Películas incómodas

Y esa incomodidad se traduce en su más fiel acompañante: la tensión. Para ser algo más explícito: una mezcla de agobio, malestar, aflicción, inquietud, zozobra, impotencia y unos cuantos adjetivos de la familia. Estas películas mantienen al espectador tenso y angustiado durante toda o casi toda la trama, y esa sensación es única. Ver este tipo de películas se asemeja a un ritual masoquista del que uno no quiere despegarse hasta que termine. Y no se trata de la calidad del film; esta sensación puede darse en películas muy buenas y en otras no tan logradas.

     Esa especie de hipnosis opresiva que destilan las películas “incómodas” es muy difícil de explicar. No suelen ser películas con violencia explícita aunque sí suele haber una especie de agresión latente, larvada, que el espectador intuye como destino inevitable en algún momento del camino de la historia.

     Otra característica de estas películas es que uno se imagina dentro de ellas, como en ninguna otra; imagina estar en el lugar del protagonista débil, del que la pasa mal, del que no encuentra cómo salir de la situación en la que se encuentra. Le da ideas, lo critica por tomar la decisión equivocada y piensa en qué haría si estuviera en su lugar. Es como que uno no es sólo un espectador sino que es un partícipe impotente de una situación que escapa a su control. Eso es angustia, en definitiva.

   Vale la pena hacer una breve enumeración sobre algunas de esas películas que generan un nudo en el estómago y se miran con un nerviosismo permanente.

     Funny games (Michael Haneke, 1997). Un matrimonio y su hijo pequeño llegan a su casa de verano, en un barrio exclusivo a la orilla del lago. Recién instalados, un par de jóvenes llegan “de parte de la vecina” (la pareja ha visto a los jóvenes charlando con ellos mientras llegaban a su casa) a pedir unos huevos. Estos caen al piso y se rompen, y las cosas empiezan a ir mal. Los dos jóvenes, serenos, pulcros, con tono bajo y hasta gentil, les explican, con la mayor parsimonia y delicadeza a la familia, que los tres son parte de un juego y que a la mañana siguiente estarán muertos. Lo que ocurre de ahí en adelante es pura tensión. Michael Haneke, un director famoso y hasta aséptico, entrega una película completamente diferente a su estilo habitual en la que hasta rompe la cuarta pared y destila una especie de cinismo educado que es insoportable para el espectador. Los grandes estudios norteamericanos (no se la iban a perder) contrataron a Haneke para que hiciera de nuevo la misma película pero con actores de Hollywood. Las dos versiones son buenísimas, pero hay que bancarse casi dos horas de sufrimiento.

     Eden Lake (James Watkins, 2008). Acá uno se siente angustiado desde los diez minutos. Una pareja lánguida y pacífica, típicamente británica, decide ir a acampar un fin de semana a orillas de un apartado lago. Y resulta que se topa con una pandilla de adolescentes que primero se acercan intimidantes y enseguida empiezan a molestarlos, a provocarlos, a insultarlos. Es como si Bambi y Winnie Pooh fueran a descansar al lugar donde se reúne la barra brava de Nueva Chicago. La reacción de la pareja es, primero, dispar; pero cualquier cosa que hubieran hecho habría desencadenado lo mismo: una bola creciente de hostigamiento y violencia que empeora más las cosas ante cualquier reacción. La angustia es tan grande que no termina ni siquiera cuando parece que al fin ha terminado.

     El sacrificio de un ciervo sagrado (The Killing of the Sacred Deer) (Yorgos Lanthimos, 2017). Un enigmático y maquiavélico adolescente aprovecha una relación casi inexplicable con un médico cirujano para acercarse a su familia y, literalmente, destruirla poco a poco de una manera tan perversa como insólita. Lanthimos se enfoca más en la familia que en el jovencito, y lo bien que hace, ya que el chico se las arregla solito para inquietar desde el inicio.

     Perros de paja (Straw dogs) (Sam Pekinpah, 1971). Un joven profesor se muda con su hermosa mujer a una casa en la campiña inglesa. Tiene que hacer varias refacciones en la casa, para lo cual contrata a un grupo de tipos del pueblo, que se burlan de él al principio solapadamente pero que no tardan en comenzar a ninguneralo y humillarlo, y que terminan vejando a su esposa. Durante los primeros tres cuartos de película uno siente en carne propia el sufrimiento casi en silencio del protagonista y le pide que reaccione. El final descomprime esa tensión, pero uno la pasa muy mal hasta llegar ahí.

