Admiraba a George Sand y odiaba vestir como una mujer. Con su característico pelo corto y su aspecto masculino se ganó el respeto de una sociedad decimonónica poco habituada a un espíritu libre como el suyo. Rosa Bonheur se convirtió en una de las pintoras más famosas del siglo XIX con su también poco habitual afición a retratar únicamente animales.
Marie Rosalie Bonheur nació el 16 de marzo de 1822 en Burdeos en el seno de una familia de artistas. Su padre, Raymond Bonheur, era pintor y se ganaba la vida como maestro, igual que su madre, Sophia Marquis, que era profesora de música. Rosa creció feliz junto a sus tres hermanos, la música y los pinceles que llenaban un hogar repleto de talento. Desde muy pequeña, Rosa ya disfrutaba garabateando por las paredes y por toda superficie en blanco que encontraba a su paso.
Cuando Rosa era una niña, se trasladó a vivir con su familia a París donde ella y sus hermanos continuaron perfeccionando su arte en un ambiente feliz que se vio truncado en 1833 con la muerte de su madre. Rosa acudió muy poco tiempo a la escuela y pronto se centró únicamente en su arte y en ayudar en el taller de su padre. Desde siempre, sus padres creyeron en ella e hicieron todo lo posible porque Rosa terminara siendo alguien en la vida. Mientras Raymond le dijo en cierta ocasión, “vas a convertirte en artista”, su madre, antes de morir le vaticinó: “No puedo decir qué será Rosa, pero estoy segura que no será una mujer común”. No se equivocaban.
“No aguanto a las mujeres que piden permiso para pensar. Dejen que las mujeres establezcan sus propias metas con grandes y buenas obras, y no por convenciones”. Rosa Bonheur
A medida que Rosa iba creciendo, fue definiendo su propio estilo dentro y fuera del lienzo. Se negó a vestir con los incómodos corsés de su tiempo y solo en contadas ocasiones aceptaba vestir faldas. Se cortó el peló y usaba siempre que podía pantalones y ropas masculinas que le facilitaban los movimientos. Además de aprender en el taller de su padre, los grandes maestros expuestos en el Louvre fueron su primera fuente de inspiración. Pero pronto encontró en los animales sus verdaderos modelos. Cuando su familia se trasladó a vivir a una pequeña casa a las afueras de París, Rosa disfrutó del contacto directo con la naturaleza y empezó a observar detenidamente los movimientos de los caballos, los perros, los conejos o las ovejas para después convertirlos en protagonistas de sus cuadros.
Rosa Bonheur pasaba horas observando los movimientos de los animales, los moldeaba en arcilla para estudiar su anatomía para después convertirlos en hermosas obras de arte.
Flavia Frigeri afirma que “la habilidad de Bonheur para representar animales le valió la fama. Sus elaboradas composiciones retrataban con destreza a los animales en sus entornos naturales”. Una fama que tardó en llegar. En 1841 presentó por primera vez su obra en el Salón de París pero no fue hasta años después que se consagró como pintora especializada en animales. Su obra Feria de Caballos fue la que le dio el impulso definitivo en 1853 y su reconocimiento traspasó las fronteras de su propio país.
Durante un tiempo, Rosa Bonheur vivió con otra pintora y amiga suya, Nathalie Micas, en un pequeño apartamento en el que también montaron un estudio de arte. Entre 1846 y 1860 dirigió una escuela de arte para mujeres artistas, la École Gratuite de Dessin pour les Jeunes Filles. Pero fue en el hermoso rincón de Fontainebleau, en sus extensos bosques, donde la pintora creó su más bonito refugio. El conocido como Castillo de By fue su hogar y su taller en el que vivió buena parte de su vida.
Rosa Bonheur fue la primera mujer en recibir la Gran Cruz de la Legión de Honor, reconocimiento que fue impulsado por la Emperatriz Eugenia de Montijo.
Rosa Bonheur recibió varias medallas del Salón de París y múltiples reconocimientos del mundo del arte. Pero quizás el más importante fue la Gran Cruz de la Legión de Honor francesa. Fue gracias a la emperatriz Eugenia de Montijo quien a pesar de las reticencias de su propio marido, el emperador Napoleón III, propuso otorgarle a la pintora tan alta condecoración. Y fue la propia emperatriz la que se acercó al refugio de By para entregarle personalmente la cruz.
Rosa Bonheur pasó el resto de sus días en su bonito refugio de Fontainebleau, acompañada por amigos y, sobre todo, por sus queridos animales a los que cuidaba, observaba e inmortalizaba en sus lienzos. Fue allí, en By, donde falleció el 25 de mayo de 1899.