Las Corridas de Toros así como existieron en todos los países de la América Española y Portuguesa. Perdieron interés, en la Argentina, el Brasil, y el Uruguay que tuvo un afición importante.
Si, persisten en el Perú, en Ecuador, en Colombia, México y algunos países centroamericanos.
Durante el siglo 17 y 18 se realizaban las corridas en la Plaza Mayor, rodeado de carretas y barreras de madera. Con el tiempo se realizaron andamios y verdaderas graderías que se alquilaban al público.
Cuando Garay fundo la ciudad, estableció los límites de la traza, o sea, el perímetro que encierra las manzanas habitables. También estableció el ejido, que era el espacio de tierra que rodeaba la traza, y la separaba de las quintas, destinado para el uso común del pueblo. Parte de este terreno fue cedido en 1692 por el gobernador Robles al vecino Miguel de Riglos, en una jugarreta para burlar la prohibición que pendía sobre los gobernadores para adquirir tierras en el territorio que gobernaban. Este terreno cedido constituía la mitad de la actual Plaza San Martín.
Hacia el final de su gobierno Robles edificó una gran casa en el terreno de su amigo Riglos. Bautizó a la casa con el nombre de El Retiro. Habitó en ella hasta que se fue a España en 1704. La casa quedó para Riglos quien la alquiló a la Compañía de Guinea, encargada de traficar esclavos negros en ese territorio, la casa la utilizaban para alojar a los esclavos mientras se recuperaban del terrible viaje desde su África natal.
En 1706 la compañía se fue a otro lugar. Pero en 1718 la casa fue vendida a la Compañía inglesa del Mar del Sur, quien remplazó a la compañía francesa en la trata de esclavos. Este fue el comienzo de la magnífica Plaza San Martín, en esos tiempos el terreno era descampado, con algunos árboles, y con la misma barranca. El terreno de la plaza paso a manos del gobierno cuando los ingleses fueron echados de la región, menos la barranca que era propiedad privada.
En 1791 El Virrey Arredondo inaugura la Plaza de Toros de Monserrat, en uno de los huecos de Monserrat donde se apostaban los carros y los arres de mulas, hoy 9 de Julio y Belgrano, hecha por el maestro mayor de carpinterìa Raimundo Mariño, con capacidad para unas 2000 personas.
Debido a las quejas de los vecinos el Virrey Marqués de Avilés encomienda a Martín Boneos, la construcción de una nueva en las afueras de la población, en el llamado Barrio Recio del Retiro.
Boneo realiza un plano para una Plaza que dedica al Virrey con doble galería de palcos y gradas de madera. Con una barrera fuerte y varios burladeros.
En la Plaza del Retiro supo torear Juan Lavalle.
Los jinetes iban vestidos como gauchos entre los toreros con trajes de luces. Como muestran algunas de las pinturas de Essex Vidal.
Los animales muertos eran enlazados por los jinetes y extraídos del ruedo, este acto del enlace se solía aclamar tanto al jinete como al caballo. Hasta 1802 en que el virrey Cisneros dispuso de un arrastre más vistoso, con mulillas como se hace tradicionalmente.
En 1819 el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Eustaquio Díaz Vélez las suspende e indica la demolición de la Plaza alegando una amenaza para los espectadores debido al mal estado en que se encontraba.
Los ingleses atacaron Buenos Aires, al mando del General Auchmuty el 5 de julio de 1807 por la calles Santa Rosa y Santo Tomás tratando de eludir el fortín en que se había transformado el coso taurino.
Juan Manuel Beruti recuerda en sus memorias que el 12 de enero de 1817, se realizó una corrida en la que participaron los nuevos miembros del Cabildo, con la presencia de un general y once oficiales de graduación que pertenecieron al ejército de Napoleón Bonaparte. Beruti cuenta que aquella tarde un toro saltó la barrera y se paseó por las gradas, cosa que ocurrìa por primera vez en dicha Plaza.
Las corridas se realizaron hasta enero de 1819, la última el día 10, en la que Díaz Vélez las suprimió, e hizo demoler la Plaza y utilizar los ladrillos para diversos carteles que se realizaban en el Retiro.
Las corridas de toros se continuaban realizando clandestinamente, hasta el día 4 de enero de 1822 en que Martín Rodríguez, dicta un decreto, prohibiendo las corridas en la provincia sin permiso especial del jefe de policía y sin que los toros fueran descornados previamente.
