Svalbard es un páramo fascinante, una desolación emotiva, una belleza despojada, que no deja indiferente a quien lo conoce. Habiendo reflejado ya algunos aspectos de su actualidad (ver “Svalbard: tips de un lugar diferente a todo”), vale la pena hacer un breve recorrido por su historia.
En el siglo XV Europa entró en un período de prosperidad. Habían quedado atrás épocas de guerras sangrientas, plagas y pandemias. Las poblaciones crecían y la gente comenzaba a trasladarse cada vez más, no sólo entre ciudades sino hacia otros países y regiones, incluso hacia otros continentes; buscaban desarrollar productos vendibles y oportunidades para la comercialización de los mismos.
La isla principal del hoy llamado archipiélago Svalbard, fue descubierta por el navegante y explorador neerlandés Willem Barents (también se lo encuentra como Barentsz, Barens o Barenz) en 1596, quien la bautizó con el nombre de Spitsbergen (o Spitzbergen), que significa “montañas afiladas” en neerlandés.
El contexto de crecimiento económico de Europa propició el escenario para la caza de ballenas en Svalbard. Por entonces españoles y portugueses dominaban los mares, pero otros países comenzaron a lanzarse al mar a competir con las potencias dominantes. Así, Inglaterra, Francia y Holanda empezaron a disputar el monopolio del mar a España y Portugal y a incursionar en los mismos mercados, y la exploración de los mares del norte (el Océano Ártico) fue cada vez más frecuente.
Aún en las tierras áridas y mayormente estériles de Svalbard (nombre que empezaría a usarse recién en 1920, ya que hasta entonces se llamaba Spitsbergen a todo el grupo de islas) el hombre buscó (y logró) explotar sus recursos naturales.
Al descubrir el archipiélago se hizo evidente la abundancia de ballenas, morsas y focas en esos mares, al mismo tiempo que aumentaba en Europa la demanda de productos derivados de esos mamíferos, sobre todo el aceite. Los países exploradores de los mares pusieron el ojo en esos recursos y comenzaron a desarrollar el arte de la caza de las ballenas y los mamíferos marinos; 1612 marca el comienzo de la caza sistemática de ballenas en Svalbard, que se transformó en tendencia predominante. Esa intensiva explotación obtuvo aceite de la grasa de las ballenas francas, luego encontró beneficios de los colmillos y la grasa de las morsas, y más tarde del comercio de la piel del zorro ártico.
Hacia el siglo XVII la caza de ballenas aumentó dramáticamente; la mayoría de los países europeos tenían flotas de barcos balleneros y su territorio de caza se extendió hasta Groenlandia y más al norte adentrándose en el mar Ártico. Además, los barcos balleneros se fueron modernizando y empezaron a procesar la grasa de ballena en el mismo barco, transformándola en aceite y almacenándola en toneles a bordo. Eso hizo que las estaciones y puestos balleneros de Svalbard fueran cada vez menos utilizados, quedando como refugios para emergencias.
En el siglo XVIII comenzaron a ganar espacio los Pomors (colonos rusos que provenían de la zona del Mar Blanco y el Mar de Barents). Pedro el Grande (zar de Rusia a fines del siglo XVII) fue el principal impulsor de la caza y las actividades comerciales de los Pomors en el Ártico. Así, a mediados del siglo XVIII, los Pomors rusos eran dominantes en la caza y comercio de las ballenas del norte.
Como podía esperarse, la abundancia de ballenas no podía durar para siempre y hacia fines del siglo XVIII la cantidad de ballenas ya estaba cerca de agotarse. Décadas de caza sin límites llevaron casi a la extinción de las ballenas; los barcos balleneros volvían vacíos y así se redujo mucho la aventura de la caza indiscriminada.
Había que buscar otra cosa, y así empezó la caza de las morsas, que se llevó a cabo tanto en tierra firme como en el hielo. La piel de las morsas es muy gruesa y eso hacía que fuera difícil matarlas; las armas de fuego de la época no eran suficientemente idóneas para matar morsas, además había que golpearlas en la frente o en la sien y atacarlas entre varios cazadores con lanzas y arpones repetidamente.
Hacia fines del siglo XVIII, con los Pomors ya instalados como referencia central del comercio en el Ártico, las autoridades dinamarquesas y noruegas incentivaban a quienes se embarcaran hacia el norte para cazar. A esta altura, las morsas (por su grasa y sus colmillos) y las focas ya eran el principal objetivo de caza, la competencia era feroz y los precios de los productos obtenidos… bajaban.
Entonces buscaron (y descubrieron) otros recursos, pero en este caso no en las aguas del Ártico…
Hace millones de años, plantas y cadáveres de animales fueron cubriéndose de arena y lodo antes de descomponerse. Enormes pantanos de turba se fueron carbonizando y transformando lentamente en “energía fósil”, que fue acercándose cada vez más a la superficie conformando depósitos de carbón (principalmente), petróleo y gas.
