El llamado Proceso de Tokio fue un juicio contra 25 jefes militares y funcionarios japoneses por haber perpetrado una guerra plagadas de crímenes de lesa humanidad. Los oficiales del ejército del Imperio del Sol Naciente fueron juzgados por su brutalidad: matanzas civiles (en China miles fueron enterrados vivos, como ocurrió en la masacre de Nankín), maltrato a prisioneros (el tema preferido de las películas de guerra, como El Puente sobre el río Kwai), trabajos forzados (“las mujeres del consuelo”, prisioneras obligadas a prostituirse) y el uso de armas químicas y biológicas (como las bacterias de la peste bubónica utilizadas por el tristemente célebre batallón 731, donde participaba un miembro de la familia imperial).
Una de las características de este proceso fue que a instancias del general Douglas MacArthur, el emperador Hirohito y los miembros de su familia no debían ser juzgados porque el gobierno americano estaba convencido que su comparecencia no ayudaría a apaciguar los ánimos y menos aún a normalizar al país.
Siguiendo la tradición japonesa, 7 de estos acusados optaron por recurrir al seppuku o ritual suicida, como Korechika Anami –ministro de guerra– o el vicealmirante Takijir nishi, creador de los kamikazes.
El general Hideki Tōjō, primer ministro y “arquitecto” de la guerra del Pacifico, también intentó escapar de la justicia por mano propia pero un joven teniente norteamericano llamado John Wilpers, evitó que Tōjō pudiese evitar la justicia de los hombres, cuando en 1945 se pegó un tiro en el pecho. Murió tres años más tarde después de haber sido juzgado y condenado. “Lamento mucho que me tomé tanto tiempo para morir” dijo después de haber escuchado las numerosas acusaciones y testimonios de los excesos que había ordenado.
Este juicio fue realizado a imagen de los de Núremberg para dictaminar la suerte de los nazis, los aliados de los japoneses. El tribunal estaba encabezado por el jurista australiano Jim Webb y jueces de Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Canadá, Unión Soviética, Australia y Países Bajos.
Los 28 acusados contaron con cien abogados defensores acompañados de intérpretes y asistentes afín de ser lo más justo posible .
Los ojos del mundo se centraron en Hideki Tōjō, considerado el responsable del ataque de Pearl Harbour y Clark Field en Filipinas, los dos episodios que más peso habían tenido desde la perspectiva de los aliados.
No solo fue acusado de crímenes de guerra sino del cruel trato a los cautivos, al borde de la inanición y las torturas inhumanas de civiles además de investigaciones científicas perversas que implicaban el uso de tóxicos, gérmenes y vivisecciones en los prisioneros. Condenado a morir en la horca, sus restos permanecieron desaparecidos por 70 años. Se decía que habían sido arrojados al mar, pero en 2018, el investigador Hiroaki Trakazawa descubrió, estudiando el archivo nacional de Maryland, que los restos de Hideki Tōjō fueron cremados en Yokohama junto a otros 7 jerarcas y que las autoridades tomaron especial cuidado de incinerarlos a fin de no dejar partícula alguna. Sus cenizas fueron arrojadas al mar para minimizar la posibilidad de cualquier tipo de culto a los jerarcas japoneses quienes, amparados en la divinidad de Hirohito, dieron rienda suelta a su violencia ilimitada y fanática.
El Santuario de Yasukuni en Tokio es un complejo arquitectónico sin afiliación religiosa construido como monumento a los caídos durante la guerra.
En 1978 Japón incluyó en este altar los nombres de 14 criminales de guerra, circunstancia que desató las quejas de Corea, China y otros países vecinos víctimas de su política expansionista.
Bajo el gobierno de Hideki Tōjō, que también fue ministro de educación, se intensificó el adoctrinamiento militarista y nacionalista, se fomentó la eugenesia con la esterilización forzada de débiles mentales y Japón se convirtió en un Estado policial gracias al accionar de la temible Kenpeitai –una especie de Gestapo nipón–.
Japón fue cayendo ante el colosal esfuerzo bélico americano que avanzó isla por isla del Pacifico hasta lograr amenazar a Tokio y las principales ciudades con sus bombardeos. La pérdida de Saipán en 1944 fue un duro golpe que obligó a Hideki Tōjō a renunciar. Aún debería presenciar las derrotas de distintos baluarte estratégicos
El general se retiró de la vida política pero sus responsabilidades no fueron olvidadas y después de su intento de suicidio, esperó en la prisión de Sugamo el veredicto de la corte internacional. En esos largos tres años Hideki Tōjō meditó largamente sobre su accionar:
“Es natural que sobrellevase toda la responsabilidad de esta guerra y estoy preparado para hacerlo… Por lo tanto en este juicio voy a hablar francamente y decir lo que es verdad y lo que es falso porque incurrir en alabanzas exageradas es desleal y puede falsificar los testimonios y producir un daño irreparable a la nación…”
La prisión de Sugamo fue derribada en 1970, y en su lugar solo ha quedado una piedra inscripta en caracteres japoneses que dice: “Rezar por la paz eterna”.
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