Emeric Essex Vidal (1791-1861) de una familia de marinos ingleses viajó al Rio de la Plata entre 1816 y 1818, era un pintor de acuarelas. Pintò en esa estada màs de 5 entre paisajes y costumbres de Buenos Aires y Montevideo, con el cual realizó un libro de su viaje acompañado de comentarios.
En esto mismos terrenos se edificó años más tarde la Plaza de Toros, de forma poligonal y con capacidad para 10.000 personas. Cuando se produjo en 1806 la Primera invasión inglesa, las tropas de la Reconquista (bajo el mando de Santiago de Liniers llegaron hasta aquí procedentes de Tigre.
Ochenta años después, en el espacio abierto de El Retiro se edificò la segunda Plaza de Toros de la ciudad, en la prolongación de las calles Santa Fe y M. T. de Alvear, entre Florida y Maipú. Esta era mucho más espectacular que la creada anteriormente en la Plaza Montserrat. Fue inaugurada el 14 de octubre de 1801. Podía albergar a más de diez mil personas. Era de forma octogonal y estilo morisco con ladrillos a la vista. Esta plaza de toros fue escenario de una valiente defensa por parte de las tropas españolas cuando los ingleses las asediaron durante horas en 1807. Las corridas de toros siguieron hasta 1819, año en que el gobernador de Buenos Aires ordena que se tire abajo la Plaza de Toros.
Las vaquillas hasta la actualidad se torean, si así se puede decir, aún se realizan en corrales, para aquellos interesados y amigos.
Toros en Uruguay
La primera plaza de toros en Uruguay se construyó en el año 1776, en Montevideo, en un terreno existente en la manzana delimitada por las calles Santo Tomás, San Carlos, San José y San Diego ( actuales Maciel, Sarandí, Guaraní y Washington ), con frente a la última de las referidas vías de circulación. Se realizaron corridas con una considerable concurrencia de público durante unos cuatro años, algunas de ellas a beneficio del Hospital de San José y la Caridad – que aún carecía de su capilla y sede definitiva y para el mejoramiento de las calles, carentes de pavimento.
En el año 1790, al plantearse la necesidad de fondos para la construcción de una nueva sede para la Iglesia Matriz, el Cabildo resolvió restablecer las corridas de toros con dicha finalidad. Habiendo desaparecido la precaria infraestructura original, se construyó una nueva plaza, obra de mínima envergadura pero de gran éxito que funcionó durante cuatro años.
Durante la dominación portuguesa, en el año 1823 se reanudaron los espectáculos taurinos. La propia Plaza Matriz, acondicionada a tales efectos, sirvió de ámbito físico, instalándose las autoridades en el piso superior del Cabildo y Reales Cárceles a fin de presenciar apropiadamente la acción.
Finalizado el dominio español subsiste el interés de un sector de la población por este tipo de atracción, estableciéndose en el año 1835 una plaza en el lugar actualmente ocupado por el Mercado de la Abundancia calles San José y Yaguarón -aún sin urbanizar- a cargo de la empresa Sierra y Anaya.
El establecimiento funcionó hasta el año 1842.
El estadio taurino más grande con que contó la capital -y nuestro país- se inició en el año 1852, una vez normalizada la vida institucional a partir de la Paz de Octubre, establecida el año anterior. Denominado ” La Unión “, estuvo ubicado en el lugar delimitado por las calles Purificación, Odense, Trípoli y Pamplona. Fue un intento de contrarrestar la decadencia de la ex Villa Restauración, que tanto auge había tenido durante el desrrollo del conflicto bélico como centro político, administrativo, religioso y cultural de las fuerzas sitiadoras.
Fue proyectada por el arquitecto Francisco Xavier de Garmendia, más conocido por su adaptación de los planos originales del arquitecto Carlos Zucchi para el Teatro Solís, así como su participación en la dirección de las obras del mismo.
Arquitectónicamente presentaba una planta de forma circular, de unos cien metros de diámetro, con una serie de gradas concéntricas con capacidad para unos 12.000 espectadores.
Desde mediados del siglo pasado empiezan a ser cada vez más frecuentes los alegatos contrarios a este sangriento espectáculo, relativamente de poco arraigo en la masa popular, al contrario de lo que ocurría en otro países hispanoamericanos como México y Perú.
Juan Carlos Gómez, director de ” El Nacional “, ante el grave accidente sufrido en 1857 por un torero a causa de una cogida escribió el 8 de junio: ” El sacrificio en las astas de un toro es un suicidio … Las corridas de toros habían dejado ya de estar en nuestras costumbres. El pueblo las había olvidado y buscaba los placeres en los teatros, de los circos y otros pasatiempos educadores e inocentes “.
