Si hubiera… Si no hubiera… -parte I-

 El “determinismo” dice que todo fenómeno está prefijado de determinada manera por las circunstancias o condiciones en las que se produce. Debido a eso ninguno de los actos de nuestra voluntad es libre, sino que está “necesariamente preestablecido”. Sin contradecir del todo este concepto, es un cliché más que aceptado decir que “sólo hay dos cosas  ciertas en esta vida: que todos vamos a morir y que para todo hay opciones”. Hay miles y miles de situaciones que pudieron ser diferentes, miles de consecuencias que pudieron ser distintas a lo que fueron. En realidad, todo pudo ser de otra manera.

    Es un interesante ejercicio bucear en algunas circunstancias o  momentos  “bisagra” que pudieron torcer el rumbo de la historia, tanto de la “gran” historia mundial como de cuestiones referidas a diferentes ámbitos de la vida humana: el político, el religioso, el musical, el literario, el deportivo, etc. Cada uno tendrá sus propios ejemplos; acá hay un pequeño salpicado de pequeñas historias que quizá hagan que nos llevemos la palma de la mano a la frente por lo que fue o lo que pudo a haber sido…

     Por ejemplo…

     Si los hermanos Richard y Maurice McDonald no hubieran comprado ocho batidoras en un momento en el que el negocio de los restaurantes “convencionales” declinaba constantemente… McDonald’s seguramente no sería el imperio mundial que es actualmente.

     Ray Kroc era representante exclusivo de la marca de batidoras “Prince Castle Multimixer”, motivo por el cual había recorrido en su vida muchos restaurantes norteamericanos. En los años ‘50 el negocio estaba en caída y  muchos bares estaban cerrando sus puertas. Por eso, el hecho de que un pequeño local de San Bernardino (McDonald’s, por supuesto) le ordenara ocho máquinas captó su atención. Al acercarse al lugar, Ray quedó sorprendido por la eficiencia del sistema con el que se trabajaba allí y la rapidez en la atención: se concentraban en pocos productos y eso les permitía mantener la calidad en cada paso sin perder tiempo. Kroc pensó que estaba viendo un éxito comercial seguro y tuvo una inmediata visión a futuro: les propuso a los hermanos McDonald la venta de franquicias fuera de la ubicación original de la empresa (California y Arizona); concretamente, su visión era crear McDonald’s en todo el territorio de EE.UU. Los hermanos Dick y Mac no estuvieron inicialmente de acuerdo pero Kroc fue persistente, les presentó planes de desarrollo y, sin estar del todo convencidos, los hermanos firmaron un convenio con Kroc. Kroc fue mucho más allá, les jugó sucio a los hermanos y se quedó con un negocio que creció hasta transformar al Big Mac en un comodity y a McDonald’s en una marca mundial. La historia es larga y enrevesada, pero comenzó con un viajante de comercio ambicioso e inescrupuloso vendiendo batidoras a dos hermanos honestos, trabajadores y con una visión comercial limitada solamente a su entorno más cercano.

Richard y Maurice McDonald

     Si un grupo de manifestantes no hubiera doblado hacia la izquierda… no hubiera habido masacre ni Domingo Sangriento en 1972.

   El 30 de enero de 1972, en Derry, Irlanda del Norte, desafiando una prohibición gubernamental, más de diez mil personas marchan desde el barrio católico Bogside hacia el centro de la ciudad, manifestando por los derechos civiles. Allí los espera un cordón de soldados británicos.

    La gente camina cantando “We shall overcome”, una vieja canción de iglesia. Pero la marcha no es homogénea; hay grupos de jóvenes exaltados, indignados por la intimidación del ejército en los días previos. Quieren ponerse de cara a los soldados, insultarlos, mostrarles su enojo. El ejército está apostado. Vigila y espera. Y apunta, también.

     Finalmente, la marcha se acerca a las posiciones del ejército. Está decidido que doblará hacia la derecha, los mirará a la cara y se desviará para volver a sus barrios. Pero una de las columnas se desvía del itinerario originalmente programado y dobla hacia la izquierda, hacia el Ayuntamiento: un  grupo de jóvenes exaltados que se acerca a los muros en los que el ejército está pertrechado. Insultan, tiran piedras. Los soldados tiran agua. Pero no mucha. Enseguida abren fuego. En 30 minutos mueren 13 personas por disparos y otras 13 resultan heridas. Los muertos tenían una sola bala en la cabeza o en el cuerpo, lo que demuestra, además de la precisión,  que no se trataba de un fuego “de dispersión”.