     Speak no evil (Christian Tafdrup, 2022). Dos familias jóvenes (una danesa y otra holandesa, ambos con un hijo pequeño) se conocen en un resort de vacaciones. Después de las vacaciones, la pareja danesa invita a la otra a su casa por un fin de semana. En ese encuentro se producen situaciones incómodas entre ambas parejas, pero a pesar de eso concertan un segundo encuentro, ahora en casa de los holandeses. El clima se vuelve irrespirable y deriva en una situación en la que el espectador siente que está caminando hacia un precipicio y puede volver atrás, pero igual se queda. Los protagonistas hacen lo mismo, y cuando se quieren ir, ya es tarde. Al final hasta se sienten náuseas.

     Hay películas incómodas en las que son las relaciones de pareja las que resultan incómodas y generan tensión.

     Perversa luna de hiel (Bitter Moon) (Roman Polanski, 1992). Esta película muestra una relación de pareja perversa y cruel en la cual ambos son a su turno victimario y víctima del otro. Y lo hacen sin gritos, sin estridencias, sin discusiones, sin violencia. Sólo dañando con crueldad y sadismo. La historia es extraordinaria y es relatada por uno de los protagonistas (mejor dicho, por lo que queda de él).

     Lolita (Adrian Lyne, 1997). En esta segunda versión del clásico literario de Nabokov es imposible no ponerse en el lugar del atribulado profesor infectado de una pasión inexplicable por una púber que es el demonio en persona. Moralmente incorrecta, el descenso a los infiernos del pobre tipo se refleja en una sonrisa maliciosa de la niña mientras desliza su mano desde el muslo hasta la entrepierna del profesor. Las cosas que van ocurriendo van guiando al calentón hasta donde precisamente no debería ir, pero la sangre tira, vio. Y uno es testigo de eso mientras se inquieta y se asegura a sí mismo que nunca le ocurriría algo así.

     Ojos bien cerrados (Eyes wide shut) (Stanley Kubrick, 1999). Una pareja de clase alta neoyorquina descubre que está en crisis cuando él tiene un escarceo con otra en una fiesta y, ya en casa y luego de pedirle explicaciones, su mujer le confiesa a su vez que ha deseado a otro hombre y que lo hubiera dejado inmediatamente y sin dudarlo por ese desconocido. Él no puede soportarlo y empieza un recorrido noctámbulo de angustia existencial que lo llevará desde una drogadicta hasta una orgía en la que su vida corre peligro. El tipo no toma una sola decisión razonable, y uno se agarra la cabeza a cada rato.

     Anticristo (Antichrist) (Lars von Trier, 2009). Los primeros quince minutos son tan terribles como maravillosamente filmados. El resto es una catarsis oscura y dañina de una pareja, en una trama psicológicamente violenta entre dos personas que supuestamente se aman y se hablan en susurros. Hay un componente surrealista que hace la historia más agobiante y en la que no sólo sufren los protagonistas.

     También hay comedias que resultan muy incómodas…

     El rey de la comedia (The King of Comedy) (Martin Scorsese, 1982). Un aspirante a comediante quiere alcanzar la fama a toda costa y acosa sin miramientos ni límites a su ídolo, un actor famoso y popular, presionándolo para que lo ayude a entrar en al gran mundo del espectáculo. La película es tan divertida como perturbadora, la incomodidad del espectador está disfrazada de un rechazo visceral al protagonista y a su increíble obsesión, que no tiene límites. Parece imposible no empatizar con Robert De Niro en una película, pero es tan genial que lo logra.

     Perfectos desconocidos (Perfetti sconosciuti) (Paolo Genovese, 2016). Cuatro parejas de amigos se reúnen a cenar y proponen dejar abiertos sus teléfonos celulares para que todos puedan escuchar las llamadas que le llegan a cada uno. Todos tienen algo que ocultar y la tensión entre todos se hace indisimulable, lo que genera peleas entre ellos. Y uno imagina lo que pasaría si le ocurriera lo mismo, lo cual hace que vea nervioso todo lo que ocurre.