No obstante el paulatino rechazo de la opinión pública, que significara el cese de la Plaza de la Unión a fines del siglo XIX, el ” Sindicato del Real de San Carlos ” inicia a principios de este siglo un importante complejo turístico, el que incluía un estadio taurino. La Plaza de Toros del Real de San Carlos, con capacidad para 8.000 espectadores, se inició en el año 1908, inaugurándose el 9 de enero de 1910. Fue realizado por el arquitecto José Marcovich, residente en Buenos Aires, en donde realizó obra arquitectónica en sociedad con los arquitectos Dupuy y Dobranik.
Presenta una planta circular y una envolvente cuyo dispositivo formal recuerda, con sus arcos de herradura en forma de circunferencia de más de 180º con su centro más arriba de la línea de arranque, a la arquitectura mudéjar, modalidad ibérica resultante de la confluencia de manifestaciones musulmanes con expresiones occidentales propias de la tradición española. La idea de la construcción de un complejo turístico,correspondió al millonario argentino
Nicolás Mianovich quién mandó construir a cuatro kilómetros de la ciudad el mismo, compuesto, además, por un hotel, un frontón de pelota vasca, un muelle y otros servicios complementarios. Este complejo estuvo ligado a la captación de visitantes de la otra orilla del Plata, para lo cual el estadio taurino se constituyó en un importante polo de atracción, máxime cuando el gobierno argentino había adoptado una posición contraria al desarrollo de este tipo de espectáculos.
Pero la plaza sólo llegó a funcionar durante dos años, realizándose la última corrida en febrero de 1912. Durante la segunda presidencia de José Batlle y Ordoñez se sancionó una ley por la que se prohibieron este tipo de espectáculos en todo el país.
Cada fin de semana la fiesta taurina atraía a 8.000 porteños y montevideanos que bajaban del barco a apenas 5 cuadras de la plaza.
Una vez clausurado el estadio taurino, el Frontón, el Hotel Casino, el muelle y el balneario continuaron funcionando durante algunos años más; el hotel durante 25 años para luego cerrar definitivamente.
Desde la prohibición definitiva de las corridas de toros, la plaza, de una magnitud impresionante, máxime si se tiene en consideración que en el momento de la inauguración podía instalar a prácticamente toda la población de Colonia – ha quedado abandonada.
Mihanovich había adquirido las 80 manzanas de terreno que conformaban el complejo turístico a 450 pesos a principios de siglo.
La Intendencia de Colonia cedió la totalidad del viejo complejo Mihanovich a la Universidad del Cono Sur – hija adoptiva de la prestigiosa Universidad de Valencia, con la condición de reciclar esta importante zona.
El 6 de enero de 1900 debutó el plantel itinerante de la Asociación de Niñas Toreras, con sede en España, retornando a mediados de marzo a España luego de fracasar rotundamente, comprobando el público que de niñas ya no tenían nada, y menos aún de toreras. Actuaron en la Plaza del Campo Eúskaro, a los fondos del Arroyo Miguelete.
Una plaza de toros que tuvo su cuarto de hora fue la que mandó construir Don Ramón Tabárez en sus dominios cerrenses. Sus inicios son imprecisos, pero pueden situarse a comienzos de siglo desarrollándose actividad hasta febrero de 1927.
Ubicada en la manzana comprendida por las calles Japón, EE.UU, Patagonia y Filipinas. Lució el sevillano José Gómez Ortega ( “Gallito” ) el 29/ 2/ 1920.
El carpintero andaluz don Manuel Cortada y Curiel construyó la plaza de tablones provista de los indispensables requisitos, incluído palco oficial y garderías capaces de contener centenares de asistentes.
Tenemos referencias de la solicitud presentada a la Junta Económica de la ciudad de Salto por la Compañía de Toreros que capeaba en Concordia, para establecer en esa ciudad su plaza de Toros, haciéndose las corridas con toros embolados y suprimiéndose los picadores a caballo.
Desconocemos si se realizaron o no dichas actividades.
Recogemos una anécdota referida por Juan Carlos Urta Melián en su columna “El Desván” en el Suplemento de los domingos de ” El País ” del 7 de setiembre del presente año:
La situación es la siguiente: ante la faena de un gran torero los aficionados deliran en frenéticos ” olés “, cuando de pronto el matador resulta enganchado por el toro, transformándose la fiesta en un trance de angustiosa expectativa
Es entonces cuando, destacándose en el silencio que ha invadido la Plaza, se oye un ” Olé “, aislado pero vibrante, y al ser increpado el supuesto irresponsable por su actitud, éste, serenemante, contesta con una lógica contundente: “señores, ustedes son partidarios del torero, ¿no es cierto? … pues yo soy partidario del toro “.
