de verdad, porque Pablo quedó temporalmente ciego a causa del encuentro con la aparición, por lo cual sus acompañantes tuvieron que guiarlo hasta la ciudad (Hechos, 22). ¡Ah! Los que viajaban con Pablo vieron la luz, pero no escucharon a Jesús hablar.
Fuera ya de los libros sagrados, hay episodios históricos más que conocidos en los que personajes trascendentes de la historia han manifestado tener encuentros directos con el Altísimo…
Constantino, el emperador romano que impuso el cristianismo como religión en Roma, también tuvo su encuentro íntimo con el Todopoderoso; al menos, así lo interpretó él mismo. En el año 312, antes de la batalla de Puente Livio contra su rival Majencio, Constantino tuvo una “visión-revelación” que le aseguró que su ejército lograría la victoria sobre sus adversarios si sustituía las águilas imperiales de su insignia por el símbolo de la cruz, reconociendo así oficialmente la nueva religión. Constantino vio una enorme cruz luminosa en el cielo, junto con unas palabras escritas en griego (Constantino entendía bien el griego, por suerte) que decían “con este signo vencerás”. En este caso la comunicación fue más por imágenes que verbal, parece. Constantino, obediente, hizo caso. Ganó, y cristianismo para todos.
En el año 387, Agustín de Hipona (luego, san Agustín), estaba bastante inquieto, disgustado consigo mismo y con Dios a quien, en su impotencia, le protestaba. Se tiró debajo de una higuera a protestar más cómodo, y es entonces que Agustín confiesa que finalmente escuchó la voz de Dios contestándole: “Toma y lee, toma y lee”.
No le aclaró concretamente qué leer pero se ve que Agustín alguna idea ya tenía, ya que a partir de ahí el tipo se convirtió. Agustín dijo que la voz que escuchó parecía la de un niño, pero como vio que no había nadie cerca y sus vecinos no estaban, seguro que era Dios; como todos sabemos, Dios puede hacer la voz que se le antoje (atributos del jefe supremo).
No sólo las divinidades cristianas se dignaban acercarse a los mortales. Mahoma, otro personaje trascendente en la historia religiosa, en este caso en otro monoteísmo (el islam), también ha tenido intercambios comunicacionales con la divinidad inescrutable. En este caso los encuentros también incluían la presencia de una especie de delegado, en este caso el arcángel Gabriel.
Hacia el año 610, en una de las meditaciones solitarias que hacía con frecuencia en las cuevas cercanas a La Meca, Mahoma comenzó a tener visiones y a escuchar revelaciones. Según dice la tradición del islam, se le apareció el arcángel Gabriel, le mostró un libro y le ordenó leerlo. El relato islámico dice que Mahoma se resistió varias veces con el argumento de que no sabía leer, lo cual era cierto. Pero el ángel insistió y finalmente Mahoma pudo leer sin dificultad. Así, Dios le reveló a Mahoma su incomparable grandeza, la bajeza de los mortales en general y de los habitantes de La Meca en particular (luego, durante toda su vida, Mahoma se haría eco de esas palabras y criticaría con frecuencia las estructuras sociales y la decadente moralidad de los habitantes de La Meca).
Durante algún tiempo, Mahoma sólo habló de esas revelaciones a los miembros de su entorno inmediato pero, como siempre ocurre, la voz corre y la gente se va enterando y acoplando. Al cabo de tres años, Mahoma empezó a predicar públicamente su mensaje monoteísta.
En los años siguientes Mahoma tuvo muchas más revelaciones, muchas de las cuales terminarían constituyendo el contenido del Corán.
La Virgen María, que es considerada una entidad divina, también ha sido portadora de mensajes a los humanos. En Lourdes (Francia), entre febrero y julio de 1858, la Virgen parece que tuvo varios encuentros (dieciocho, se dice) con Bernadette, una jovencita analfabeta de 14 años. El relato de la joven decía que se le aparecía una señora joven, vestida de blanco con una cinta de color azul a la cintura, con las manos juntas en actitud de oración, con un rosario, un velo blanco y una rosa en cada pie. La niña decía que hablaba con la señora en gascón, un dialecto de la zona.
La señora fue dándole mensajes en los encuentros: que tenían que rezar mucho para expiar los pecados, que debían vivir en la pobreza y que construyeran allí una capilla para que la gente peregrinara hacia allí.
En Fátima (Portugal), en Cova da Iria, se da por aceptado que tres niños pastores (Lucía, de 10 años, y sus primos Francisco, de 9 y Jacinta, de 6) tuvieron un encuentro con la Virgen María. El 13 de mayo de 1917 Lucía relató haber visto, sobre una encina, una imagen brillante de una mujer vestida de blanco, con un manto con bordes dorados y un rosario en las manos. La aparición les pidió que volvieran cada mes durante seis meses y que rezaran el rosario.
Palabras más, palabras menos, parece que el diálogo, iniciado por la Virgen fue así:
–No tengan miedo, no les voy a hacer daño.