      Si Arthur Conan Doyle hubiera tenido éxito como oftalmólogo… posiblemente no existiría Sherlock Holmes.

     Conan Doyle había escrito las primeras historias de Sherlock Holmes entre 1885 y 1890 basándose en su viejo profesor Joe Bell, a quien admiraba, y en el personaje de Auguste Dupin, de Edgar Alan Poe.

    En 1890, Arthur se muda con su familia a Viena y se especializa en oftalmología. De regreso a Londres, establece su consultorio en Devonshire Place. “Todas las mañanas llegaba a las diez de la mañana a mi consultorio, donde permanecía hasta las tres o las cuatro de la tarde sin un solo paciente que concurriera a mi consulta. Cuanto más confirmaba mi fracaso profesional, más aumentaba mi confianza en mi carrera literaria. Me di cuenta de lo necio que había sido al invertir mis ganancias literarias en un consultorio oftalmológico y, con una salvaje sensación de alegría, decidí cambiar de rumbo definitivamente y confiar sin reservas en mis dotes de escritor. Fue uno de los grandes momentos de exaltación de mi vida”. Corría el mes de agosto de 1891.

   Sherlock Holmes se transformó en un ícono de la literatura. Las historias de Sherlock Holmes comprenden cuatro novelas (Estudio en escarlata, El signo de los cuatro, El sabueso de los Baskerville y El valle del terror) y cinco volúmenes de relatos (Las aventuras de Sherlock Holmes, La reaparición de Sherlock Holmes, Memorias de Sherlock Holmes, El último saludo desde el escenario y El archivo de Sherlock Holmes), todos extraordinariamente exitosos.  

Arthur Conan Doyle

     Si Napoleón no hubiera tenido una carrera tan exitosa que le hizo pensar que su lógica era la única válida… posiblemente no hubiera padecido la catástrofe en su campaña militar en Rusia.

  Tantos éxitos militares acompañaron a Napoleón a lo largo de sus campañas militares que él mismo terminó de convencerse de que lo que él decidiera estaba bien simplemente porque lo decidía él.

     Su plan era derrotar a los rusos lo antes posible, aceptar su rendición (la cual daba casi por descontada) y volver por donde había venido antes del invierno. ¿Qué podría salir mal?

     Lo que salió mal fue que los rusos, en lugar de plantarse cara a cara, luchar y perder, como habían hecho todos los adversarios de Napoleón hasta entonces, simplemente se retiraron y prendieron fuego a las tierras que iban dejando detrás. “Tierra quemada y tierra arrasada”, le dicen a esa táctica. Y si algo les sobraba a los rusos era tierra. Así, los rusos “extendieron la guerra en el terreno”, en el enorme espacio del que disponían, para debilitar a su atacante, y ningún ejército (ni siquiera el de Napoleón) puede reforzarse adecuadamente si avanza más rápido que sus propias líneas de suministro. Además, la constante retirada de los rusos también prolongaba la guerra en el tiempo; cuanto más avanzaran los franceses, más tardarían en regresar. Pero Napoleón nunca pensó en pegar la vuelta, no quería “dejar las cosas sin terminar”.

     Y el que terminó, y mal, fue él.

     Si el presidente venezolano Rafael Caldera no hubiera amnistiado en 1994 a Hugo Chávez… quizá la historia reciente de Venezuela hubiera sido diferente.

    En febrero de 1994, el socialcristiano Rafael Caldera asume nuevamente la presidencia de Venezuela; una de sus primeras medidas es indultar (“sobreseer”, dijeron) a Hugo Chávez, responsable y líder de un fallido intento de golpe de Estado en 1992. El indulto es el fruto de varios factores: una negociación con los sectores políticos de izquierda, la renovada ambición de poder de Caldera (buscaba “poner de su lado” a los insurrectos) y su aversión visceral por su adversario el socialdemócrata Carlos Andrés Pérez. “Debo confesar que Chávez me causó una excelente impresión. Me pareció un hombre equilibrado, sensato”, fue la opinión de Caldera ante las imágenes de Chávez hablando el día de su fallido golpe de Estado. En fin… Un visionario, Caldera.