Joaquin Sanz (Punteret), matador de toros
Espada modesto, Joaquín Sanz Almenar (Punteret) nació en Játiva (Valencia), el 10 de octubre de 1853. Se presentó en Madrid como novillero, cuando contaba veintiséis años, y tomó la alternativa en Sevilla, a los treinta y tres años, de manos de Luis Mazzantini. Terminada la temporada de 1886, viajó a Montevideo, donde obtiene grandes éxitos. Retorna a España, donde apenas torea. En 1888 vuelve a Uruguay, y allí cae herido mortalmente. El periódico recogió así la cogida y muerte de Punteret.
La Muerte de Punteret.
En la corrida de toros verificada en Montevideo el día 26 de Febrero del año actual, ocurrió la horrible desgracia (…). no resistimos á los deseos de insertar varios párrafos de un admirable artículo publicado en el importante diario La Razón, de Montevideo, correspondiente al 25 de Marzo, artículo firmado con el seudónimo Sansón Carrasco, bajo el cual se encubre un literato uruguayo, D. Daniel Muñoz, notable por muchos conceptos.
El fragmento en cuestión se halla en un trabajo titulado Una ley por una cornada, escrito magistral en el cual su autor defiende las corridas de toros con incontrovertible lógica y brillantísima argumentación, contra los diputados de Montevideo que, impresionados por la muerte de Punteret, habìan pedido la abolición del espectáculo.
El día 26 de Febrero del año de gracia que corre, el toro Cocinero, de la ganadería de D. Felipe Víctoria, y tercero de la tarde, diò una cornada al primer espada de la cuadrilla Joaquín Sanz, alias Punteret, a consecuencia de la cual murió el diestro dos días después, víctima de una peritonitis segúnalgunos, de tétano según otros, pero indiscutiblemente de resultados de lo que el cuerno hizo, ó más bien dicho, deshizo en el cuerpo del matador.
El accidente de Punteret fue casi un suicidio, como lo sería el abocarse a la sien una pistola cargada, aun sin ánimo de disparar el tiro. Basta entender medianamente lo que es el toreo, para darse cuenta de que aquello, con ajuste a las reglas del arte, no debió suceder. El matador se ensartó en el cuerno, como se estrella un albañil contra el suelo al pisar un andamio flojo.
Salió tan alegre Cocinero y con tantos pies del chiquero, que al Serranito se le hizo bueno para saltarlo de garrocha.
Dos veces lo citó en los medios, y otras tantas se arrancó el toro con tanta voluntad, que parecía iba a estrellarse en las
barreras, pero no bien el chulo armaba la percha para dar el salto, el animal se plantaba sobre las cuatro patas, y enseguida embestía los zancos al banderillero, que libró el pellejo gracias a ser ligero como un gamo y saltador como una langosta, Punteret, quien deseoso de recoger algunas palmas de la cosecha, decidió poner banderillas sentado. Le arrebató a Pepete el par con que ya alegraba al toro, pidió una silla cuyo respaldar se descalabró al cogerla, y la colocó tan malamente que se puso dentro de la jurisdicción del toro, es decir, dentro del radio en que el animal engendra la carrera y no da por consiguiente tiempo a hacer el cambio.
Para todos los entendidos en la manera cómo se producen las suertes, era evidente que Punteret sería cogido en cuanto
el toro hiciese por él.
No hubo más que ver. El torero quedó tendido a lo largo como cuerpo muerto, y el toro hubo de hacerle pedazos allí
mismo, pues se revolvió con furia para recargar, solo que como la silla sobresalía más del suelo que el torero caído con
el mueble la emprendió, dejando al hombre, y enseguida los chulos lo alejaron con los capotes, dando tiempo á que otros compañeros levantasen al herido.
La Plaza de Toros de Colonia
Construcción con arquitectura netamente Mora, comienza a funcionar el 9 de Enero de 1910, y en su corrida inaugural ya se muestra toda la gala de las corridas españolas. Los toreros Ricardo Torres (Bombita) y Rafael Torres (Bombita chico), de los mejores de España comienzan la fiesta taurina, con la plaza colmada por al rededdor de 10.000 espectadores. Se efectúan en total 8 corridas oficiales habiendo algunas más, hasta ser prohibidas por decreto del Gobierno de 1912.
La brisa, al pasar hoy entre sus ojivas y gradas solitarias, nos trae, sugerente, el rumor de la «Fiesta Brava».