     El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962). Una película casi surrealista en la que los invitados a una cena de gala no pueden abandonar el lugar por razones inexplicables. La trama dice mucho más de lo que muestra; opresiva y fastidiosa, la película traslada la impotencia de los invitados al espectador.

     Borat (Larry Charles, 2006). Borat es un supuesto periodista de Kazajistán que va a EEUU para filmar un documental que muestre las costumbres del país. Las escenas son tan reales que parecen no actuadas (de hecho, muchas no lo fueron). El tipo es tan chocante en cada escena que uno se preocupa al ver cómo lleva su impertinencia y desubicación hasta el límite de lo tolerable y genera tanta incomodidad que uno se pasa toda la película preguntándose cómo puede ser que no le hayan dado una tremenda paliza al tipo en cada entrevista.

     Dramas intimistas también generan incomodidad…

     Colmillo (Dogtooth)(Yorgos Lanthimos, 2009). Una familia con tres hijos adolescentes (dos mujeres y un varón) vive en una casa apartada de la ciudad. Los hijos nunca han salido de la casa (lo tienen prohibido y les resulta imposible) y son educados por sus padres como si el mundo entero fuera sólo su casa y su jardín, sin contacto alguno con el mundo real. Irónica, surrealista, minimalista, Lanthimos obliga al espectador a no perderse un solo detalle, y cada detalle cuenta. Abrumadora película que genera indignación e incomodidad desde los cinco minutos.

     Hard candy (David Slade, 2005). Es el juego del gato y el ratón entre un acosador sexual de adolescentes y una jovencita, pero los roles están invertidos: ella es quien somete al tipo. Una especie de justiciera sin piedad envuelta en una cara bonita emplea una sucesión de torturas psicológicas en el marco de una venganza impasible que, en medio de un extraordinario duelo entre los personajes, hace que la zozobra nos mantenga inclinados hacia adelante en nuestro asiento durante casi toda la película.

     Irreversible (Gaspar Noé, 2002). Lo primero que hace incómoda a esta película es que está contada al revés: empieza por el final y la historia va retrocediendo en el tiempo hasta un comienzo idílico e inocente. Lo segundo que incomoda es que uno ya sabe lo que va a pasar, pero aún así, la prolongada escena clave es muy difícil de ver y de digerir. La escena está en el medio del relato y, como la película está contada en forma inversa, uno se pasa toda la segunda parte viendo cómo puede ser que no se haya podido evitar lo que ocurrió.

    La verdad de Soraya M. (The stoning of Soraya M.) (Cyrus Nowrasteh, 2008). Se mira con bronca contenida y dientes apretados, la locura del fundamentalismo religioso al servicio de un plan diseñado para eliminar a una persona inocente. Son increíbles las sensaciones que genera esta historia, y la escena culminante es muy (pero muy) difícil de ver. 

    Fuerza mayor (Force Majeure) (Ruben Östlund, 2014). Apenas empieza la película, una familia está de vacaciones de invierno en los Alpes cuando se produce una enorme avalancha de nieve. La madre llama a los gritos a su esposo para que la ayude a salvar a sus hijos, pero él ha huido instintivamente para salvar su vida. La avalancha se detiene y ninguno sale herido, pero el pequeño universo familiar ya se ha resquebrajado a partir de ese hecho. El padre buscará a través del diálogo y la comprensión recuperar su lugar, hay amigos que tratan de ayudar, pero algo se ha roto. Durante toda la película se escuchan los argumentos de las dos partes, y uno no sabe por quién tomar parte. Película agobiante que genera un profundo malestar y una reflexión sobre los valores personales.

     Y quedan algunas más, de diferente género…

   Il Sorpasso (Dino Risi, 1962). Comedia y drama a la vez, sátira y miserias, dolorosa parábola de la condición humana. Un tiburón y una mojarrita en el mismo auto, dando vueltas por la vida (siguiendo la ruta del tiburón, obviamente). “¡Pero cómo puede ser…!”, piensa uno mientras sufre viendo cómo uno padece el desenfreno del otro sin ponerle coto ni salirse de ahí. Y pasa lo que tiene que pasar, pero increíblemente uno no lo vio venir. Película que genera un desasosiego constante desde que se instala el dúo de personajes, la frase del final es de lo más doloroso que se ha escuchado en el cine.