     Chávez es liberado y viaja a Cuba, donde se encuentra con Fidel Castro, en lo que sería el inicio de una estrecha relación a lo largo de sus años de gobierno. A su regreso Chávez se lanza a la vida política venezolana y comienza su recorrido por los pueblos humildes y, sobre todo, por los medios de comunicación, donde no se cansa de repetir que su propuesta incluye “una economía humanista”. El carisma, la simpatía, la retórica y la perfecta dicción de Chávez lo transforman en un atrayente imán para los sectores populares y carenciados, recontra hartos del péndulo político ineficiente y corrupto que durante tantos años oscilaba entre COPEI y Acción Democrática, los dos partidos tradicionales.

     En febrero de 1999 Chávez gana las elecciones presidenciales y accede al poder. La primera frase de su juramento (“juro sobre esta moribunda Constitución…”) es un indicio de lo que vendrá. Ese mismo año convoca a una Asamblea Constituyente y reforma la Constitución venezolana. El resto es historia más que conocida.

     Si el sistema de controles y protocolos hubiera sido respetado normalmente… se hubiera evitado el desastre de Chernobyl.

     La noche del 25 de abril de 1986 el personal de dicha planta nuclear estaba realizando un experimento para mejorar la seguridad de la planta. La prueba debía realizarse sin detener la reacción en cadena en el reactor nuclear para evitar un fenómeno conocido como “envenenamiento por xenón”, a pesar de lo cual eso empezó a ocurrir. Al darse cuenta de eso y para evitar que el reactor se apagara comenzaron a extraer las barras de control para que aumentara la potencia del reactor, pero los operarios retiraron demasiadas barras de control. A consecuencia de esto el reactor quedó en condiciones de operación extremadamente inestables e inseguras. A la 1:23 a.m. del 26 de abril, alguien presionó el botón AZ-5 de apagado de emergencia. Hasta el día de hoy nadie está seguro de por qué fue presionado ese botón o quién lo presionó. Se suponía que el apagado de emergencia hundiría las barras de control dentro del reactor sobrecalentado y lo enfriaría por completo. Pero eso no ocurrió; peor aún, tuvo el efecto contrario, la reacción inicial rompió las barras de control, el reactor generó más vapor del que podía ventilar, las reacciones de fisión se desencadenaron y la presión del vapor causó una explosión que rompió las líneas de combustible e hizo volar el techo del reactor. Inmediatamente después, una segunda explosión arrojó trozos de grafito en el área circundante y comenzó a propagar la radiación.

  Chernobyl estaba en llamas. “Fue como si unos pilotos aviadores experimentaran con los motores en pleno vuelo”, diría en 1987 Valery Legasov, el físico experto encargado de investigar lo ocurrido, que se suicidó dos años después.

      Si René Goscinny no hubiera vivido en Argentina y no hubiera sido hincha de Racing… posiblemente los pantalones de Obelix no serían celestes y blancos…

   René Goscinny, nacido en 1926, vivió su infancia y adolescencia en Buenos Aires, a donde había llegado con su familia en 1928 ya que su padre, ingeniero químico, había conseguido un buen contrato de trabajo. Estudió en un colegio francés, era deportista y posiblemente debido a la sucesión de campeonatos ganados por Racing en esa época se hizo hincha de Racing. Vivió en Buenos Aires hasta 1945, cuando se trasladó a New York con su familia, luego de la muerte de su padre.

     Goscinny seguía a distancia a su Racing de Avellaneda, y para cuando Obelix hizo su aparición en la ya por entonces muy popular historieta de su amigo Asterix, en 1961, Racing festejaba un nuevo campeonato. ¿Los pantalones de Obelix habrán sido un pequeño homenaje al club del cual Goscinny era hincha? Muchas versiones dicen que sí. Más aún: también aseguran que el personaje de Obelix tiene puntos de contacto con Upa, el hermano menor de Patoruzú, el legendario personaje creado por Dante Quinterno en 1928. Upa y Obelix tienen un físico parecido, una nariz grande, son panzones, usan una especie de bombachón, ambos tienen una fuerza descomunal y un carácter absolutamente infantil…

René Goscinny en Argentina

   Si los alemanes no le hubieran facilitado a Lenin su regreso a Rusia… 

  En Suiza, durante la primavera de 1917, en plena Primera Guerra Mundial, un hombre de mediana edad y un grupo de seguidores elevó un pedido al gobierno alemán: era ruso y quería volver a su país, Rusia, que estaba sumido en una gran agitación política, pero la guerra hacía casi imposible viajar por Europa. La mejor opción para volver a Rusia era dirigirse al norte desde Suiza y atravesar Alemania, pero para eso el hombre necesitaba el permiso de los alemanes. Al gobierno alemán no le entusiasmaban sus ideas políticas, pero la jugada parecía sencilla y sin mucho costo. Después de todo, los alemanes y el sujeto de la barbita tenían un enemigo en común: el gobierno ruso, que aquel hombre estaba empeñado en derrocar. Los alemanes pensaban que cualquier asunto que pudiera desviar recursos o atención de los rusos resultaría favorable a los intereses alemanes.

