BONAVENA vs. ALÍ

En un momento de su carrera, Mohamed Alí pensó en abandonar el boxeo porque no soportaba ver a dos negros golpearse “para deleite de los blancos”.

Alí suscitaba sentimientos encontrados en la sociedad norteamericana dividida por la guerra de Vietnam y los conflictos raciales. Había resistido el alistamiento como miles de norteamericanos de toda raza y color que no querían pelear una guerra ajena. Noam Chomsky lo puso en pocas palabras: “Se rebeló porque los pobres de EE.UU. eran enviados por los ricos de EE.UU. a matar a los pobres de Vietnam”.

            Cuando en 1970 la Corte Suprema americana dictaminó que las creencias religiosas eran motivo suficiente para no ir a la guerra, Alí vio la oportunidad de volver al ring. En algún momento fantaseó que podía pelear contra Bonavena en Buenos Aires, pero el clima político que se vivía en la Argentina desaconsejaba esta instancia. Al final Ringo y Alí se encontraron en el mítico Madison Square Garden de Nueva York.

            Bonavena se había preparado como nunca, sabía que era la pelea de su vida y que su rival era peligroso. Los hermanos Rago, José y Vicente, velaron las armas con el gigante de la Quema. Ringo se tenía una fe ciega a pesar de que debía infiltrarse la famosa zurda con cuatro ampollas de novocaína para aliviar el dolor que lo aquejaba.

            La concentración duró solo un mes. Sí, un mes sin sexo, sin joda, ni alcohol. Con esto, Ringo creía que le bastaba y sobraba para vapulearlo al “grone”.

            Ringo ahora era la esperanza blanca para recuperar la mentada superioridad de la raza en este deporte. Muchos norteamericanos no toleraban la soberbia de Alí esgrimiendo su orgulloso “Black is beautiful”, el poder de una raza hasta entonces considerada inferior.

            Medio en broma, medio en serio, Ringo siempre había mantenido una actitud de menospreciar a los boxeadores de color. Más de una vez se había tapado la nariz en un gesto de desprecio como diciendo “niggers stink” (los negros apestan). Esta vez, agredió a su contrincante antes las cámaras de televisión diciendo que Alí era un “chicken”, un cobarde, un cagón, una gallina. Él no había tenido el coraje de pelear por su patria y así se lo recriminaban sus compatriotas. Ringo se lo dijo con todas las letras, pero por si no le había quedado claro, movía los brazos como un pollo. “I will kill you”, “I will kill you”, repetía Ringo ante los ojos azorados de Alí.

           

La pelea, programada para el 7 de diciembre de 1970, estuvo a punto de suspenderse por protestas de excombatientes y grupos nacionalistas; no solo por ser Alí un desertor, sino porque había elegido como fecha de retorno al ring el aniversario de Pearl Harbor.

            Ese día y a la hora de la pelea, Buenos Aires se paralizó. Ni los cines de Lavalle abrieron sus salas[1]. Argentina toda contuvo el aliento. El fanfa, el matador de la Quema, el ostentoso Ringo Bonavena, ponía una vez más sus pies planos sobre el Madison Square Garden para cumplir su palabra: lo iba a matar al negro para traer al país la corona de todos los pesos.

            El país ya tenía cuatro campeones del mundo, contando el reciente triunfo de Carlitos Monzón. ¿Podría ser Bonavena el quinto?

            Alí tampoco perdía la oportunidad de promocionarse, pero desde una perspectiva distinta a la de Bonavena. Esa mañana recibió en la habitación a Judge Aaron[2] para que mostrase las mutilaciones infligidas por los miembros del Ku Klux Klan.

            Después cumplió con el rito de pronosticar el round en que batiría a su rival y escribió un poema que decía:

Antes que termine el noveno round

El árbitro saltará y gritará

Señores, es el fin, el pavo está muerto.

            Con sus 1.92 metros de altura y 105 kilos, Alí se enfrentaba a los 1.78 metros y los 93 kilos de Bonavena. Era la gallina frente al pavo, el negro contra el blanco, “la Bella y la Bestia”, como gustaba llamar Alí a este enfrentamiento.