–¿De dónde eres?
–Soy del Cielo.
–¿Y qué quieres?
–Vine a pedirles que vengan aquí, seis meses seguidos, el día 13 a esta misma hora. Después les diré quién soy y lo que quiero, y volveré aquí una séptima vez.
Extrañamente, Lucía (10 años, recordemos) decide hacer preguntas difíciles:
–¿Podrías decirme si la guerra (se refería a la Primera Guerra Mundial, que estaba en curso) aún durará mucho tiempo?
–No te lo puedo decir aún, mientras no te diga también lo que quiero decirles.
Lucía pasó a preguntas personales y le preguntó si ella, Francisco y Jacinta iban a ir al cielo. La Virgen contestó que sí, aunque en el caso de Francisco recomendó que rezara más.
Lucía preguntó por otras personas conocidas, hasta que la Virgen se despachó con una pregunta bastante fuerte:
–¿Aceptan ofrecerse a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él les envíe, como reparación por los pecados con los que Él es ofendido y para convertir a los pecadores?
Los niños contestaron que sí, que aceptaban.
–Sepan que sufrirán, pero en la gracia de Dios tendrán su consuelo.
Al decir eso la Virgen abrió las manos, de las que salió una intensa luz que, al decir de los niños, penetró en sus pechos llegando hasta sus almas. Ese impulso los hizo poner de rodillas, repitiendo para sí mismos cuánto amaban a Dios.
La Virgen les dijo, como mensaje final de este primer encuentro: “recen el rosario todos los días, sólo así se podrá alcanzar la paz para el mundo y el fin de la guerra.”
En el segundo encuentro la Virgen les pide que aprendan a leer y les anticipa que se llevará “en breve” a Francisco y a Jacinta (fue verdad, ya que Francisco murió cuando tenía sólo 11 años de edad y Jacinta falleció cuando tenía 9), pero le dice a Lucía que “tú quedarás aquí algún tiempo más; Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar”. En el tercer encuentro los niños le preguntan quién es, y la Virgen les dice que en octubre les dirá quién es, qué es lo que quiere y que hará un milagro para que le crean. En el cuarto y en el quinto encuentro los niños le piden que cure algunos enfermos (en fin, ya que somos amigos…). En el sexto, la Virgen les dice que es la Señora del Rosario y les pide que construyan una capilla en su honor.
Cuatro años después, Lucía recibe un último mensaje: “Aquí estoy por séptima vez, sigue el camino por donde el señor obispo te quiere llevar, esa es la voluntad de Dios.”
Acerca de los “mensajes de la Virgen de Fátima” hay todo un mito. Lucía (luego la hermana Lucía, ya que se hizo monja y falleció a los 95 años de edad) le transmitió el mensaje al papa Pío XII, de quien se dice que tembló afligido al recibirlo y que no lo dio a conocer. El mensaje también fue leído por el papa Juan XXIII, quien habría tenido una reacción similar, aparentemente porque consideraban que al ser revelado produciría caos y desesperación en la humanidad. Como parte de la incertidumbre al respecto, Benedicto XVI dijo que ese mensaje no se ha dado ni se dará a conocer.
En algunos casos, espíritus habitantes del más allá deciden acercarse a mortales que han conocido en su paso por la vida. Los casos son innumerables y no es propósito de estas líneas incursionar en el espiritismo, pero vale mencionar este conocido episodio: en 2013 el presidente de Venezuela Nicolás Maduro dijo públicamente que su antecesor y referente Hugo Chávez se le apareció en forma de “pajarito chiquitico” en el comienzo de una campaña presidencial. El curioso encuentro tuvo lugar en el patio de la casa natal de Chávez.
“De repente entró un pajarito, chiquitico, y me dio tres vueltas acá arriba, se paró en una viga de madera y empezó a silbar, un silbido bonito. Me lo quedé viendo: ‘Si tú silbas yo silbo’, y silbé. El pajarito me miró raro, silbó un ratico, me dio una vuelta y se fue y yo sentí el espíritu de él” (de Chávez). “Lo sentí ahí como dándonos una bendición, diciéndonos: ‘hoy arranca la batalla. Vayan a la victoria’. Así lo sentí yo desde mi alma”.
En este caso hay ligeras diferencias, ya que el mismo Maduro dice que el ave se comunicó por medio de silbidos, por lo cual lo interesante del caso pasa a ser la repentina capacidad desarrollada por el mandatario para traducir los sonidos del reencarnado-volador al idioma español.
Los contenidos de los libros sagrados en los que se describen como verdaderos e incuestionables los diálogos e intercambios entre el Supremo y la población de a pie son enseñados en millones de escuelas y universidades, y en algunos casos se exige que sólo sean explicados e interpretados por personas exclusivamente consagradas a ello.
El 55% de la población mundial actual profesa el cristianismo, el islamismo o el judaísmo.