     Así que estuvieron de acuerdo en ayudar al hombre. El caso es que aquel tipo era Vladimir Ilich Ulianov, Lenin. Y así fue como Alemania  facilitó y patrocinó la llegada de Lenin a Rusia. Probablemente supusieron que el hombre armaría un poco de lío en Rusia, les quitaría a los rusos de encima durante un tiempo y luego la tensión se iría desvaneciendo mientras la política interna rusa se reacomodaba. Los mandos en Berlín estaban convencidos de que una forma de ganar la guerra era desestabilizar a sus oponentes.

     En algún sentido y en el corto plazo, el plan funcionó. Poco más de seis meses después, el gobierno provisional de Rusia había caído, Lenin había tomado el poder y se había establecido el Estado Soviético. El líder del partido bolchevique había regresado de su exilio de más de diez años con la firme determinación de acabar con el gobierno provisional de corte democrático y burgués que había sustituido al Zar tras la Revolución de Febrero y que se mostraba partidario de continuar la guerra al lado de los aliados. Pero los bolcheviques, de hecho, hicieron algo más que incordiar al gobierno ruso; produjeron una revolución que quedaría como un hito en la historia contemporánea.

     Si Angelo Dundee no hubiera mirado hacia el rincon de Frazier… Muhammad Ali hubiera abandonado y Joe Frazier hubiera ganado la “batalla de Manila” en 1975.

  Esa extraordinaria e inolvidable pelea, la tercera entre esos dos colosos del boxeo, que excedió el deporte para transformarse en un enfrentamiento personal (debido a las continuas provocaciones de Ali), tuvo un final irrepetible en el que la tensión parecía a punto de explotar.

   Bajo un calor sofocante de más de 40°C, los dos habían recibido un castigo tremendo. En el descanso entre el 14to y 15to y último round, ambos estaban exhaustos, doloridos, dañados y al borde del desmayo. Frazier terminó el round con el ojo derecho totalmente cerrado. “No podía ver bien con el izquierdo y Mariposa (así lo llamaba Joe a Ali) me cerró el derecho; estuve casi ciego toda la pelea”, recordaría. El entrenador de Frazier, Eddie Futch, no quería que Joe siguiera peleando y llamó al médico, quien con una clara seña dijo: “lo dejo en sus manos”. Frazier quería seguir a toda costa y apartó a Futch, pero luego de una breve discusión Futch decidió que el combate terminara. A pesar de las protestas de Joe, que quería continuar, Futch le dijo: “nadie olvidará lo que has hecho aquí hoy”, y le indicó al árbitro Carlos Padilla que Frazier, que había sobrepasado el límite de sus fuerzas, no seguiría.

Ali golpea a Frazier

    Pero lo que Futch y Frazier desconocían era que en el rincón de enfrente, el mismísimo Mohammad Ali, destruido, acababa de pedirle a su entrenador, Angelo Dundee, que le sacara los guantes por el insoportable dolor que sentía en sus puños; Ali no quería pelear más. “Esto es lo más parecido a la muerte”, diría. Entonces Dundee escucha la discusión que viene del otro rincón, se da vuelta y mira hacia el rincón de Frazier, ve que el médico ha subido a examinar a Joe, detecta el inminente abandono de Frazier y, aún sorprendido, le pide a Ali que se ponga de pie, y por el solo hecho de hacerlo y levantar su brazo en señal de victoria, se llevó el triunfo.

     Increíblemente, en un rincón, Frazier quería pelear pero su entrenador (Futch) no; en el rincón opuesto, Ali quería abandonar pero su entrenador (Dundee) quería seguir. Prevaleció la repentización de Dundee, y eso decidió que la pelea más importante de la historia de los pesos pesados la ganara el boxeador que no quería seguir peleando.

     Continuará…

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