            “Jamás he deseado tan intensamente golpear a un contrincante“, dijo Alí, sacado de sus casillas al recibir parte de su propia medicina. ¿Acaso él no había hostigado a sus rivales como lo hacía ahora Bonavena? ¿De quién había aprendido Ringo? ¿Qué ejemplo había tomado? El alumno había superado al maestro en el arte de promocionarse y patotear a su contrincante.

            Lo del noveno round resultó estar en lo cierto, pero no en que el pavo estuviese listo para la mesa, el envión de un swing lo mandó al piso a Alí y la violenta zurda de Ringo, de la que tanto se había hablado, casi lo envía otra vez a la lona. “Sentí las vibraciones en los dedos de los pies”, confesó Alí después de la pelea.

            Por unos segundos, el sueño de Ringo estuvo a punto de volverse realidad, Alí estaba en el piso, a sus pies, y él lo contempló casi con desprecio. Una caída más y sería el campeón del mundo. Estaba a pocos minutos de la gloria, a nada de cumplir sus ambiciones, pero, una vez más, le falló el gramo de magia, el suspiro de gloria, esa milésima de suerte, para hacerse de la corona.

            Como un toro desorientado, tiró golpes y arremetió ciegamente. Daba y recibía, pero no encontraba el camino de la victoria. Del rincón de Bonavena salían órdenes disímiles; los hermanos Rago, los mismos que lo habían entrenado en el ahora lejano Huracán, le decían que aguantara, que estaba hecho, que si conservaba los puntos ganaba. Pero Gil Clancy el promotor americano que había contratado Bonavena, menos inocentemente, lo instaba a definir. Ringo embistió contra Alí porque bien sabía de su poder de recuperación… Y no estaba errado, en el último round, Ringo terminó desplomándose “como un edificio”, tal como lo describió Norman Mailer en su crónica de esta pelea épica. Bonavena había perdido contra un mito viviente, y a su vez había iniciado el camino de la inmortalidad que se le concede a los corajudos que dejan todo en el ring.

***

Con la cara hinchada por los golpes, el último gesto de Ringo fue evitar que los Rago tirasen la toalla. Había salido a matar o morir y elegía esta última opción, con la hidalguía del macho argentino, que tenía pecho y costillar para bancarse la tromba de golpes con los que lo castigaba Alí.

            “Guapeé”, le dijo a su hermano José.

            “Guapeé”, le dijo a Tito Lectoure.

            “Guapeé”, le dijo a todo el mundo que lo escuchaba.

            Salió a matar o morir y lo habían reventado, pero había soportado el suplicio con entereza. Mataba y moría en su ley. “Mejor perder a lo macho que ganar a lo cobarde”, solía decir este pibe de Parque Patricios.

            Su primera declaración fue de grandeza. Lo felicitó a Alí no bien fue proclamado ganador. “You are the champion”, le dijo frente a las cámaras de todo el mundo que seguían la pelea.

            Las payasadas había llegado a su fin, era el momento de asumir las consecuencias. “Quiero decirles a todos que perdí porque quería ganar…¿Qué podía haber terminado de píe con Alí? Puede ser, pero ese era mi verdadero sueño y, por lógica, los sueños también a veces terminan mal. Fue mi pelea, aunque haya sido derrotado”…



[1] La pelea trasmitida por Canal Trece tuvo casi ochenta puntos de rating.

[2] (1923) Afroamericano secuestrado por miembros del Asa Earl Cartet –un subgrupo del KKK, golpeado, castrado y quemado con trementina. Los acusados fueron condenados a veinte años, pero su pena fue conmutada por George Wallace, gobernador de Alabama en 1963. Este a su vez sufrió un ataque que lo dejó confinado a una silla de ruedas de por vida. Aun así se postuló para presidente de Estados Unidos, ya habiendo dejado de lado algunas de sus consignas racistas.

TEXTO EXTRAÍDO DEL LIBRO RINGO & JOE (Olmo Ediciones)

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