     A serbian film (Sprski Film) (Srdan Spasojevic, 2010). Película inclasificable, con escenas erótico-porno-gore de lo más perversas que se pueden ver, expuestas con el pretexto de que el argumento trata sobre la filmación de una película porno cuyo protagonista no debe saber el guión, así que debe reaccionar de acuerdo a cada escena que el director (siniestro es poco) le va presentando. Desde el principio uno se siente mal; la única razón para seguir viendo esta película es esa perversión malsana que casi todos llevamos dentro. Película que no sólo genera repulsión sino que se somatiza, genera reacciones físicas al verla.

     La casa de Jack (The house that Jack built) (Lars von Trier, 2018). La incomodidad de esta película radica en que el relator de la historia es el mismo que comete cada crimen, y su relato pretende describir los mismos como obras de arte. Como siempre pasa con von Trier, maneja el relato en forma obsesiva y esa obsesión se la transmite al personaje central. La película termina con una alegoría literaria-religiosa mientras uno siente, más que angustia, ansiedad e impaciencia; es una película que uno quiere que termine pero a la vez no puede dejarla.

     Crudo (Raw) (Julia Ducournau, 2016). En un ámbito universitario hostil, una estudiante inicial, por tratar de agradar y ser aceptada, inicia una transformación que la lleva a ser adicta algo aberrante. Película que produce a la vez repugnancia por lo que muestra y lástima por quien lo padece. Sumadas las dos cosas, el resultado es una incomodidad permanente.

     Freaks (Tod Browning, 1932). Esta película, un clásico de todos los tiempos, cuenta una historia que se desarrolla en un circo ambulante que presenta en sus espectáculos a un montón de personas con deformidades, malformaciones, amputaciones, etc. Se planea un crimen y las criaturas “freaks” intervendrán de manera directa. El rechazo intuitivo y la empatía racional compiten en la mente del espectador mientras ve la película. Película fuerte por las imágenes de estos desgraciados seres y por la proyección inevitable a la que se llega al comprobar que esta película fue filmada hace más de 90 años.

     Madre! (Mother!) (Darren Aronofsky, 2017). Película que va generando a la vez agobio e incredulidad, ambos en forma creciente, hasta un punto que llega a ser tan abrumador que uno duda en seguir viéndola. Una pareja joven vive en una casa apartada; él es escritor, y empieza a recibir en su casa a un montón de personas extrañas que generan un problema tras otro. El comportamiento de él va siendo cada vez más extraño y ella cada vez está más angustiada. Se llega a un momento en el que la historia parece no tener ni pies ni cabeza; uno sigue viéndola porque es Aronofsky, pero igual es muy difícil sostenerla. Pero claro, después de quedar desconcertado uno lee por qué todo es tan insólito en la película y lo entiende, y resulta que es genial. Pero claro, el mal momento ya lo pasó.

     Midsommar (Ari Aster, 2019). Es una película extraordinaria en la que una joven pareja que está en crisis viaja con unos amigos a una alejada aldea de Suecia. Lo que ocurre ahí se convierte en una oscura pesadilla trágica. La película da miedo. Que no es lo mismo que terror, ojo. Y eso que todo se desarrolla de día y a la luz del sol, todo el tiempo hay muchas personas en escena, el director no usa primeros planos, escenas oscuras ni golpes bajos, nadie grita y no hay sangre. Aún cuando todavía no ha ocurrido nada, una magia malévola se apodera del espectador. El guión es tan inteligente que cada detalle cuenta: lo que se ve en las paredes, los animales, la ropa, el por qué de los rituales, etc. Uno empieza a sentirse raro hacia la mitad de la película, y ahí empieza a ser vulnerable a esta locura colectiva vivida con la mayor naturalidad.

       Hay más, por supuesto.

     Y seguramente hay películas que incomodan a algunos mientras que a otros no les hacen ni cosquillas.

      Pero estas… seguro que sí. Cosquillas, por lo menos.

Ultimos Artículos

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

TE PUEDE INTERESAR

    SUSCRIBITE AL
    NEWSLETTER