En la segunda mitad del siglo XIX se generó un “rush” minero en el norte de Noruega que empezó a mirar hacia Svalbard (el archipiélago todavía se llamaba Spitsbergen), que tenía carbón de sobra. El aumento de las expediciones polares y el mayor conocimiento sobre los recursos de Svalbard generó interés en aventureros y emprendedores, y así fue como en la segunda mitad del siglo se registraron más de cien reclamos de propiedad sobre las tierras del archipiélago. Es más: la suma de todos los reclamos sobre tierras en Svalbard arrojaba una cantidad de tierra mayor a la superficie total del archipiélago.
Así, el archipiélago fue dividido (parcelado, más bien) entre diversos intereses privados. No había reglas claras establecidas acerca de cómo debían ocuparse las tierras en Svalbard. Fueron muchas las disputas judiciales (que se llevaban a cabo en Tromsø, ciudad portuaria en Noruega continental), principalmente entre quienes reclamaban tierras como propias bajo diferentes argumentos y entre empresas que pretendían desarrollar la minería en Svalbard. Los reclamantes provenían de muchos países diferentes; algunos eran idóneos y conocedores de la industria minera, otros, aventureros y oportunistas. Hubo quienes habiendo obtenido tierras las vendían rápidamente a alto precio a otros interesados; los pícaros de siempre que hicieron sus negocios rápidos y fáciles (el clásico “toco y me voy”).
Esta sucesión de hechos hacía necesario que se instalara una administración política y judicial de Svalbard. Eso fue lo que ocurrió, y así la explotación del carbón fue profesionalizándose y decantándose hacia quienes tenían real capacidad y experienca en ese rubro.
En el verano de 1900, emprendedores de Trondheim (Noruega) comenzaron a administrar la zona carbonífera principal de Spitsbergen (la isla más importante del archipiélago). Su estructura era acotada y, ante las grandes posibilidades de desarrollo a la vista, comenzaron a buscar inversores para asociarse. Así, en 1905 se asociaron con un grupo de inversores norteamericanos encabezados por John Munro Longyear, formando la Arctic Coal Company (ACC), que desarrolló rápida y eficientemente la minería en la ciudad principal de la isla, que pasó a llamarse Longyear City, nombre que derivó en Longyearbyen (en noruego, “byen” significa “ciudad”), nombre actual de la ciudad capital del archipiélago.
Así comenzó el llamado “período americano”, en el que grandes inversiones generaron el desarrollo de la comunidad, sustentado en la explotación de las minas de carbón. Los administradores eran norteamericanos e ingleses, y los trabajadores, provenientes mayormente de Noruega y Suecia, llegaban en primavera a Longyearbyen contratados por un año. Como podía esperarse, creció el descontento entre los trabajadores en relación a las condiciones laborales y de subsistencia que afrontaban: vivían en barracas sobrepobladas (hasta 60 personas dormían en un galpón no muy grande), con escasez de provisión de agua y comida. Las protestas de los trabajadores, sin embargo, no llegaban a ser extremas, ya que los salarios eran bastante mejores que los que se pagaban por trabajos similares en el continente. Finalmente, en lo que hace a la distribución de las áreas ricas en carbón, los norteamericanos se instalaron en Longyearbyen y sus áreas circundantes, los suecos en Svea, los rusos en Grumant y los holandeses en Barentsburg (luego serían desplazados por los rusos, quienes se instalarían en ese lugar).
En 1916 la mencionada empresa norteamericana ACC fue vendida a la empresa noruega Store Norske Spitsbergen Kullkompani (SNSK). En 1920, el Svalbard Treaty (Tratado de Svalbard) establece definitivamente la soberanía del reino de Noruega sobre Svalbard, tomando Noruega toma la administración completa de Svalbard en 1925. Según el Tratado, los ciudadanos de cualquier país tienen derecho a explotar los depósitos minerales y otros recursos naturales “en pie de absoluta igualdad”. Esto no tuvo mucho efecto sobre la situación en Longyearbyen, que a esta altura ya funcionaba casi como una “ciudad-empresa” de SNSK.
Como ejemplo de la apertura a la llegada de gente de todo el mundo, en tiempos de la Unión Soviética, la URSS construyó, sin impedimento alguno por parte de Noruega, la ciudad de Pyramiden, en la que buscó desarrollar una “comunidad modelo” haciendo énfasis en el deporte y la cultura; el proyecto fue desactivado en 1998, varios años después de la caída de la URSS, lo que hizo que la ciudad quedara abandonada, transformándose en una ciudad fantasma con sus casas, calles y edificios completamente vacíos y el solitario busto de Lenin contemplando la ciudad inerte.
Las demandas de desarrollo y modernización crecieron a lo largo del siglo XX y las autoridades noruegas iniciaron una participación mucho más notoria y activa en la política de Svalbard, apuntando a que Longyearbyen se desarrollara como una comunidad familiar más parecida a las otras ciudades noruegas.
La apertura del aeropuerto en 1974 terminó con el relativo (y no tan relativo) aislamiento del archipiélago, y en 1976 el gobierno noruego compró las acciones de SNSK, involucrándose definitivamente en el desarrollo de la comunidad de Longyearbyen.
La explotación del carbón ha sido históricamente (y lo sigue siendo) el recurso más importante de Svalbard y la principal fuente de trabajo y de ingresos económicos para el archipiélago.
Hoy, a la industria del carbón se le agregan el turismo y la investigación científica como rubros de desarrollo en Svalbard, un lugar alucinante.